En «12 Desperate Straight Lines« (Merge, 2011), Michael Benjamin Lerner conseguía, a la vez que se quitaba de encima algunos fantasmas del pasado relacionados con el desamor y el desengaño, facturar el mejor disco de su proyecto personal, Telekinesis. Durante esa época, hace un par de temporadas, se empezaban a imponer los sonidos basados en la energía de Dinosaur Jr., los arrebatos de Superchunk, la jovialidad de The Lemonheads y los modos lo-fi de Pavement, lo que permitía intuir que el revival del indie-rock noventero estaba cerca. Lerner, lo quisiera o no, tenía todas las papeletas para ser metido en aquel saco, ya que caminaba por la misma senda de grupos tan dispares como Yuck o Real Estate y su ciudad natal era Seattle… Pero el chico, aunque no renegaba de sus sagradas raíces musicales, parecía rechazar el hueco que le reservaban en dicha nueva ola. De hecho, si él mismo hubiese tenido que elegir sobre qué nueva ola situarse, quizá hubiese preferido alguna completamente distinta: por ejemplo, a la que habían pertenecido The Cure, a juzgar por el pulso new-wave de «Please Ask For Help» y «Country Lane», dos de los cortes más sobresalientes de «12 Desperate Straight Lines«; o incluso en la que se incluirían Death Cab For Cutie, cuya versión vitaminada se apreciaba en «You Turn Clear In The Sun» y «Car Crash».
La referencia a la banda liderada por Ben Gibbard no es casual: su guitarrista, Chris Walla, había sido el productor de aquel álbum de Telekinesis y de su antecesor, «Telekinesis!» (Merge, 2009), lo que confirmaba que Lerner sabía a qué árbol arrimarse para que sus virtudes relucieran. Los buenos resultados de ambos LPs sólo podían obligarle a repetir estrategia de cara a la grabación de su tercer disco, “Dormarion” (Merge, 2013), aunque recurriendo a otro hombre: Jim Eno, batería de Spoon, con el que se trasladó a Austin (Texas) para dar forma a sus nuevas canciones en un estudio ubicado en la calle Dormarion (de ahí su extraño título, por si alguien se preguntaba su origen…). Así, tal como había sucedido en el pasado, Lerner absorbió cual alumno aplicado todas las enseñanzas de su mentor, lo que hace que, inevitablemente, vengan a la cabeza las diversas caras del pop sólido y rocoso de los mentados Spoon en la eufórica y adhesiva “Power Lines” o en las poderosas “Wires” y “Dark To Light”.
Pero “Dormarion” no sólo funciona como el escaparate de la colaboración codo con codo entre Lerner y Eno, sino que también enseña las diversas formas que puede adoptar el moldeable repertorio de Telekinesis: en ese proceso, su guía tanto recupera de su pasado cierto espíritu punk-pop (“Empathetic People”) como saca a pasear su vena acústica y tranquilota (“Symphony”), mientras mira de reojo a sus héroes Guided By Voices (“Little Hill”), a los que ya había rendido tributo en su EP «Parallel Seismic Conspiracies» (Merge, 2010). Entre medias, sin embargo, Lerner ejecuta tres piruetas inesperadas en sendas canciones que justifican el precio que pague el comprador de este disco: la etérea y hechizante “Ghosts And Creatures”; la soleada “Lean On Me”, de hechuras clásicas que remiten a un imaginario encuentro en un chiringuito de playa entre The Beatles y The Beach Boys; y la menos evidente, “Ever True”, pieza de synth-pop que discurre entre ritmos programados conservados en formol desde principios de los 80.
¿Simple diversión o ganas de experimentar con diferentes elementos con los que seguir trabajando en el futuro? Es probable que en la mente de Michael Benjamin Lerner confluyan ambos pensamientos, ya que «12 Desperate Straight Lines» fue el primer gran paso y “Dormarion” es la constatación de cómo el músico de Seattle materializa el plan de Telekinesis: en constante movimiento y sin ataduras estilísticas, aunque en su subconsciente se alojen las influencias del rock seatleita en particular y norteamericano en general que cuajó durante la década de los 90. Lerner ya ha comenzado a deshojar la margarita para decidir hacia qué caminos desviarse en su siguiente disco.