Nathan Williams ha sabido mantenerse en el buen camino iniciado durante el proceso de creación del penúltimo disco de Wavves, «King Of The Beach« (Fat Possum, 2010): la entrada en su vida de Bethany Cosentino había logrado centrarle hasta abandonar definitivamente su aura de joven problemático que corría el peligro de acabar tanto con su salud personal como con su carrera profesional. Si obviamos los detalles más propios del cotilleo indie, la relación entre la estelar pareja había cuajado de tal modo (para algunos medios especializados era -y sigue siendo- la gran historia de amor del rock alternativo norteamericano contemporáneo) que la positiva influencia de la lideresa de Best Coast se apreciaba incluso en la portada del álbum citado anteriormente, ya mítica, en la que aparecía su gato Snacks disfrazado como ‘el rey gatuno del puestazo marijuano en un decorado ultra-psicodélico y colorista’. El contenido sonoro de ese LP también mostraba la evolución de Williams y su banda, que pasaba de ser un elemento discordante que buscaba la subversión eléctrica a base de ruido desordenado y noise salvaje a una máquina perfectamente engrasada de surf-punk-rock soleado con trazas de pop playero.
Ese sólo fue el punto de partida del crecimiento paralelo de Williams como músico y de Wavves como grupo, en cuyo seno se producirían, poco a poco, algunos importantes cambios: Billy Hayes (antiguo componente de la banda del malogrado Jay Reatard) dejaba su puesto en la batería a Jacob Cooper; una major, Warner (vía Mom + Pop, filial de Sony), se convertía en su nuevo hogar discográfico; y John Hill, conocido por sus colaboraciones con diversas luminarias mainstream (P!nk, Rihanna o Shakira…), se iba a encargar de la producción de su siguiente largo. Pero que no cunda el pánico: Nathan Wiliams no permitió que el espíritu rebelde y autosuficiente de Wavves se pervirtiese en busca de un éxito inmediato, artificioso y efímero quizá no deseado, ya que él mismo tomó las riendas (incluida la financiación) de la grabación de su cuarto LP, “Afraid Of Heights” (Warner, 2013), para dar continuidad a los buenos resultados de “King Of The Beach”, que había mostrado no sólo una brillante y pulida versión de su acostumbrado estilo mugriento y garagero, sino también su voluntad por explorar nuevos terrenos expresivos (pop a medio camino entre Phil Spector y The Beach Boys, pequeños experimentos copiados a Animal Collective y letras no sólo dedicadas a hablar de pasárselo bien en las calles y playas de California).
Ese aspecto poliédrico y refrescante de Wavves (aunque con un cambio de enfoque) se conserva intacto en “Afraid Of Heights”, a pesar de que los movimientos de Williams se dirigen, casi por inercia, al power pop de envoltura rock en el que se mueve como pez en el mar californiano: “Sail To The Sun” engaña al oyente con su intro melosa y plácida, para luego introducirlo en un torbellino rítmico impulsado por guitarras aceradas y la voz de Williams saltando entre charcos de euforia desmedida; “Demon To Lean On” se muestra más calmada y clásica, con una melodía deudora de los Weezer más rocosos; “Mystic” recuerda el parentesco del trío con No Age gracias a los acordes herrumbrosos de su estribillo y su pátina lo-fi; y “Lounge Forward” no baja el pistón quedándose con un pedazo de la energía de los últimos Cloud Nothings. Así se cierra el primer cuarto del disco, que fluye a toda velocidad, sin descanso ni inoportunos frenazos. Es decir: lo que se le pide a un álbum de Wavves.
Pero lo más interesante del lote surge cuando la banda se sale de sus presumibles puñetazos punk-pop exultantes, directos (“Paranoid”, “Beat Me Up”, “Gimme A Knife”) y no tan directos (“Afraid Of Heights”: homenaje simultáneo a Nirvana y Pixies) para probar que pueden defenderse con corrección en piezas acústicas y relajadas que incorporan arreglos, aparentemente, incompatibles con su estilo típico (las cuerdas de “Dog”); en canciones no tan obvias líricamente (como la historia de amor que esconde “Cop”); en composiciones tostadas por el sol de la psicodelia (“Everything Is My Fault”); y en tonadas alambicadas generadas en el laboratorio de Deerhunter («I Can’t Dream»). Estos intentos de abandonar los cánones establecidos permiten pensar que Nathan Williams tiene la firme convicción de que Wavves poseen las suficientes armas para ofrecer diferentes interpretaciones de sí mismos, aunque sus seguidores quizá prefieran que saquen a relucir sus maneras más desbocadas y aceleradas, en la línea de sus rivales Metz o Japandroids. Pero no hay que olvidar que Williams ya no es el de hace unos años, el inconsciente que se conformaba con soltar cuatro gritos y algún guitarrazo mientras vivía al borde del precipicio: ahora persigue otras grandes metas. Gracias, Bethany, por haberlo guiado correctamente.