Si a una película le colgamos la etiqueta de thriller, supongo que automáticamente pensaréis en persecuciones, asesinatos o juicios, en agentes del FBI, políticos corruptos o jefes mafiosos. Sí y no, porque el suspense, la intriga y la tensión que caracterizan lo que entendemos por thriller se puede conseguir también de otras formas… Y manda narices que haya tenido que venir el director de aquel pastelón almibarado llamado «Cinema Paradiso«, Giuseppe Tornatore, a darnos lecciones sobre el tema.
Efectivamente, «La Mejor Oferta» es un thriller con todas las de la ley aunque aquí no se dispare un solo tiro ni la palme nadie, o al menos que sepamos y en lo que dura el metraje. Aquí lo que hay es un experto en arte y veterano agente de subastas llamado Virgil Oldman (más que solvente trabajo del histrión Geoffrey Rush) que parece tenerlo todo bajo control hasta que una rica heredera a la que nadie parece haber visto jamás viene a complicarle la vida precisamente a él, que tenía un plan y estaba ejecutándolo a la perfección sin que nadie viniera a tocarle las narices. Tornatore juega a ser Polanski (cómo recuerda esta película en los modos y en las formas a la magnífica «The Ghost Writer«) y, contra todo pronóstico, le sale bien. Qué demonios, le sale muy bien. O, si no, que levante la mano quien a los diez minutos no esté absolutamente fascinado por ese personaje, su mundo y la trama (el tramón) que le cae encima.
Como Virgil, tú también cotilleas en ese ejercicio de voyeurismo crecientemente malsano al que Tornatore te arrastra como espectador. Tú también te escondes detrás de algún mueble para espiar y te entretienes especulando sobre qué es exactamente lo que está pasando porque está en tu naturaleza y porque, como le ocurre al protagonista, esta historia también saca lo peor y lo mejor de ti. «La Mejor Oferta» es una tragedia donde un analfabeto emocional trata de resistirse a su destino, aunque precisamente esa voluntad de ser mejor le pueda costar otras cosas. Es este un relato sádicamente fatalista donde (de forma no tan diferente a la del «Fraude» de Orson Welles) se reflexiona sobre las falsificaciones en el arte y en la vida, sobre para qué sirven ambos y para qué no.
Todo eso no significa que sea esta una película que busque trabajar con el minimalismo, que pretenda hacer grandes reflexiones a partir de cosas pequeñas. En absoluto: «La Mejor Oferta» es, de hecho, un hinchadísimo y artificioso macguffin de dos horas con palacetes suntuosos, carísimas obras de arte, diálogos recargados, giros de guión y hasta Morricone travestido de Bernard Hermann. Y es fantástico que así sea, que resulte un artefacto clasiquísimo, con recursos de guión de manual (la construcción del autómata, el bar de enfrente, la enana rubia que repite números) que sólo sirven para cumplir los deseos de un espectador que ha venido a una fiesta de disfraces donde todo el mundo va de Hitchcock. Es muy divertido dejarse llevar por el mal rollo creciente y por una estructura tan inteligente que logra que la función no se derrumbe cuando se muestran las cartas (será mejor que no entre en detalles) y que, incluso cuando algún acontecimiento se vea venir, esa anticipación forme parte del juego.
Apenas le afeo a «La Mejor Oferta» un par de saltos bruscos y un desenlace ligeramente estirado justo cuando el montaje pedía concreción y elipsis. Pero ni siquiera ahí me dura demasiado el enfado y el director me compensa con una última escena, esta sí, brillante y necesaria. Todo es falso en esta película, todo en ella son trucos muy bien estudiados, y dejarse arrastrar por ellos, permitir que te engañen y te tomen el pelo es un consentidísimo placer. Parece que, después de todo, efectivamente hay falsificaciones que se pueden disfrutar tanto o más que un original. [NOTA: 7,50]