Mientras veía ese artefacto tan absolutamente perfecto que ha sido el final de la cuarta temporada de «The Good Wife«, intentaba imaginar qué pensaria de él alguien que no hubiera visto jamás la serie, trataba de imaginar si lograría entusiasmarse tanto como yo. En principio cabría imaginar que sí, porque si algo es «The Good Wife» es accesible: es una serie (y por eso, entre otras cosas, nos gusta tanto) de las de toda la vida, de las que veías antes de saber qué era un cliffhanger o cuánto dinero pedía el showrunner por renovar una temporada más. Es televisión para los que amamos la televisión, maravillosamente artificiosa y pensada simplemente para hacer disfrutar. Y, sin embargo, creo que no, que el efecto no sería el mismo. Seguro que un primerizo podría apreciar ese comienzo arrollador, ese ritmo ya no trepidamente sino absolutamente loco, ese guión brillante capaz de retorcerse sobre sí mismo varias veces sin que resulte artificioso, ese finísimo sentido del humor o esa pluscuamperfecta manera de superponer tramas de forma que todo acabe encajando. Cualquiera que vea el capítulo «What’s in the Box?» reconocerá un producto de primera categoría, pero probablemente no estaría pegando estúpidos saltitos de emoción como hicimos los fans durante esos 42 minutos.
Sí, en este episodio no iban a descubrir quién era el asesino, ni el protagonista iba a pronunciar el nombre de otra en su boda ni nadie iba a ponerle el tapón a la isla. Probablemente no iba a haber grandes revelaciones ni grandiosos acontecimientos, pero yo estaba en tensión. Yo estaba viéndolo con una copa de vino en una mano, con la boca abierta ante cada vuelta de tuerca, con una sonrisa permanente e increíblemente estúpida que (me imagino) delataba lo bien que me lo estaba pasando. Porque se trataba de eso: me lo estaba pasando cojonudamente bien. Sin efectos especiales, ni apocalipsis zombis, ni khaleesis buenorras… «The Good Wife» es, creo, la serie que más me hace disfrutar en este momento. Y siendo como es una serie transparente y que casi cualquiera podría ver cogiendo un capítulo por separado, tiene mucho de celebración de fans, de broma privada que sólo los habituales sabemos apreciar nada. Quizá no hayas visto aún el final (y si es así, tranquilo, porque no te lo voy a destripar), pero si eres habitual y te digo que en el mismo capítulo hemos visto al juez Abernathy, a Colin Sweeney y a Patti Nyholm seguro que, como yo, ya estás sonriendo. Pues de eso estoy hablando.
Todo esto cuando llega al final de su cuarto año en antena, con esas demenciales temporadas de 22 episodios que impone la televisión en abierto usamericana. Noventa episodios y «The Good Wife» sigue más fresca que nunca, sigue sorprendiendo, sigue asombrando con su inteligencia, su precisión, su controladísimo cinismo, su asombrosa capacidad para en-tre-te-ner, para sentarse y disfrutar de un rato que sabes que te va a convencer, que te va a divertir sin hacerte sentir imbécil por ello. Han pasado muchas cosas en estos 22 capítulos y los personajes (¡Los personajes! ¡Los personajes!) han continuado en ese perpetuo baile de las sillas musicales donde nunca jamás se están quietos, donde cada movimiento de uno afecta al otro y sólo cuando te paras a pensar de dónde venías en octubre y hasta dónde has llegado en mayo te das cuenta de lo maestros que son los King. «The Good Wife» ha renunciado a tener un gran arco de temporada, la receta del éxito de su segunda tanda de episodios, la que supuso el salto de calidad definitivo y su subida a los altares: ha optado por tener varios, por jugar con ellos y resolverlos o estirarlos justo cuando esperamos que haga lo contrario. Y, de nuevo, en esto se ha salido con la suya de manera magistral.
Este artículo es, sí, un escupitajo de puro talifán. Está escrito por alguien que vive con pánico a pensar que algún día necesariamente su serie pegará el bajón, que llegará un momento en que la chispa dejará de saltar cada vez que sepa que tengo episodio nuevo por ver. Da lo mismo. Primero, porque, en el peor de los casos, uno no podrá menos que estar eternamente agradecido por todas estas horas de diversión. Y segundo, porque de la forma en que quedan dispuestas las piezas sobre el tablero después de ese magnífico final, la quinta temporada pinta de nuevo excelente, apunta a que «The Good Wife» seguirá siendo la serie que lo hace todo bien, la serie a la que decides comenzar a alabar y no tienes ni idea de por dónde empezar. No sé qué más deciros a los que todavía no la veis. Supongo que simplemente que tenéis que verla: merecéis disfrutar tanto como yo. «Fantastic Series«, dice el título. Y tanto.