Siempre que se habla del pop clásico de los 60 y de las ramificaciones de su árbol genealógico que llegan hasta la actualidad, se tiende a pensar sólo en su filiación anglosajona. Natural, puesto que se desarrolló gracias a los sonidos que en aquella época se intercambiaban (a veces lanzados como flechas) Gran Bretaña y Estados Unidos. Pero sería poco razonable e injusto reducir tan voluminosa cuestión a la puja entre dos imperios musicales por el imaginario cetro de un género determinado; también habría que destacar el modo en que el pop fue empapando, desde el mismo instante de su nacimiento, la cultura sonora de otros países hasta alumbrar toda una generación de grupos y solistas primero vistos como meros imitadores de sus referencias foráneas, luego como figuras arrinconadas en el olvido y, finalmente, como nombres a reivindicar. Esto mismo sucedió en España con conjuntos que la historia fue colocando en el lugar que se merecían: Los Brincos, Los Bravos, Lone Star, Los Sírex, Módulos… Todos ellos remiten a vinilos escuchados en compañía, guateques caseros, bailes inocentes, paseos llenos de gestos corteses y besos furtivos, elementos que parecen pertenecer a décadas lejanas pero que durante los últimos años han regresado al imaginario colectivo alternativo en nuestro país a través del trabajo de varias bandas que actualizan ese legado en forma de canciones brillantes, soleadas y, muchas veces, fieles a sus orígenes.
Podríamos incluir en esa lista a Tachenko, Wiggum (ambos publicarán próximamente sus nuevos discos), Templeton o Jonston (ambos han editado sus últimos LPs el año pasado), por citar a bote pronto unos cuantos ejemplos tan similares como diferentes entre sí… A su lado se encuentran Maronda. El dúo compuesto por Pablo Maronda y Marc Greenwood (también bajista de La Habitación Roja) es, quizá, la mejor guía a seguir actualmente para comprobar hasta qué punto la herencia dejada por los padres del pop sesentero español no cayó en saco en roto. Hace un par de temporadas lo demostraron con su primer álbum, “El Fin del Mundo en Mapas” (Absolute Beginners, 2011), dechado de tradición pop rescatada de influencias pasadas patrias (las mencionadas más arriba) y concentrada en uno de sus temas más destacados: “Cambiada”, estampa sonora de un recuerdo amoroso convertida en himno para guardar eternamente en el corazón. Con todo, Maronda no ocultaban a lo largo de su minutaje su pasión por tótems venidos también de fuera, como The Beatles o The Byrds.
Ese completo y armonioso lienzo en el que confluían ascendentes de aquí y de allá se prolonga en su continuación, “La Orfebrería Según los Místicos” (autoeditado, 2013), un título que refleja la espiritualidad del acto mismo de elaborar canciones, un “trabajo manual y detallista” según Pablo y Marc y cuya base filosófico-abstracta les sirve igualmente para establecer una nueva relación entre autor y obra. En su caso, el dúo (ya fuera del sello Absolut Beginners y reforzado por Alfonso Luna –Tachenko– a la batería y Jordi Montero tras los arreglos de cuerda) decidió tomar el control del proceso al completo de creación, grabación y distribución, lo que le ha permitido realizar toda una declaración de intenciones en la que sobresalen su rechazo hacia el CD, su veneración por el vinilo, su apuesta por las nuevas plataformas digitales y la vía elegida para difundir su disco lo máximo posible: la descarga libre y gratuita desde su propia web, una decisión adecuada a las apreturas y exigencias de la tempestuosa coyuntura económica, cultural y musical que vivimos hoy en día.
Este halo de independencia total que desprende su manera de actuar aumenta el romanticismo de la ya de por sí idealista propuesta de Maronda en general y de “La Orfebrería Según los Místicos” en particular, que se divide, a la vieja usanza, en cara A y cara B; y está integrada por composiciones en las que se tornea con habilidad la infalible estructura verso-puente-estribillo, como sucede en el trío inicial “Volverás” (reverso relativamente positivo -y también especie de prólogo- de “Cambiada”, lo que se aprecia en el tono de la voz, los coros y su agilidad instrumental -incluidos los aires fronterizos de su parte final-), “El Ruido Eterno” (ojo con la alusión al ensayo homónimo de Alex Ross) y “Me Fui Antes de Verte Llegar” (cortadas ambas por el mismo y reluciente patrón anterior), temas a los que se añaden la bucólica y deliciosa felicidad de “Las Luces Resplandecen” (con Tórtel como invitado estelar) y la energía melódica spectoriana de “He Hablado con Ella”, tan radiantes las dos que suenan a rarezas excepcionales dados los negros nubarrones que se me mueven actualmente sobre nuestras cabezas. La más ácida “La Recriminación” (con Sandra Belda dando el contrapunto femenino al tenso toma y daca post-ruptura que relata) anticipa el paso a la segunda cara de “La Orfebrería Según los Místicos”, que añade nuevas y diversas gemas sonoras a introducir en el joyero.
En ella se imponen los contrastes, intercalados entre sí con naturalidad: “El Pájaro Cuco y la Muerte” sumerge en una tormenta eléctrica los versos de un poema ancestral, para después saltar al folk-pop bellamente ejecutado de “La Piedra Negra” o al enriquecido de “La Cristiandad”. Y, de tanto hacer referencia a nuestro pésimo presente, tenía que aparecer alguna canción que lo plasmase: “Vivimos en Democracia”, aunque no lo hace directamente, sino jugando a combinar con inteligencia metáforas sobre la política y los asuntos del amor. Una realidad vigente que se difumina en la aventura noctívaga de “Viaje al Final de la Noche” y, sobre todo, “Los Últimos Días de Arcadia”, largo lamento (aunque gozoso) que resume la gran nostalgia por lo que se vivió y no se pudo vivir que a todo ser humano le embarga antes de atravesar el umbral hacia la madurez. Una universal y perenne dedicatoria al pasado que casa a la perfección con la fidelidad que Maronda guardan hacia sus clásicas y atemporales fuentes y que permite observar “La Orfebrería Según los Místicos” como un disco que se conservará siempre fresco y sobre el que jamás se acumulará el polvo del paso del tiempo.