Foals, Foals. Menuda evolución. Allá por 2008, habiendo presentado el gran «Antidotes» (SubPop, 2008), al quinteto británico se le podía adivinar la capacidad de encabezar la nueva ola de música británica, pero lo que poca gente se esperaba era que lo hicieran con un trabajo como este «Holy Fire» (Warner, 2013), sólo cinco años después. Porque seamos sinceros, lo lógico hubiera sido que, tras un debut de relativo éxito, se hubieran precipitado con un segundo álbum regulero y hubieran terminado por enterrar sus posibilidades con el tercero. Es decir, lo que le ocurre al 80% de las bandas que se nos intenta vender desde las islas… Pero no, Foals juegan a otra cosa. Cuando tuvieron la posibilidad de apostar fácil al continuismo, escogieron la opción radicalmente opuesta, ofreciendo un álbum denso, de largo recorrido y lleno de canciones de intensos desarrollos en comparación con la inmediatez que ofrecían en «Antidotes«. Al menos a un servidor, «Total Life Forever» (SubPop, 2010) no le entró nada fácil y tuvo que dedicarle muchas horas para poder disfrutar ampliamente de cortes del tamaño de «Black Gold«, «Blue Blood» o «2 Trees«. De acuerdo, no era como ponerse a desgranar lo último de Swans pero, aún así y viniendo de la batería de hits de su debut, no era un ejercicio fácil.
La duda para este tercer trabajo residía, por tanto, en ver la dirección que tomaban Yannis Philippakis y sus secuaces. La respuesta es sencilla: han optado por mezclar lo mejor de sus dos trabajos previos, pero decantando un poco más la balanza hacia su segunda faceta, la más impredecible y, si quieren, experimental. El resultado queda al descubierto al escuchar el estribillo post-hardcore de «Inhaler«, uno de los temas más redondos que he podido escuchar en mucho tiempo, un hit con el que dejan de lados sus inicios ‘math-rock’ para demostrar sus habilidades en un ámbito más de rock genérico. Sigues escuchando el disco y te encuentras con esa «My Number» que, siendo muy de radio fórmula, sigue manteniendo la esencia de lo que estos chicos de Oxford proponen. «Late Night«, con un desarrollo ya más largo, viene a encumbrar a un bajista cuyas líneas rítmicas (no sólo en este canción, sino en todo el álbum) son deliciosas. Avanzas a la segunda mitad del trabajo y el asunto no decae: todavía se puede uno encontrar con ese fantástico dúo que conforman «Out of the Woods» y la fantástica «Milk & Black Spiders«, seguramente el mejor corte de este «Holy Fire» obviando los adelantos previamente mencionados.
El trabajo se cierra con «Moon«, un punto final más reposado que combina perfectamente con el preludio que, a su vez, abre el disco. Once canciones después, la sensación que se le queda a uno es que estos cinco chavales tienen una capacidad fabulosa para reinventarse, plasmando sus habilidades no sólo en el terreno del math-rock saltarín con el que empezaron, sino además también en esa cara más reposada y progresiva que cada vez sacan más a relucir o en dejes más agresivos a base de afilados riffs de guitarra. Una auténtica delicia para los oídos que coloca al quinteto de Oxford muy posiblemente como la banda a seguir de su generación, pues ha sabido moverse con éxito en terrenos en los que muchos contemporáneos fracasaron. Ahora, teniendo a Europa convencida, falta saber cuando harán click en el continente americano: cuestión de tiempo.