Cuando parecía que había hecho mella el estigma de la desmesura, el desenfreno y la evasión alucinada (y alucinante) que marcó al house ácido de la segunda mitad de los 80 con las raves como catedrales catalizadoras de energía positiva (y evadida), nos enteramos de que el supuesto origen de tal género no era el que nos habían contado. Concretamente, se fechaba en 1985 y se ligaba al sonido que el trío chicaguense Phuture casualmente sacó al sinte Roland TB-303 materializado en su 12” “Acid Tracks” y encumbrado como punta de lanza del género. Pero no, resulta que tres años antes un indio llamado Charanjit Singh ya mezcló ácido con los rāgas de su tradición musical y lo cristalizó en su “Ten Ragas To A Disco Beat” (The Gramophone Company of India, 1982). La fórmula no podía gozar de mejor química, mezcla entre la escala musical carnática de su cultura y artefactos de última generación asociados a la música de baile occidental, y el resultado derivó en el trance y la comunión (entendida como la unión sagrada de la comunidad), desdibujando magistralmente la supuesta ruptura entre tradición / tecnología y religión / hedonismo. A pesar de que aún encontramos reseñas en las que no se tiene en cuenta a esta peculiar figura (no os fiéis al 100% de la respuesta que os da la Wikipedia en español cuando le preguntáis “Acid House”), podríamos considerar que su “aparición” por estas tierras de poniente llegó a remover el fondo del estanque de tinta con la que se había decretado sobre fondo blanco que el house ácido era algo genuinamente occidental.
Sin llegar a aquel empacho de euforia desmedida de finales de los 80 que hizo que el ácido nos saliera por las orejas, ni a remover los cimientos del género como en el caso de nuestro indio transgresor, el último trabajo del californiano Tin Man también ha sido ninguneado y merece una mención especial por su temple en el trato a la eterna sonrisa amarilla. “Neo Neo Acid” (Absurd Recordings, 2012), a pesar del énfasis reiterativo en su título, no inventa nada nuevo. Sobre una base de graves y beats a 120 rpm, se repiten y retuercen sintes 303 que te engloban pero, en vez de explotar -como antaño-, te introducen en una espiral horizontal, sin fuegos artificiales aunque igualmente danzable. El trato minimalista y, sobre todo, la cadencia de los sintes y sus bases rítmicas aportan la fuerza hipnótica justa y necesaria. Una vuelta de tuerca que afloja la presión de aquella válvula que antaño hizo crepitar el acid hasta la saciedad y lo reconduce por vericuetos más apacibles, en algunos momentos incluso con cierta melancolía que lo acerca a un deep house de corte abstracto, sin voces que lo “humanicen” y que, a pesar de todos los kilos de máquina que haya de por medio, sigue siendo tan cálido como un abrazo.
Buen ejemplo son los sintes que van y vienen y te arrullan a lo largo de “The Muses”, con ese minuto 7:04 -ya mítico para un servidor- en el que el tema da un giro tal que bien podría ser usado como una canción aparte. “Finger Paint” también rezuma esa especie de ácida calidez -punto fuerte del álbum- donde, paradójicamente, lo cáustico y lo suave encajan a la perfección. El sinte que se repite incesantemente en “Manifesto Acid” huele a un Plastikman de cara un poco más amable a la que nos tiene acostumbrados. “Futurist Acid” se forma a base de ondas que galopan sobre bases sincopadas con pinceladas de sintes que se van extendiendo, retorciendo y oxidando hasta dibujar a brochazos un lienzo acidísimo, pero liviano.
Ligereza y suspensión burbujeante. Globazo y gustera. Ahora ya sabemos que la canela, además de fina, también puede ser ácida.
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