Que alguien vaya a decirle a Robert Smith que ya va siendo hora de que acabe el concierto de The Cure que empezó el año pasado en el Bilbao BBK Live, porque poco faltará para que lo empalme con la próxima edición del festival… Si el inglés de la cada vez menos tupida cabellera eléctrica no quiere bajarse del escenario, no hay problema: Philip Ekström y sus The Mary Onettes están prestos y dispuestos para ocupar su lugar temporalmente en los corazones de todos aquellos seguidores del pop oscurillo que nació en los 80 enredado en telas de araña y con el que se derramaron mil y una lágrimas negras. Una posibilidad que los suecos desean que se materialice desde su presentación en largo con aquel lejano, pero todavía recurrente cuando los trances emocionales lo exigen, “The Mary Onettes” (Labrador, 2007), donde se guardaban varias perlas sonoras sensibles, contenidamente épicas y causantes de hormigueo inmediato en el estómago: “Void”, “The Laughter” o la gigantesca “Lost”, con las que resultaba fácil olvidarse de sus evidentes parentescos e influencias gracias a sus memorables melodías pasadas por el infalible tamiz del pop sueco en general y de su casa discográfica, Labrador, en particular.
Prácticamente por los mismos motivos, The Mary Onettes obtuvieron un merecido perdón cuando repitieron la jugada en su siguiente referencia, “Islands” (Labrador, 2011), a pesar de que los cuatro años transcurridos con respecto a su antecesor podían haber funcionado como paréntesis en el que refrescar ideas. No importaba, dado que durante el proceso el cuarteto de Jönköping había sido capaz de reunir otro ramillete de canciones tan redondas como “Dare”, “God Knows I Had Plans” o “Symmetry”. Claro que, independientemente de sus satisfactorios resultados, la propuesta de The Mary Onettes debía romper de algún modo sus límites para no estancarse y convertirlos en la mejor banda de tributo a The Cure pero con temas propios, en la línea de sus compatriotas Shout Out Louds, otros fieles discípulos del papa Robert Smith. En su tercer intento, “Hit The Waves” (Labrador, 2013), parece que Ekström y amigos se han dado cuenta de que les sienta bien saltarse algunos de sus esquemas habituales.
Esa pequeña revolución interna iniciada en The Mary Onettes se simboliza en una imagen: la que ilustra la carátula de “Hit The Waves”, repleta de una vegetación viva y de sugerente color verde, muy distinta a las de los dos anteriores discos de los suecos, en las que los tonos fríos, la neblina y la naturaleza solitaria eran los elementos fundamentales. Pero no se confundan, ya que The Mary Onettes no se han tirado de lleno a la piscina de la exuberancia tropicalista como en su momento hicieron Friendly Fires o Van She: ellos permanecen bien secos y vestidos con su indumentaria dark, aunque su tenso músculo new-wave se ha relajado para introducirse en pasajes oníricos recreados con los pies humedecidos por el agua del mar (“Evil Coast”), los ojos cerrados soñando con encuentros románticos en la tercera fase (“Hit The Waves”), los oídos anclados en sonidos nacidos hace tres décadas pero inalterables ante el paso del tiempo (“Years”, “Don’t Forget (To Forget About Me)”) y el cuerpo y el alma mecidos por la brisa baleárica (“Black Sunset”).
Tales somníferas y poéticas alegorías nos llevarían directamente a afirmar que The Mary Onettes se han pasado a la orilla del chill… ¿Pero cuál? ¿Chill-out? ¿Chillwave? ¿Chill-pop? Ninguno de ellos, sino a lo que se podría denominar ‘chill-new-wave’; y es que, pese a su reconstruida apariencia formal, no abandonan su querencia por ensombrecer su lírica e insinuar que la felicidad en esta vida es inalcanzable del mismo modo en que lo hicieron siempre, observando permanentemente la silueta de Robert Smith, perfilada esta vez por los rayos de un sol que se oculta en el horizonte sobre la fina arena de alguna cálida playa. De hecho, la figura del líder de The Cure se muestra en todo su esplendor en el tramo final de “Hit The Waves”, cuando “Blues” surge como una versión adormilada por el calor estival de “The Lovecats”, “Can’t Stop The Aching” recupera el pulso new-wave entre dulces recuerdos a “Just Like Heaven” y “Unblessed” sumerge los acordes de guitarra de “Fire In Cairo” en un frasco de nostalgia almibarada.
Demasiados parecidos razonables, de acuerdo, pero interpretémoslos como licencias que The Mary Onettes se toman para no verse a sí mismos demasiado desfigurados por una serie de transformaciones que, al principio, chocan, aunque con cada escucha se van asimilando con mayor facilidad. Quizá el próximo álbum de los suecos confirme que esta metamorfosis avanza en la buena dirección. Mientras tanto, Philip Ekström espera que Robert Smith jamás salga de su espiral de conciertos eternos y nunca se baje del escenario para coger por fin su testigo y que algún día le canten aquello de “vamos, Philip, sal a bailar, que tú lo haces fenomenal…”.
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