Considerando que «En La Juventud Está El Placer» narraba parte de la infancia de Denton Welch y que «Primer Viaje» parece proseguir con sus propias vivencias en una época adolescente, cualquiera podría dejarse llevar por un seductor canto de sirena que induzca a pensar que lo de este autor es pura autobiografía. Y sería un error. Porque lo cierto es que estos dos títulos han sido publicados en este orden en España de mano de la editorial Alpha Decay (dentro de una Bilblioteca Denton Welch que nos augura futuros placeres lectores), pero fueron escritos y editados originalmente en orden inverso. Así que leerlos en este orden natural puede provocar la falsa apariencia de que este es otro de los autores confesionales que hizo (y que siguen haciendo) de su propia vida la principal inspiración de su obra. Aquí llega el segundo agravante: «Primer Viaje» se publicó originalmente en 1943, varios años después de que Welch fuera arrollado por un coche mientras paseaba en su bicicleta. El autor no quedó paralizado, pero sí que sufrió dolores crónicos y diversas complicaciones (como una tuberculosis espinal) que acabarían conduciéndole a una muerte prematura en 1948. Esto deja sólo cinco años de escritura que no es difícil intuir frenética y que culminarían con la (verdadera) autobiografía inconclusa del escritor: «A Voice Through A Cloud«.
Y digo que no es difícil intuir el frenetismo en las letras de Welch porque sus dolencias y la sombra de una posible muerte prematura debieron ser la principal espoleta a la hora de conducir al escritor hacia un estilo personalísimo, repleto de imágenes, metáforas y descripciones minuciosas con las que parecía querer atrapar la vida minuto a minuto, palmo a palmo, color a color, emoción a emoción. Esto ya quedó suficientemente patente en «En La Juventud Está El Placer«, un libro en el que las vívidas descripciones de Welch convertían la lectura en una experiencia puramente sensorial y frecuentemente (homo)erótica. La primera sorpresa al destapar «Primer Viaje«, sin embargo, es una prosa menos enredada, menos pausada, con un ritmo mucho más fluído que, sin necesidad de sacrificar la profunda sensorialidad de las descripciones, sí que consigue que el tiempo circule con mayor brío. Desde la primera página, donde el meado de un caballo es descrito utilizando la pompa de la alta poesía, Welch se distingue como un artesano de la palabra justa como pieza de un puzzle puesto al servicio del fresco de colores brillantes: aquí ya hacen acto de presencia las descripciones certeras de vestimentas (sobre todo, femeninas) y objetos de lujo que más tarde seguirán presentes en la prosa del escritor.
De una forma similar, en «Primer Viaje» también se desvela un sentido del erotismo que se convertirá en marca de la casa de Welch: a medio camino entre lo recatado (en la forma) y lo perverso (en el fondo), en este libro ya hay escenas de alto voltaje como los placenteros azotes del profesor en el internado. Por lo común, sin embargo, el placer está en el detalle (más que en la juventud): en la mirada furtiva del cuerpo semidesnudo del soldado que se afeita o en el gesto de ese mismo personaje cuando, enseñando a fumar al joven protagonista, le coge la mano y la pone sobre su estómago. De hecho, es curioso observar cómo en «Primer Viaje» las dos caras de la sexualidad empiezan a definirse en su propia polaridad… Por un lado, Welch siente un gran apego hacia lo femenino, ya sea en sus amistades o en ese pasaje semi-delirante en el que Denton viste las ropas de su amiga y se lanza a la calle haciéndose pasar por una chica. Y, por el otro, el universo masculino (rozando lo macho) se erige como un faro fascinante para su sexualidad, como ese baile de cabaret a las órdenes de un marine borracho en el que se palpa una dulce ambigüedad tan identificable con la confusión adolescente.
Sin embargo, lo que acaba convirtiendo «Primer Viaje» en uno de los libros de viaje más interesante de la historia de este sub-género literario es, precisamente, lo poco que tiene de libro de viaje. Es cierto que el leit motif es el viaje del autor a China (e incluso la ruta por el interior que realiza a la búsqueda de reliquias de coleccionista), pero precisamente por eso resulta tan sumamente fascinante cómo Denton se mantiene bien lejos de la cultura autóctona. Él mismo lo exclama hacia el final del tomo: «Me encanta ver cosas que no son chinas cuando estoy en China«. Esta declaración de intenciones vendría a explicar la impermeabilidad del escritor hacia su entorno: una vez en el país de destino, sus relaciones se focalizan en otros occidentales de la misma manera que los ojos a través de los que mira son los mismos con los que contempla en las primeras páginas la catedral de Salisbury. «Primer Viaje» no fascina por decubrirnos un nuevo mundo externo, sino más bien porque sigue profundizando en un mundo interno, el de Denton Welch, que es un pozo sin fondo de intensidad emocional.