Bradford Cox dio, por fin, con la fórmula mágica. Era cuestión de tiempo que su hiperactividad creativa explotase en un disco pluscuamperfecto y arrollador. Seguramente esos y otros adjetivos se están repitiendo por doquier tras abordar la escucha de “Halcyon Digest” (4AD / PopStock!, 2010), pero no queda más remedio que rendirse a la evidencia. Esta sensación tan abrumadora y tan extendida (aunque, como siempre, surgen y surgirán opiniones más comedidas y reacias) sólo se produce muy de vez en cuando, en esos momentos puntuales en los que parece que las conjunciones planetarias alteran el estado normal de las cosas y de las personas. Toda esta palabrería ampulosa tiene su sentido, no es un simple gesto onanista que refleja el placer y el regusto de deseo satisfecho que genera el cuarto disco de Deerhunter, que se podría considerar como la sublimación de todas las virtudes que Cox fue mostrando tanto en compañía de Moses Archuleta, Josh Fauver y Lokett Pundt como en solitario parapetado detrás de su alias Atlas Sound. Precisamente, el último disco de su proyecto paralelo, “Logos” (Kranky / 4AD, 2009), se acabó convirtiendo en la pista de despegue de las verdaderas intenciones de Cox: seguir los atajos más directos e iluminados hacia un pop cristalino de raigambre compleja y ejecución sencilla (y viceversa), adaptado sabiamente al siglo que vivimos pero deudor de los sonidos clásicos de los 50 y 60.
Siguiendo un orden cronológico inverso, el EP “Rainwater Cassette Exchange” (Kranky, 2009) y el álbum “Microcastle” (Kranky / 4AD, 2008), ambos bajo denominación Deerhunter, ya habían anticipado la dulcificación de su discurso y la concreción de sus múltiples influencias (desde la distorsión entre noise y shoegaze hasta la experimentación post-rock / pop) en un sonido expansivo y refulgente: atrás habían quedado las píldoras progresivas de psych-rock del EP “Fluorescent Grey” (Kranky, 2008) y la aparente indefinición de la receta indie-rock-espacial de “Cryptograms” (Kranky, 2007). Aunque, analizado en perspectiva, este proceso realizado en sólo tres años habría que verlo como un plan que el propio Cox ejecutó (premeditadamente o no, esa es otra cuestión) para ir depurando la propuesta de la banda de Atlanta hasta la alcanzar la excelencia: imagínenselo encerrado en su laboratorio sonoro, cual doctor chalado, ante sus retorcidos tubos de ensayo, sus vasos comunicantes y otros artilugios extraños, dibujando con la mirada el recorrido de un líquido de color indescriptible pero brillante, cegador, cuya última gota resultante vendría a ser “Halcyon Digest”.
Posiblemente, este sea el trabajo que más fielmente retrata el universo personal (y más íntimo) de Cox, inclinado esta vez a jugar con sus recuerdos musicales de niño y adolescente y con la nostalgia que le provoca rememorar aquellos vinilos que en su momento debieron de invadir cada rincón de su casa familiar. De ahí que, de entre los cientos de referentes que siempre sirvieron para acotar sus canciones multidireccionales, ahora haya que centrarse en los pertenecientes a una época determinada: la de los días de vino y rosas de la Motown, de los grupos corales masculinos que caracterizaron ese momento, de la edad de oro de la Costa Oeste americana… Pero, cuidado, esa esquematización no tendría que hacerse con el objetivo único de colgarle la etiqueta más sencilla: habrá quien afirme que, en algunas fases de “Halcyon Digest”, Cox se muestra como el reverso masculino de toda esa pléyade de voces femeninas que durante 2010 rescataron con gran habilidad y espíritu lo-fi el legado pop de los 60 (por encima de todas ellas, Bethany ‘Best Coast’ Cosentino). Aunque esa sea la base sobre la que reposa el LP, de ella florecen diferentes ramificaciones que hacen pensar que Cox se atrevió a darle varias vueltas más a esa tuerca. Eso sí, sin dejar de lado totalmente las señas de identidad de su crecimiento artístico, como queda patente en “Earthquake” y “Helicopter”, que establecen desde el primer segundo conexión directa con los Deerhunter más cósmicos y cercanos a los viajes interestelares de Brian Eno.
Sin embargo, una pieza muy similar en su presentación, “Sailing”, y otra que escapa de esos parámetros, “Basement Scene”, van apuntando, a medida que se desarrollan sus letanías parsimoniosas, hacia aquel chico (también de Georgia) que miraba al mar sentado en el muelle de la bahía… Y así, como quien no quiere la cosa, empiezan a aparecer los primeros rayos de sol provenientes de la otra punta del país, de la costa opuesta, la de California: “Don’t Cry”, “Revival” y “Memory Boy” condensan en menos de nueve minutos el pasado musical más brillante de la península playera. La culminación de ese repaso histórico deerhunteriano se produce con la vitalista “Fountain Stairs”, de asombroso parecido con lo último de Cut Copy, “Where I’m Going”, lo que constata que la fiebre del oro yanqui sesentera se extendió por todo el planeta Tierra. Tan difícil resulta huir de ese influjo, que uno no se da cuenta de la profunda huella de Sonic Youth en la magnánima “Desire Lines” hasta que llega a su ecuador, donde la parte lírica finaliza y da paso a una marea guitarrera magnética y absorbente. Dada la envergadura de tan tamaña empresa revisionista, incluso se perdona la boutade que Cox se saca de la manga con el saxo enrevesado de “Coronado”, la cual, tomándola sólo como estandarte de baja fidelidad, ni siquiera desentona con el resto del repertorio del álbum. Lo mismo se podría decir de “He Would Have Laughed”, que se interpreta como una dedicatoria final (con trasfondo filosófico) al fenecido Jay Reatard, uno de sus compañeros de tropelías.
“Halcyon Digest” supura emoción, personalidad, clasicismo y modernidad, todo ello conjuntado en un respetuoso homenaje al pasado anclado firmemente en el presente. Esa dualidad define igualmente la forma en que Bradford Cox reescribe sus sentimientos más privados y los encaja en la obra cumbre de su banda principal. Queda poco para que el año llegue a su fin y habría que empezar a asegurar que este disco acabará por situarse en el número uno de cualquier lista anual con algo de lógica… si de verdad estas líneas saliesen escupidas de un acto masturbatorio. Pero como el asunto no tiene nada que ver con eso, dejémoslo en que “Halcyon Digest” se meterá sin problema en el top 5 de los resúmenes que atestiguarán la gran cosecha musical obtenida a lo largo de 2010.