La tendencia de los esquivos Boards of Canada al simbolismo y al juego con los números y sus misterios ha dejado huella en sus trabajos desde sus inicios. Music70 es el sello discográfico propio a través del que dieron a conocer entre sus más allegados sus primeras grabaciones en cassette. Su nombre hace referencia a la conexión entre la música y el número denominado en jerga matemática “número extraño más pequeño”. Las alusiones a este particular número se encuentran desperdigadas por su discografía: “The Smallest Weird Number” (incluída en «Gegogaddi» -Warp, 2002- y cuya melodía dura 70 segundos) es el ejemplo más obvio, aunque también se hace mención de una forma más tangencial en el juego de palabras de “Sixtyten”, aquel engendro electro-alienígena perteneciente a ese tesoro lleno de joyas de principio a fin que es “Music Has The Right To Children” (Warp, 1998).
Esta inclinación hacia al acertijo se ha cristalizado ejemplarmente en la promo que ha dado pie a su imprevisto último trabajo: “Tomorrowʼs Harvest” (Warp, 2013), un jeroglífico promocional que ha puesto a prueba la paciencia y obsesión de sus fans rozando lo épico en cuanto a lo sesudo de su desarrollo y desvelo. La primera semilla de su particular cosecha llegó como caída del cielo el Record Store Day en formato 12“ en Other Music, tienda neoyorquina especializada en música experimental y raruna. En la portada del disco aparecía el nombre del grupo y el siguiente texto: “—— / —— / —— / XXXXXX / —— / ——”. Al reproducirlo, una voz robótica anunciaba una serie de seis dígitos. De este modo, nos presentaban la primera pieza del rompecabezas y, de paso, nos inoculaban el ansia de dar respuesta a la pregunta implícita de si el descubrimiento de todo el código nos llevaría a lo más insospechado -a la par que deseado- por aquel entonces: un nuevo álbum.
Más pistas fueron sembrando el camino que desvelaba, poco a poco, toda la serie. Algunas de ellas fueron otros fragmentos con secuencias de números que se difundieron por radio (Zane Lowe BBC Radio 1), televisión (Adult Swim) e internet (Youtube); o un banner que representaba electricidad estática en twoism.org -foro de fans del grupo- que redireccionaba a dos nuevos extractos de estática en Soundcloud (aquí y aquí) cuyo “sumatorio” daba como resultado otra serie de 6 dígitos robotizados. A riesgo de perderse en un anti-climax (o provocar migraña crónica entre sus fans), por fin permitieron recolectar el deseado fruto en cosecha-transmisiones.com, donde, al introducir el código completo (699742628315717228936557813386519225), se reproduce automáticamente un vídeo exclusivo cuyo final lleva -no podía ser de otro modo- a un link desde donde se puede hacer el pre-order del álbum. Este atrevido teaser, a caballo entre la numerología y la rumorología, además de difuminar las fronteras entre lo oficial y lo extra oficial -la clave estaba en la participación y feedback entre la banda y gente anónima-, encaja a la perfección con el enigma que siempre envuelve a estos escoceses, tan parcos como son a la hora de aceptar entrevistas o dar conciertos.
Y es que ese aire de misterio también sobrevuela, musicalmente hablando, «Tomorrowʼs Harvest«, álbum que no sorprende a quien conozca sus anteriores trabajos, pero que sí profundiza aún más en su peculiar imaginería musical. Mantiene un alto cargo emocional, tan nostálgico como siempre, y sigue marcado por el sello de la casa: synthscapes espectrales que, paradójicamente, dan pie al escapismo o a la introspección. Su estilo dibuja una línea continua con discos más antiguos como “Music Has The Right To Children” o “Geogaddi”, aunque en este caso una inquietante pátina de banda sonora retrofuturista parece cubrir el álbum de principio a fin. “The Past Inside The Present” repetía una desnaturalizada voz en aquella maravilla titulada “Music is Math”.
