La de «The Americans» es una de esas reseñas televisivas que te pueden dejar vendido en muy poco tiempo, hacer que desees tragarte cada letra que has escrito hace apenas unos días. Por eso hemos preferido dejar pasar unas cuantas semanas, degustar unos cuantos episodios, para mojarnos sobre ella: porque uno ve el piloto de la nueva serie de FX y se queda con la sensación de que el episodio en sí funciona, de acuerdo, pero que a partir de ahí la cosa puede ir muy, muy bien o muy, muy mal. Ahora que ha transcurrido la mitad de su primera temporada (y ya sabemos que habrá al menos una segunda) parece que ya tenemos elementos suficientes para formarnos una opinión más o menos ajustada.
Primero, pongamos en antecedentes a quienes no sepan de qué va esta historia. «The Americans» es, a grandes rasgos, una historia de espías soviéticos infiltrados en suelo estadounidense en plena Guerra Fría, al poco de comenzar el mandato de Reagan. Y cuando decimos infiltrados queremos decir infiltrados… Elizabeth y Philip se han casado, han tenido hijos y llevan años sacando adelante una vida y una familia que por una parte son una tapadera, pero por la otra son innegablemente reales en tanto que son tangibles: existen, luego no pueden ser falsas. Un planteamiento que lleva a una doble complejidad, para la trama y para la serie en sí: para la trama, porque es muy interesante explorar la permanente contradicción que para los personajes supone ese matrimonio que en realidad es ficticio pero en realidad es auténtico; y para la serie porque, como siempre que uno escoge como protagonistas a los «malos», se debe cuidar mucho de hacerlos lo suficientemente empáticos como para que al público le interese lo que les pasa pero tomar la suficiente distancia como para que no se entienda que los estamos glorificando (ya sabéis: la eterna discusión sobre la moralidad o no de «Los Soprano«).
Mucho que asumir para un sólo episodio, el piloto, que debe sentar todas esas bases, explicarlo todo razonablemente bien y, además, ser entretenido y enganchar. Tenía todas las papeletas para ser uno de esos pilotos que se estrellan por querer contar demasiado y, de hecho, asustaba su duración (setenta minutos, como si esto lo dirigiera Daniel Écija). Pero no, la cosa funcionaba razonablemente bien: la historia parecía atractiva, se nos contaba lo justo sin bombardearnos con información y nos dejaba con ganas de más. O sea, bien. Pero como decía antes, al final quedaba esa incertidumbre de «todo esto está muy bien, pero a ver por dónde me vas a llevar a partir de ahora«. Según el rumbo que tomara, aquello tenía posibilidades de convertirse en un culebronaco con pretensiones o en otra tediosa historia de megaconspiraciones.
Pues buenas noticias: ni una cosa ni la otra. «The Americans» es inteligente y sabe combinar muy bien sus elementos, que son muy diversos y no tenían por qué casar necesariamente bien. No se pierde en la recreación de la época, y hace bien (porque al final acaba transmitiendo a la perfección el estado de ánimo de aquella sociedad por la vía de los hechos). Además, maneja con maestría el equilibrio entre contarnos una historia de no-amor de una no-pareja y una trama de espías que funciona maravillosamente bien. Va dosificando astutamente la información sobre ambas, de tal forma que se van retorciendo (y entrelazando) progresivamente, sin que resulte forzado y sin detenerse a deleitarse sobre sí misma. Y va construyendo todo esto al estilo FX, elaborando tramas sólo ligeramente episódicas que poco a poco van elaborando los grandes arcos argumentales; es decir: como la buena televisión, construye temporadas sin dejar por ello de construir episodios. Y ahora, para rematar, han metido a Margo Martindale, lo cual hace que automáticamente cualquier serie mole un 35% más. Así que no hay duda: por mucho que el nivel esté bajo y no sea mucho decir, «The Americans» es claramente el mejor estreno de la temporada de la parrilla americana. No hay que perdérsela.