[David Martínez de la Haza] La bendita contradicción en «Las Ventajas de ser un Marginado» (“The Perks of Being a Wallflower”) es que, a pesar de ser una historia cien veces contada, llega como una bocanada de aire fresquísimo a la cartelera. Y es que, en el panorama cinematográfico actual, esta historia de integración social y superación personal de un muchacho con un pasado turbulento es una especie de rara avis, básicamente por su construcción clásica y su envoltorio casi anacrónico.
Aquí, es cierto, resuenan ecos enormes del maestro John Hughes, pero también de aquella estimable “Dead Poets Society” de Peter Weir. La adaptación de Stephen Chbosky de su propia novela no engaña a nadie: aquí sabemos todos a lo que hemos venido. La cuestión es si compras o no… Y yo compro. Es verdad, tenemos todos los clichés del mundo (el profesor de literatura, “El Guardián Entre El Centeno”, el amor platónico, la historia homosexual encubierta, etc.), pero todo está tan magníficamente presentado que, en el regusto final, ese cúmulo de tópicos es (o debería ser) lo de menos.
Una mención globalmente positiva merece su reparto principal, con un Logan Lerman construyendo una interpretación comedida y llena de empatía; y con un Ezra Miller sencillamente brillante. Particularmente, chirría un poco un cierto problema de miscasting con Emma Watson, pero ello no ensombrece un más que notable trío protagonista…
En un mundo perfecto, los adolescentes de hoy se emocionarían viendo “Las Ventajas de ser un Marginado”… Sin embargo, la realidad seguramente es otra, y quienes en realidad nos enternecemos con esta historia somos ya adultos resabiados que sonreímos, con cierto tono de condescendencia y añoranza, ante esos muchachos que aún no saben cuál es esa canción que, por un momento, les hace ser infinitos.
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[Déborah Camañes] “Las Ventajas de ser un Marginado” no deja de ser una coming on age movie cargada de tópicos y de clichés muy sobadetes. Obviamente, toda teen movie se articula en parte a partir de estereotipos, pero hay que saber dominarlos para no terminar con una peli noña o, Dios no lo quiera, un “Twilight”. El problema de Chbosky es que sentimentaliza el angst adolescente y lo reduce a una circunstancia traumática, en este caso, y en clave de giro final, los abusos que dan base al carácter introvertido de Charlie (Logan Lerman). Los momentos más brillantes del film son aquellos más cotidianos o los vinculados a situaciones que todos, a grosso modo, hemos vivido: el primer año de instituto, el primer beso, las primeras fiestas, la iniciación en el mundo de las sustancias tóxicas y esa canción, la canción que puso banda sonora a alguna de nuestras salidas nocturnas. Pero, ¡que no os engañe la enumeración de referencias musicales y literarias! ¡No os dejéis embaucar por esta falsa nostalgia idealizada! Toda película de adolescentes debería hacer referencias a la cultura popular, porque de eso va el periodo de aprendizaje y ese es el anclaje sentimental que ejerce este género con el espectador, de ahí a que perdonemos que no reconozcan a David Bowie y su hit “Heroes”. Aunque yo sigo sin verlo claro… Jesús bendito: ¿conoces a Morrissey y no a David Bowie?.
Chbosky apela de nuevo a ese sentimiento de que los amigos son tu familia cuando tienes la edad del pavo, pero el triángulo Patrik–Sam–Charlie no parece consolidarse. Es más, realmente nadie escucha a nadie: ni Charlie se deja realmente dar a conocer a los dos hermanastros, ni a Patrick (Ezra Miller) el marica pasivo-agresivo parece importarle dejar tirado a su nuevo amigo cuando más lo necesita, ni Sam (Emma Watson), que está demasiado ocupada en parecer una Manic Pixie Dream Girl cuando es más sosa que un plato de arroz, no tiene escrúpulos ni se plantea si puede herir los sentimientos del joven pagafantas. Al fin y al cabo, compararlo con las grandes obras de John Hughes le hace un flaco favor a Chbosky: Hughes no necesitaba conejos en la chistera para meter el dedo en la llaga del auténtico corazón adolescente.