“Gemini” abre el disco con una fanfarria de trompeta de cinco segundos que, aunque inicialmente desconcierta, representa una especie de cuña televisiva introductoria. Tras un breve silencio, le sigue un inquietante hilo ambiental con un marcado carácter fílmico que recuerda a Vangelis prologando «Blade Runner«. Sintes de bajos palpitantes juegan con el estéreo y el delay amplificando la sensación de espacio que, progresivamente, se irá espesando en una neblina de drones cual viento disonante y electrizado. Esa calima que deja tras de si la primera canción se condensa y precipita en el inicio de “Reach For The Dead”: borbotones de electricidad estática acompasan unos beats pausados. Desde lejos se acerca lo que parecen voces, moduladas en una única entonación, que se alargan como cálidos arrullos; una brisa que, poco a poco, disuelve la bruma, aclara el espacio e introduce arpegios sostenidos. El ritmo se acentúa, realzando el ánimo, para acabar desmontándose a si mismo y, con él, a la propia canción.
La obsesión de Mike y Eoin por todo tipo de cacharrería electrónica antique está presente a lo largo de toda su obra. Se sirven de sintetizadores vintage -el sonido del Yamaha CS-70M se podría considerar marca de la casa- para crear un sonido añejo que aparece en gran parte de su discografía (“Telephasic Workshop”, “Kaini Industries”, “Bocuma”, “Sunshine Recorder”, “In A Beautiful Place Out In The Country”…). Esta querencia por los sintes que orbitan melancólicamente alrededor de voces desnaturalizadas -otra práctica común en ellos- también la encontramos en temas de «Tomorrowʼs Harvest» como “Telepath”, “Cold Earth”, “Sick Times” o “Nothing Is Real”. En “White Cyclosa”, “Come to dust” o “New seeds” parece resurgir aquella onda synthspace alemana de mediados de los 70 al estilo, por ejemplo, del gran “Zuckerzeit” (Spalax, 1974) de Cluster, donde las canciones se basan en patrones sintéticos que, en vez de tender a una resolución final, se desarrollan cíclicamente en círculos concéntricos. El leitmotiv del disco, ese barniz ocre de celuloide retro-nostálgico, también lo aportan temas de corte ambiental esparcidos por todo el álbum: “Gemini”, “Telepath”, “Transmisiones Ferox”, “Collapse”, “Uritual” o “Sundown” están creados a base de drones, delays y ausencia absoluta de beats, lo cual -todo hay que decirlo- también provoca cierta reconcentración que hace que la escucha sea más espesa. Esta misma línea sigue “Semena Mertvykh”, tema que pone un frío punto y final al disco.
“Tomorrowʼs Harvest” no pretende ser “Music Has The Right To Children” en el sentido de abrir nuevos e insospechados horizontes ni dar un sorprendente giro a la carrera musical de Boards of Canada, pero sí da otra vuelta de tuerca a su discografía y amplifica de forma coherente una faceta fílmica que, si bien está presente en trabajos anteriores, aquí se dilata dignamente y consigue sellar el carácter atemporal propio de los hermanos Sandison (y esto ya es decir mucho). Esa cualidad sinestésica de ver algo a través del oído también se hace patente en su magnífica forma de musicar la inquietante y ambigua portada del álbum: un terreno desértico en primer plano bañado por una luz crepuscular que tan sólo deja entrever la tenue silueta del skyline de San Francisco al fondo, como si de una ciudad fantasma se tratara. En otras palabras, desolación con un atisbo de vida. Que cada cual enmarque a la una o la otra con la simbólica idea de la cosecha y contemplará un lienzo lleno de matices.
Sí, podemos alegrarnos de que el sol hexagonal bajo el que aquellos jóvenes escoceses sembraron sus primeras semillas -hace ya más de veinte años- siga brillando sobre nuestras cabezas y fertilizando cosechas como esta. Ahora sólo hace falta que los astros se alineen (vete a saber en función de qué enigmática combinación de números) para que podamos saborear sus frutos en vivo.