Los álbumes pergeñados tanto por las luminarias más refulgentes como por los nombres menos conocidos del mundillo de la electrónica tendente a la música house suelen tener que luchar contra múltiples prejuicios para demostrar que en su interior hay mucha chicha que llevarse al gaznate, más allá del maxi rompepistas o de la remezcla de turno. El asunto se pone peliagudo cuando se trata de conquistar los corazones de aquella audiencia que prefiere un buen guitarrazo rockero o popero antes que un beat desarmante. Unos lo intentaron pidiendo ayuda a sus amigotes ilustres, como hizo Tiësto es su última referencia, “Kaleidoscope” (Musical Freedom, 2009), para la cual contó con la sorprendente colaboración de Jónsi, Kele Okereke o Emily Haines: la intención de aplicarle una pátina indie al disco resultaba sugerente en la teoría, pero en la práctica no dejó de ser un producto más “made in Tiësto”, el cual, como el Real Madrid, ni tirando de chequera alcanzó honor alguno. Otros, como Joshua Harvey y Graeme Sinden, aparte de juntarse igualmente con diferentes parejas de baile de mayor o menor fama a la hora de elaborar sus temas, prefirieron exprimir su experiencia previa en ese sonido sintético que de vez en cuando hace temblar los cimientos del universo alternativo con pepinazos aptos para todos los oídos. Para que me entendáis mejor, revisad la tercera parte de nuestras crónicas garrulas dedicada a Ocelot, caso de libro que explica lo que os quiero decir. Pero volvamos al dúo en cuestión: ¿quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿A qué dedican el tiempo libre? El primero de ellos, el londinense Joshua, es ni más ni menos que Hervé, mago del electro que se transmuta en The Count (anteriormente The Count Of Monte Cristal) cuando enseña su cara de conde housero miembro de clubes hedonistas y esnobistas; y el segundo, Graeme, productor y dj también procedente de la capital británica, se convirtió en 2008 en su inseparable compañero de andanzas nocturnas y diurnas.
Una vez formalizada esa feliz unión artística, The Count & Sinden empezaron a aparecer en la agenda de los músicos más variopintos (Alphabeat, Bob Sinclar, Mark Ronson o Robbie Williams, el último en solicitar sus servicios) para encargarles los pertinentes remixes de sus composiciones. Al mismo tiempo que jugaban con material ajeno (obteniendo grandes resultados) iban construyendo el suyo propio, como aquel hit grime-funky al alimón con Kid Sister, “Beeper”, auspiciado por el sello Domino y que los situó hace un par de años en el catálogo de los futuros renovadores del uk-house (en apariencia) menos comercial. Conseguida esa posición de privilegio, el dúo no necesitó apretar demasiado el acelerador: parieron otros dos sencillos rotundos (“Hardcore Girls”, aún en 2008, arma arrojadiza lanzada por Rye Rye, chica guerrera del ejército de M.I.A.; y “Mega”, en 2009, con una voz vocoderizada como salida del infierno que da paso a una línea rítmica ascendente de aura tribal) y elaboraron diversas sesiones enlatadas que hacían las delicias de los sedientos de baile desenfrenado. El tiempo transcurría irremediablemente y, a pesar de la buena reputación de The Count & Sinden, faltaba dar el obligatorio paso al formato LP para confirmar las expectativas generadas. Sin embargo, el misterio no hizo más que crecer (y añadir confusión) tras la publicación de dos nuevos maxis a lo largo de 2010: el doble cara A “Strange Things”-“Elephant 1234” (conjunción de drum ‘n’ bass añejo y house con soniquete estridente marca David Guetta) y “After Dark” (himno tropicalista que reventó las recientes noches veraniegas discotequeras con la inestimable ayuda de Mystery Jets).
El esperado disco no llegaba, pero quedaba claro hacia dónde se dirigiría vista la facilidad con que Hervé y Graeme saltaban de un terreno estilístico a otro: a un eclecticismo tal que podía hacer que sus seguidores se relamiesen de gusto o se revolviesen de dolor por la indigestión (o ambas situaciones a la vez…) Para reducir los posibles efectos negativos, The Count & Sinden no se anduvieron por las ramas y optaron por incluir en su debut en largo, “Mega Mega Mega” (Domino / PIAS Spain, 2010), hasta cuatro de las piezas ya conocidas: “After Dark” (la estrella del álbum), “Hardcore Girls”, “Elephant 1234” y “Mega”. Aunque sería lo más fácil, no hay que considerar el resto del minutaje como simple paja que proporciona un colchón mullido y cómodo a ese cuarteto de cortes más destacados. Como aperitivo, el dúo abre la lata de su sonido más urban con “Do You Really Want It”, en la que el rapero norteamericano Trackademicks desliza su flow sobre una base pausada ideal para desentumecer las caderas. ¿Realmente lo queréis? Contestad… Porque a partir de aquí sólo cabrá pensar en cuerpos sudorosos perreando bien arrimados y entonados gracias a “Hold Me” (aquí interviene la nueva diva blanca del uk-garage, Katy B), “Addicted To You” (con el featuring de Bashy) y “Roll Out” (77klash establece relaciones diplomáticas fructíferas con el kuduro angoleño y Buraka Som Sistema), ejemplos reveladores de que el hip-hop y el dance comparten el mismo tronco. Ante la posibilidad de que la necesaria cuota comercial de “Mega Mega Mega” no se hubiese cubierto plenamente, aparecen dos acercamientos a la world-music muy sui generis para remediarlo: “Desert Rhythm”, cuya combinación de arreglos arabescos con unas trompetas de la muerte y unas sirenas finales trae a la cabeza la imagen de Shakira serpenteando calenturienta y sucia con chicos malos, como su último fichaje, Dizzee Rascal; y “Panther”, homenaje a toda la franja ecuatorial del globo terráqueo y al “Jaguar” de Dj Rolando (aunque sólo sea por el título) aderezado con el acordeón del “Heater” de Samim. Para cerrar el disco quedan dos momentos de gran contraste: la descacharrante reggaetonada de “Llamamé”, con la voz del artista que posee el mejor pseudónimo de la historia, Coolio Iglesias; y el broche entre etéreo y trascendental que coloca “You Make Me Feel So Good” para rematar la fiesta e ir recogiendo la sala.
Agrade más o menos, hay que reconocer que Hervé y Graeme se marcaron toda una juerga con “Mega Mega Mega”, en la que tienen sitio desde los indies más recalcitrantes hasta los habituales de verbenas de pueblo. Una pena que el disco no hubiese llegado al comienzo del verano, porque la temperatura, ya de por sí elevada, hubiera hecho saltar por los aires el mercurio de los termómetros. Aunque, pensándolo bien, y estando ya en pleno mes de septiembre, también es un salvoconducto adecuado para sobrellevar con alegría la entrada en el otoño sin caer en las redes de la melancolía estival.