La música de baile (qué mal parados que salimos con la traducción de la mucho más estilosa dance music) siempre se ha visto lacrada por la estrechez de miras de su propio público potencial… También es comprensible: si le pones a alguien un pastillote químico en la lengua, lo próximo no puede ser que le digas si le apetece un Malibú con piña. En todo caso, el recientemente (en)drogado querrá seguir manteniendo el ritmo con substancias químicas de alto voltaje. ¿Qué quiero decir exactamente con esta metáfora drogaínica? Básicamente que, cuando un grupo se presenta en sociedad con un tema de esos de dejarte tó loco, lo que esperas es ese Santo Grial que algunos dicen que existe: «el disco de baile perfecto» entendido como «cuarenta minutos de subidón absoluto sin concesiones de bajuna ni baladas maricas». Algo que en los círculos más hardcore del techno también se conoce como el «dis-cocaína»: una ralla perfecta que ni sube ni baja, sino que mantiene un pulso de cirujano plástico. Algo que, por cierto, escasea más que las rulas cuando se acerca el Sónar. Muchos lo han intentado. Pocos lo han conseguido. Nadie ha vivido para contarlo.
Prometo que aquí se acaban las referencias psicotrópicas. Pero hay que reconocer que era la mejor forma de introducir lo que voy a decir a continuación: Disclosure han conseguido el disco de baile perfecto. Puede que el único defecto de «Settle» (Cherrytree, 2013) sea precisamente su falta de homogeneidad: a los hermanos Howard y Guy Lawrence se les nota la urgencia post-adolescente (uno tiene 21 años y el otro acaba de cumplir los 18) de querer morder más de lo que el sentido común te dice que puedes masticar. En su debut en largo después de tres años de advertirnos por la vía de los remixes y los singles, Disclosure se atreven con una amalgama de géneros tan lejanos / tan cercanos como el house noventero, el R&B de nuevo cuño, el garage, el grime, el post-dubstep y cualquier otro estilo de nombre extraño que haya surgido en las dos últimas décadas de las alcantarillas londinenses. Y, aun así, es este un defecto que acaba mutando en virtud: puede que «Settle» no juegue a la homogeneidad, al continuo que se le presupone al disco de baile perfecto… Por el contrario, el hecho de que vayan cambiando -sutilmente- de género de canción a canción resta en continuidad pero consigue mantener al máximo tanto la atención como la implicación sudorada de quien escucha (y baila).
También es necesario quitarse de encima la segunda posible crítica al disco: esa que utilizan muchos a la hora de hablar del ejercicio de fake que supone que dos niños que nunca vivieron los 90s se marquen un disco tan influído por las sonoridades de aquel tiempo. Cualquiera que afirme semejante estupidez, sin embargo, no sólo estará delatando una edad mental de 72 años, sino que pasa por alto que la temporalidad dejó de tener sentido cuando Internet puso en manos de los artistas la totalidad de referencias de absolutamente todas las épocas… Es más, si hay alguien que sea capaz de revivir la frescura descarada del dance de aquellos tiempos ha de ser, por huevos, alguien de la edad de los hermanos Lawrence (¿o acaso alguien sigue esperando que viejunas como Basement Jaxx hagan algo mínimamente fresco y desafiante?). De hecho, en este extraño ejercicio de transmigración de las viejas almas fiesteras a los jóvenes cuerpos de Disclosure es precisamente donde «Settle» crece hasta dimensiones gigantescas. Un espíritu viejo que habla a través del cuerpo de un medium joven… ¿Qué se le puede resistir?
Casi nada. Para empezar, el disco se abre con un ejercicio de una inteligencia casi insultante: la sublime «When A Fire Starts To Burn» coge las palabras del predicador hip-hopero Eric Thomas y las transforma en la base vocal de un pildorazo en el que el house noventoso se mezcla con la hipermodernidad de una generación YouTube adicta a autotunear declaraciones televisivas para chotearse de ellas a la hora de vestirlas con ropajes dance (sí, me refiero al «Ain’t nobody got time for that» de Sweet Brown y otros similares). Apertura impecable que se ve seguida por un subidón continuo que se ve profundamente beneficiado por el hecho de que, en los últimos tiempos, los bpms de cierta música de baile han bajado en picado a la búsqueda de una danza más sensual y, sobre todo, en huída de la esquizofrenia sonora del EDM pesadillesco de Skrillex y compañía.
Partiendo de esta ventaja, «Settle» consigue mantenerse muy pero que muy arriba continuamente sin necesidad de llevar el ritmo al extremo. Claro que hay canciones desarmantes por sus sintes metálicos surgidos del siglo 22 (como esa «Confess to Me» con la que Jessie Ware les devuelve a los Lawrence el favor por el remix loquísimo de «Running» y, de paso, se marcan el temazo electro del álbum… y de la temporada), por su indolente machaconería ácida («Grab Her!«, himno after desde ya) o por la marcada mariconería del house que en el cambio de siglo sublimó Ministry of Sound (tremendísima «F for You«); pero también hay otras composiciones capaz de obligarte a bailar pese a su ralentización de revoluciones, como es el caso de «January» (con un exultante Jamie Woon), los roces -que hacen el cariño- con el pop electrónico en «Defeated No More» (donde Edward Macfarlane de Friendly Fires pone su granito vocal) o ese maravilloso cierre que resulta ser la balada (en su acepción «para follar» y «nada ñoña) «Help Me Lose My Mind«. Entre medias, esos dos singles de librillo que han sido el dubstep primigenio de «You & Me» (cantada por Eliza Doolittle por mucho que todos sepamos que debería haber sido interpretada por Katy B) y el post-dubstep rayano al R&B de «White Noise» (a pachas con AlunaGeorge).
Las excelencias de «Settle» han provocado que a los Lawrence les hayan llovido comparaciones con referentes ilustres y pretéritos… Pero, si me permiten la licencia, lo que a mi me parece es que con quien mayor parecido guardan es con una compañera de generación tan estridente como Azealia Banks. Olvídense de cuando a la del «212» le da por ponerse electro-punka y piensen más bien en esa vertiente suya de recuperación del house noventero empapado en lubricante anal. Unos y otra se están dedicando a refrescar una época que no vivieron. Aunque, eso sí, también es de recibo suponer que, cuando la Banks se decida a publicar su debut, será algo así como puro «dispeed» (para los cortos: disco + speed), mientras que los Lawrence lo han hecho… Lo han conseguido… En su haber tienen el «dis-cocaína» definitivo.