[El pasado 21 de abril se celebró en Barcelona El día minimúsica: un minifestival para niños al que enviamos a dos de nuestros colaboradores acompañados de su sobrino. La idea era realizar una crónica al uso del festival y una colección de fotos que captara los looks de los niños… Pero los niños son niños, e hicieron imposible fotografiar sus looks. Así que, al final, aquí tenemos mejor una crónica desde la visión de Pau Ortiz Caballero, con la ayuda de su tita Miriam Arcera y fotos de Antonio Caballero]
El tito Pelos y la tita Miri me llevaron a un festival este domingo. Era El día minimúsica, un festivalaco casi casi igual que los que celebran los mayores, equiparable al Primavera Sound o el Sónar pero en versión light para niños. Nosotros también tenemos derecho a un festival digno. A nosotros también nos gusta la música indie y lucir palmito. Claro que sí.
Yo ya tenía experiencia en festivales porque mi tito es muy cool y me llevó cuando tenía dos años al Sónar Kids. Soy un pequeño hipster. Y me gusta.
Antes de llegar al FESTIVAL, había que refrescarse el gaznate (nivel experto festivalero). Así que me bebí un Cacaolat a toda prisa para coger energías. Ya en la entrada nos pusieron en la mano un sello de un tigre muy molón y, como experto en festivales que soy, pasé por la entrada de seguridad alzando la mano para que vieran que llevaba la marca.
Dentro me esperaban varios escenarios y las temidas solapaciones (de esto siempre hablan los mayores cuando van a festivales), además de un tíovivo lleno de personajes encantadores (de esto no hablan nunca). Cuando logré subirme a él, miles de emociones surgieron en mi pequeño cuerpo y en el de mis compañeros. Algunos sentían terror y mareos al girar debido a su poca experiencia en este tipo de eventos. Otros, por el contrario, disfrutaban de su primera vez con una gran alegría. Para un experto como yo, las sensaciones de euforia eran comedidas: disfrutando del viaje pero sin pasarse a los extremos. Hay que saber mantener la compostura y portarse como un mini-caballero. Siempre.
Entramos al recinto, y en la primera sala, al lado de las barras, nos encontramos con un montón de puffs molones de Woouf. No pude evitarlo: me tiré en plancha a los teclados, los amplis, las hamburguesas, las patatas fritas… ¡Son tan blanditos!
Todo esto fue muy diver, pero ya iba siendo hora de bailar. Llegamos para ver a Beach Beach tocar la canción del Mamut; y yo, que soy muy sabrosón, me puse a bailar con los demás peques en las primeras filas. Mis compañeros llevaban maracas, cajas chinas y otros instrumentos de percusión. Luego llegó Joan Colomo con una guitarra ¡cuadrada! a cantar canciones dedicadas a la escuela y a la importancia de tener una que sea pública y de calidad, algo que unos señores muy feos que nos mandan a todos quieren quitar. Por último vimos a Mujeres, que nos hablaron de cohetes y de bambas y una groupie muy simpática y graciosa subió al escenario a cantar con ellos.
Llegó el descanso y nos pasamos por los talleres que se celebraban en la sala de al lado. Allí pudimos pintar unas zapatillas Victoria de papel, customizándolas a nuestro gusto. Había un montón de modelos superchachis. También había un karaoke, un taller de decoración de galletas y algunas mesas con juegos. Después de dibujar y entretenernos un rato, nos volvimos a mover hacia el escenario que se encontraba al aire libre, donde nos topamos con un montón de niños que jugaban con una pelota gigante. Unos cuantos pelotazos después, empezó la actuación de Candela y los Supremos, una niña muy maja que canta sobre animales como la abutarda, el camaleón o el salmonete. Y también sobre problemas cotidianos y pequeños dramas como los piojos.
Volví a bailar subido a los hombros de mi tito Pelos quién movía mis piernas al compás de la música mientras yo reía a carcajada limpia, disfrutando a tope del espectáculo. Pero todo lo bueno se acaba y el hambre rugía en mi pequeño estómago, así que nos marchamos a casa, con el sello del tigretón todavía marcado en la mano, para recordarme por unas horas lo bien que lo habíamos pasado… ¡Hasta la próxima, minimúsica!