Voy a empezar con una comparación que podrá parecer osada, pero que no lo es tanto si dejáis que me explique: Sigur Rós = movimiento hippie. Así es, amigos. Es lo mismo. Lo que comenzó con una actitud semi-rebelde, de apariencia amigable pero con cimientos bien asentados en la intención de hacer cosas diferentes, acabó siendo fagocitado, muy a su pesar pero también con algo de propia culpa, por los mass media… y por cadenas de supermercados, marcas de ropa, episodios de los Simpsons, políticos de centro-izquierda y hasta por tu madre. Para cuando Sigur Rós sacaban su penúltimo álbum, “Valtari” (XL Recordings, 2102), su música se había convertido en un producto tan gaseoso, preciosista y olvidable como esa falda de corte ibicenco que se compró Norma Duval en Zara para la gala de Nochevieja en Telecinco. Lejos quedaba ese impresionante y radical “()” (MCA, 2002) que muchos tardamos en digerir y que finalmente se coló entre los trabajos más significativos del siglo XXI.
Sinceramente creo que, hasta día de hoy, pocas cosas menos cool existían que escribir una reseña sobre los islandeses. ¿Y por qué estamos aquí? Porque alguien le ha puesto pilas al osito de peluche y este ha abierto los ojos, inyectados en sangre, ha cobrado vida, se ha deshecho de su aterciopelada piel de color celeste y se ha convertido en un monstruito dispuesto a devorar niños mientras duermen. Si buena parte de su trabajo anterior inducía a la narcolepsia, “Kveikur” (XL Recordings, 2013) nos sacude de la cama en medio de la noche para gritarnos: “¡Estamos de vuelta motherfuckers!”.
Y es que es eso: Sigur Rós están de vuelta. No ha habido ni súper-metamorfosis kafkiana ni ida de olla absoluta. Los de Reykjavík ahora son trío tras la marcha del teclista Kjartan Sveinsson y, quizá por esa razón, o quizá porque intuían la debacle que se aproximaba, decidieron renovarse o morir, pero sin quemar las señas de identidad que les hicieron famosos. Al fin y al cabo, nunca ha dejado de ser admirable que un simple grupo de post-rock islandés alcanzara el estrellato mundial, y hacen bien en apostar por lo mismo… Lo mismo, pero a lo bestia. “Brennisteinn” comienza con un golpe sobre la mesa. Un golpe de bajo distorsionadísimo y bombo de batería que se repite con ira mientras las guitarras, violines y voces crean sus ya características atmósferas, esta vez como gemidas por un ángel caído.
Qué mejor declaración de intenciones que mostrar garras y colmillos desde el primer minuto. Pero el segundo corte “Hrafntinna” demuestra que no han perdido su delicadeza a la hora de construir preciosas canciones a partir de melodías destinadas a masajear nuestro corazoncito. Y, sin embargo, algo ha cambiado. Una rabia casi desconocida en ellos. Para nada son Sigur Rós extraños a las sacudidas violentas; recordemos ese “Glósóli” con su grandioso final catártico y guitarrero, pero mientras antes sonaba como una celebración de la vida, un canto apasionado a la naturaleza, la música de “Kveikur” es más oscura y tenebrosa. Metálica también, pues en ocasiones se pasan directamente al rollito industrial, con esas percusiones, muy protagonistas, que recuerdan a Einstürzende Neubauten cuando parecen dar golpes a tuberías, carritos de la compra y a todo lo que ande suelto. Para muestra, el tema que da título al disco, colaboración con Nine Inch Nails… Bueno, no lo es. Pero si lo hubieran dicho, la mayoría lo habríamos creído.
Hay resquicios para que entre la luz, como en esos juguetones “Ísjaki” y “Stormur” (que tiene hechuras de himno); también está «Var», un tema final de belleza arrobadora, y en “Rafstraumur” ya tiene Pep Guardiola una nueva canción para arengar a sus chicos antes de cada partido la próxima temporada. Pero este disco será recordado por su furia, por su ocasional tensión claustrofóbica y la ferocidad con la que despachan un temazo detrás de otro (sólo resbalan, en mi opinión, en ese intento de cara-b de Radiohead que es «Yfirborð«). “Kveikur” también será recordado como el momento que vio renacer a una banda que parecía en caída libre y que, si bien había ganado unos cuantos fans durante el descenso, había perdido a muchos que estuvieron ahí desde el principio. Algunos casi nos habíamos olvidado de que existían. Es un disco notable y, sobre todo, esperanzador. Si continúan por este camino, seguro que el próximo no defraudará. Y si deciden parar el carro y dejarlo aquí, bien, entonces podremos decir que se marcharon por la puerta grande.