«El Lado Bueno de las Cosas» lo tiene todo para erigirse como la dramedia indie de la temporada, más en el estilo de «Los Chicos están Bien» que en el estilo de, por poner un ejemplo, «Juno«. Para empezar, el casting está pensado para seducir a aquellos que no buscan la luz cegadora de las estrellas rutilantes de siempre y prefieren otros brillos diferentes como el de Jennifer Lawrence (que, pese al desliz mainstream de «Los Juegos del Hambre«, sigue siendo la protagonista de «Winter’s Bone«), Bradley Cooper (fuertemente identificado con esa nueva comedia americana con coartada esnobista), Jacki Weaver (intocable después de la magistral «Animal Kingdom«) e incluso Robert de Niro (un valor indudable del cine más masivo que siempre está buscando ratificarse a través de producciones de menor caché). Pero, sobre todo, «El Lado Bueno de las Cosas» ostenta las suficientes referencias a la alta cultura (los chascarillos sobre obras literarias como «El Señor de las Moscas» y su pesimismo vital) como para servir de excusa y dejar tranquilos a aquellos que quieran disfrutar con una de esas películas que sabe repartir de forma ecuánime en la balanza los ingredientes de comedia y de drama.
Eso es lo evidente: que David O. Russell ha conseguido atenuar su vertiente más freak (la misma que desquició dulcemente dos películas tan dispares como «I Heart Huckabees» y «Tres Reyes«) e incluso huír del exceso de tragedia auto-consciente de su anterior «The Fighter» para entregar uno de esos productos equilibrados que tan bien sientan a la cartelera. Pero hay una segunda lectura de «El Lado Bueno de las Cosas» que la eleva ligeramente por encima de la media de estas habituales producciones: la comparación ineludible con «I Heart Huckabees» (que en España se tituló tristemente «Extrañas Coincidencias«). En aquel momento, era inevitable pensar que Russell se había subido al carro de las comedias indies deliberadamente weird de las que Wes Anderson supo hacer marca de la casa: películas pobladas de seres con disfuncionalidades serias que, sin embargo, eran presentados en la pantalla como héroes entrañables empapados en nostalgia, como náufragos supervivientes de una infancia loser que les ha dejado serias marcas en la personalidad (y, a veces, incluso en lo físico). En «I Heart Huckabees», Russell bordaba su propuesta llevándola hasta un menos culterano (como suele hacer Anderson), pero puramente filosófico. Aquello no impedía, sin embargo, que sus personajes operaran en los márgenes de la coherencia y la verosimilitud.
«El Lado Bueno de las Cosas» vendría a ser lo que pasa cuando cargas de coherencia y verosimilitud una película de Wes Anderson o la propia «I Heart Huckabees» del mismo Russell. ¿Qué ocurre cuando las disfuncionalidades de los personajes dejan de ser entrañables y pasan a ser directamente peligrosas? El film se abre con una madre arrancando a su hijo de un psiquiátrico: la escena es evidentemente cómica, pero no deja de ser inquietante la sombra que empieza a flotar sobre el personaje al considerar que no está plenamente «curado» (con toda la ambigüedad que comporta la utilización de valoraciones como esta). A partir de ahí, «El Lado Bueno de las Cosas» se centra en las dos relaciones que crecen en paralelo para un protagonista con serios arranques de ira incontrolable (Cooper): por un lado, el inevitable interés con una chica jóven (Lawrence) que se lanza a una sexualidad insana tras la muerte de su marido policía; y, por otro, el descenso en la escalera genética al descubrir que su padre sufre un OCD no diagnosticado pero tanto o más peligroso que el desorden de su hijo. A partir de ahí la comedia se desata, pero Russell sabe matizarla aquí y allá con toques de oscuridad en los que los protagonistas pierden los papeles y rozan una violencia capaz de dejar las sonrisas anteriores congeladas en el rostro de los espectadores.
Y aunque al final se eche en falta una mayor valentía del director a la hora de buscar la salida al argumento de una forma menos benevolente (cuando parece que el padre –De Niro– tendrá que enfrentarse a la devastadora realidad de su propio desorden, el film recula y vuelve a las cálidas aguas de la comedia amable), no cabe ninguna duda de que «El Lado Bueno de las Cosas» acaba convirtiéndose en un entretenimiento que, sin llegar a los extremos sublimes de -por ejemplo- «Funny People«, consigue provocar la reflexión mínimamente en el espectador. De esta forma, y pese a la frustración de una traducción que extirpa el sentido del título (lo de «Silver Linings Playbook» no es gratuito: los «silver linings» se mencionan continuamente en la película sin obtener una traducción satisfactoria), «El Lado Bueno de las Cosas» deja tan buen sabor de boca como ese baile final que, aunque podría haber optado por una celebración de la incoherencia narrativa más camp (como, por ejemplo, el final de la reciente «Damiselas en Apuros«), prefiere hacer reír aplicando cargas de una realidad que roza lo patético pero con la que es fácil identificarse. Bien fácil.