Cuentan que Leonardo da Vinci poseía en su estudio un dispositivo diseñado por él mismo, una serie de cucharas milimétricamente construidas para albergar en cada una la cantidad exacta de pintura. Los tamaños se basaban en fórmulas matemáticas que aseguraban, a la hora de mezclar los colores, la obtención de matices en su justa proporción respecto a las leyes de la naturaleza. Un día, el nuevo discípulo, deslumbrado ante tan complicado artefacto, le preguntó a otro cómo usaba da Vinci este mecanismo en sus pinturas. La respuesta que se llevó fue esta: “¿El maestro? Nunca lo usa”.
Bradford Cox, otro genio pero de nuestro tiempo (y salvando las distancias, siglos y disciplinas, claro), es un chico hiperactivo de Athens, Georgia, obsesionado con la música. Ya sea al frente de Deerhunter o en solitario al nombre de Atlas Sound, Cox nos ha proporcionado en los últimos años varios de los momentos más interesantes y personales de la escena indie actual, sacando canciones a un ritmo endiablado. Siempre he tenido la sensación de que, si le diera la gana, sería capaz de componer La Canción: ese tema redondo e insuperable, perfecto. Un “Yesterday”, un “Be My Baby” o un “Lovesong”. Pero Cox es demasiado punk para menesteres tan triviales como ser recordado de aquí a la eternidad con una obra maestra, demasiado humano para perder el tiempo buscando la perfección. Lo que a él le pide el cuerpo es hacer música sin parar, y ya está.
Parece ser que, durante el proceso de creación de lo último de Deerhunter, el amigo Bradford se vio con la nada desdeñable tarea de de reducir 120 composiciones a 12, porque la industria musical es así de cruel. «Monomania« (4AD, 2013) empieza con el verso “Finding the flourescence in the junk, by night illuminates the day” y a eso suena precisamente este disco: a luces de neon en un vertedero oscuro. El segundo tema se titula “Leather Jacket II” y nos da más pistas: punk macarra y chupas de cuero, motocicletas ruidosas y palillo en la boca. Quizá a esta actitud desafiante y respondona es a la que se refiere Cox cuando habla de “garage nocturno” para describir este trabajo, repleto de distorsión estridente y estribillos in your face. Como aquel que escupe en “Dream Captain” eso de “I’m a poor boy from a poor family”, con una sencillez abrumadora. Dos simples acordes que golpean como dos puñetazos.
En la sencillez y en la repetición se ha basado siempre gran parte del sex-appeal de Deerhunter, y no echamos en falta a ninguno de ellos aquí, para no olvidarnos de que estamos escuchándolos. Desde el punteo surfero de “Blue Agent” al fantástico clímax psicodélico que alcanza “Sleepwalking”, todo suena familiar y a la vez ligeramente extraño. “Pensacola” suena a The Strokes de viaje rockabilly, y qué decir de “Monomania”, tema principal del disco que presentaron en directo no con poco revuelo en el programa de Jimmy Fallon. “Monomania” es la cima de este trabajo, el corte que desnuda del todo a Bradford Cox y nos transmite su obsesiva relación con la música. Cuando canta “mono-monomania” como poseído, en realidad nos está gritando “sólo me interesa esto-esto-esto” mientras nos asalta un tsunami de ruido y nos clava una inyección de voltios en vena. Mucha tela.
Seguro que alguien en la sala recuerda ese videojuego de los 80s / 90s en el que tripulábamos una nave espacial. Si esta superaba el borde de la pantalla por la izquierda, desaparecía para volver a aparecer por la derecha. Parecido a lo que hacen Deerhunter en esta ocasión, que mirando al pasado y recreando tiempos pretéritos, van más allá del mero revival por imitación y aparecen por el otro lado, en el futuro cercano, cayendo en una posición sorprendentemente fuera de lugar, pero de pie y con el orgullo intacto. A lo largo del disco se oyen los ecos de los rugidos de MC5 y The Stooges, los exabruptos lo-fi de Pavement y las ingeniosas melodías de Pixies. Pero, más allá de ser una lección de historia, esto es Deerhunter homenajeando todo lo relacionado con el rock’n’roll y el punk más puramente norteamericano, convirtiéndose en todos aquellos grupos y en ninguno a la vez. «Monomania» probablemente no es el mejor disco de Deerhunter, pero es interesante y divertido ser testigos de este ejercicio de transformismo y camuflaje, a la vez que nos pone los dientes largos, como siempre, por ver qué es lo siguiente que se les ocurre a Bradford Cox, Lockett Pundt y compañía. Y, ¿lo mejor de todo? Que lo veremos en directo muy pronto.