De Portland nos han llegado dos cosas finas pero finas de verdad: el baloncesto de Clyde Drexler y la música de Liz Harris (o sea: esa mujer que se esconde detrás del nombre Grouper). De The Glyde no podemos disfrutar desde hace ya unos cuantos años, cuando se retiró allá por 1998. Y de Grouper, si exceptuamos sus lanzamientos más esquivos y experimentales, íbamos aproximadamente por el mismo camino, puesto que en breve se cumplirán cinco años desde la edición su anterior LP con un formato, digamos, convencional (el admirado “Dragging a Dead Deer Up a Hill” -Type, 2008-). Por ello, tener ahora en nuestras manos su nuevo trabajo cuando apenas lo esperábamos es, por qué no decirlo, una bendita sorpresa. Liz, querida, a la hora de entregar joyas te haces de rogar, pero por ti las puestas de sol y las madrugadas.
¿De qué hablamos cuando hablamos de este “The Man Who Died In His Boat” (Kranky, 2013)? Grouper, es verdad, no ha abandonado por completo el minimalismo y la abstracción de sus otras obras (ahí está la atonal “Vanishing Point”, mismamente). Pero el sendero iniciado en “Dragging a Dead Deer Up a Hill” es el que ha tomado forma definitivamente en esta nueva entrega. Poniéndonos a epilogar diríamos que, en “The Man Who Died In His Boat”, folk electrónico y dream-pop caminan efectivamente de la mano; una mano equimótica, casi mortecina. Pero como la capacidad de resumir nunca ha sido lo nuestro, vamos al lío.
Los drones y ecos de “6” abren el álbum a modo de introducción fantasmagórica, como descenso / ascenso a otro mundo: algo inesperado, feroz y enigmático aguarda al otro lado. Hay que esperar esos ciento diez segundos y estaremos dentro… Y donde nos hemos sumergido es en “Vital”, un lamento eterno que plantea dudas entre ser susurrado a la persona amada o gritado en la soledad de un barco a la deriva. La respuesta cataléptica al “Song to the Siren” de This Mortal Coil. Con ese trasiego mortecino arrastrado por una guitarra rasgada pedestremente y las voces de Liz enmarañadas y reverberadas, no albergo ningún recelo acerca de que estamos ante una de las canciones más desgarradoras que escucharemos este año.
Harris juega con el oyente y lo confunde a través de su voz (y por voz quiero decir entramado de quejidos) y de sus arreglos desnudos y narcóticos. Nosotros, casi espectadores -tal es el componente visual en la música de Grouper-, andamos desorientados ante la retórica sonora inasible de Liz Harris; tan pronto puede parecer que nos sumerge en una tranquila duermevela con lo que parecen canciones de cuna como, al instante siguiente, temblar de frío y terror por la presencia de fantasmas capaces de congelarnos el latido. “Cloud in Places”, epítome de un nuevo dream-folk, o la gélida “Cover the Long Way” son buenas muestras de lo previamente expuesto. Por otra parte, la emocionante “Towers” y “Living Room” son discretas fantásticas anomalías en la nómina de estos once cortes, con una concepción más tradicional de canción pura, despojada de artefactos.
El referente sonoro que inmediatamente uno puede considerar para enfrentarse a Grouper bien podría ser Julianna Barwick. Pero donde la autora de “The Magic Place” (Asthmatic Kitty, 2011) se muestra cálida y pastoral en esas composiciones que se asemejan a cantos para la eucaristía, en este “The Man Who Died In His Boat”, Grouper se presenta tensa, diríase que con rigor mortis, y entrega una colección de salmos tenebrosos y perfectos. Casi como un narcotizado “Miserere” de Gregorio Allegri dividido en once actos -oigan apenas ese asombroso “Difference (voices)”-, “The Man Who Died In His Boat” es el réquiem que necesitábamos justo aquí y justo ahora.
Soy consciente de que usted, apreciado lector, pueda salir despavorido ante lo anteriormente narrado. Estaría en su derecho. Pero no se me asusten, y descrean de la palabra cuando tienen la respuesta palpable ante si: Liz Harris nos ha regalado un pequeño maravilloso milagro. Por ella, como digo, las puestas de sol y las madrugadas.
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