Hace unos días ya os avanzamos la increíble atracción que hemos empezado a sentir por Frankie Rose. En su momento, la pobre no aguantó el envite de Best Coast, y por motivos que no caben en un post (la mayoría peludos, naranjas y de nombre Snacks), perdió pero con mucha dignidad la pelea de gatas con la Cosentino. Las comparaciones son divertidas, pero en general de poca utilidad; sin embargo, no es gratuito el poner encima de un ring a una y a otra pues, por razones más que evidentes (musicales o estéticas) ambas se mueven por el mismo lado de la carretera. Con la vista puesta en el pop vocal de los sesenta, con mucha predilección por las girl groups, las melodías esponjosas y las reverbs inofensivas, Frankie Rose y Best Coast son, hoy por hoy, dos mujeres de lo más interesantes del pop de nuestros días. Porque en ellas, como en las grandes artistas, lo mejor no es lo que ofrecen… Sino lo mucho que prometen.
Molaría saber qué pasa por la cabeza de una mujer que milita en cuatro bandas diferentes en menos de tres de años y que ya se ha creado una leyenda como la Reina de una escena indefinida con base en Brooklyn: leyenda de diva sonora, insatisfecha y caprichosa. Frankie Rose se dio a conocer como batería de Vivian Girls, las pioneras en sacar la patita y amenazar con soplar y soplar hasta derribar todo lo que se les pusiera por delante. No eran las primeras, claro, y a nadie se le escapó relacionarlas con las desaparecidas Sleater-Kinney, pues mucho había de ellas en sus canciones: orgullo de ser mujer, estrógenos a chorro, energía perfectamente canalizada y trallazos de tres minutos, concisos como una patada en los huevos. Dejó Vivian Girls para incorporarse a Crystal Stilts, otra banda con gusto por los paisajes retro pero más reposados y sentidos. Seguramente, Rose volvió a sentir la llamada de la selva y, de nuevo, dejó plantada una banda para sumarse a otra, en este caso Dum Dum Girls, con la que repetiría el éxito sónico cosechado con las Vivian. Quizá cansada de zumbar de un lado para otro sin un proyecto estable, y algo falta de libertad creativa, Frankie Rose dio el paso definitivo (hasta ahora) para fundar The Outs, su propia banda en la que compone, toca la guitarra y canta. Cualquiera diría que, con semejante trayectoria profesional, inconstante y movida, esta señora de NY fuera incapaz de sacar adelante algo tan grande como un proyecto personal y un disco que estuviera a la altura de lo hecho anteriormente. Pero así ha sido. Frankie Rose & The Outs es el resultado de cosechar todo lo trabajado hasta el momento; y, en su disco homónimo, ópera prima de proporciones esculturales, hay garaje maquillado, shoegaze vespertino, melodías spectorianas, pop sesentas retro, mucha Velvet y mucha Nico, vintage musical perfectamente ensamblado e incluso un poco de spaghetti western y de banda sonora tarantiniana.
Las canciones de «Frankie Rose & The Outs» (Slumberland / Nuevos Medios, 2010) pasan por ser heterogéneas, compactas pero no demoledoras, se complementan una con otra como piezas de un Mecano pintado a mano, con mimo y mano inexperta pero ensoñadora. Lejos de tirar por la vía fácil y apostar por el pop de guitarra y platillo, en este disco la Rose da rienda suelta a sus motivaciones más escondidas, a sus pasajes más oscuros, y engalana las canciones con un toque que va de lo experimental a lo narcótico. Menos riot grrrl y más Slowdive. Desde el opening majestuoso con «Hollow Life» pasando por las melodías triunfales de «Candy» y «Little Brown Haired Girls«; a ratos con la vista muy puesta en los momentos más realistas de The Jesus & Mary Chain, como en «Memo» y en «Girlfriend Island«, que la emparentan directamente con sus vecinos The Pains of Being Pure At Heart, con los que comparte cariño por las melodías de aires teen y un poco naíf, saltarinas, evocativas e inofensivas. La cosa alcanza el cénit con «Save Me«, una oda en plan litúrgico que bien podría sonar este domingo en los interludios mientras el Papa se cambia la sotana entre salmo y salmo.
La riqueza y variedad de este disco puede hacer que parezca poco conciso, disperso, incluso un poco adormilado… Y sí es cierto que tiene un poco de todo esto. De igual forma que en «Frankie Rose & The Outs» también palpita un genio astuto, un amplio conocimiento de lo que la muchacha se trae entre manos y, lo que es más interesante, la promesa de algo mucho mejor. Esperemos que Frankie se sienta satisfecha y cómoda con este proyecto (que, a fin de cuentas, es suyo) y nos deje disfrutar de su crecimiento y madurez. Por nosotros –que ya somos fans declarados, y que nos perdone Betts– y por sus compañeros de banda que, seguro, viven en un sinvivir, temiendo que llegue el día y la jefa haya volado a otro nido más confortable (o más garagero, todo depende de por dónde le dé el aire).