La unión hace la fuerza. Una frase demasiado tópica pero que fue pronunciada miles de veces a lo largo de esta historia de la música que se encarga de poner a los que la mencionaron en mejor o peor lugar. Ya fuera por razones de afinidad, de refuerzo creativo o simplemente de comercialidad, muchos músicos de diverso pelaje se atrevieron a compartir ingenio y experiencia para sacar adelante canciones, discos y experimentos varios. Sin salirse del tiesto estilístico (americana, folk o folk-rock, cada uno que lo llame como quiera) en el que se encuadraría «Molina & Johnson» (Secretly Canadian / Houston Party, 2010), el debut de los señores Jason Molina y Will Johnson, se podría citar los ejemplos que van de los fundamentales Crosby, Stills, Nash & Young hasta los más recientes Monsters Of Folk (Conor Oberst, Mike Mogis, M. Ward y Jim James), pasando de tapadillo por los efímeros The Travelling Wilburys (George Harrison, Jeff Lynne, Bob Dylan, Tom Petty y Roy Orbison). La lista es ampliable, pero suficiente para medir hasta qué punto la música y las obras resultantes de esta fórmula merecen la pena o no, olvidando luchas de egos e imposición de opiniones. Precisamente ese poso conflictivo es el que suelen arrastrar los denominados supergrupos. En el caso que nos ocupa, parece que Molina & Johnson debieron de llegar a la conclusión de que, a veces, cuatro o cinco cabezas no piensan mejor que dos.
Era cuestión de tiempo que ambos formasen pareja de hecho artística. La hoja de servicios de ambos los sitúan cerca de la cima del alt-rock estadounidense de la última década (por encima aún continúa Wilco) gracias a la huella dejada por Songs: Ohia y Magnolia Electric Co. (de la mano de Jason) y Centro-Matic y South San Gabriel (de la de Will). Grupos que siempre tiraron de sus raíces musicales más próximas para darles una pátina eléctrica, reflexiva, melancólica y agridulce a los diferentes asuntos de la vida. En esta ocasión, sus mentores, que contaron en los instrumentos con dos de sus compañeros habituales en esas bandas, Michael Kapinus y Scott Danbom, además de Howard Draper, Bryan Vandivier y Sarah Jaffe, se adentran todavía más en sus conocidos paisajes yermos cortados por montañas cuyo horizonte se tiñe de un color amarillo rojizo crepuscular. A ello ayudan la combinación entre la voz profunda de Jason Molina y la más suave de Will Johnson, y la ambientación acústica de todo el álbum, salpicada por leves punteos de electricidad y ensoñadoras notas de piano.
Esa delicada atmósfera parece derrumbarse por momentos, como si fuese a caer sobre sus propios creadores. “Twenty Cycles To The Ground” y “All Falls Together” hacen referencia desde su mismo título a lo efímero que puede ser hasta el más mínimo detalle de nuestras vidas. Si no fuese así, no tendría sentido que las voces se deslizasen tan dulce y lentamente dejándolas a merced de una soledad que parecen querer romper en “All Gone, All Gone”, con la colaboración de la voz de Sarah Jaffe y la melodía cadencial de una guitarra que intenta en vano no sonar nostálgica. En este punto, “Almost Let You In” no abandona esa fragilidad pero crece poco a poco con el piano y la percusión, avisando de que en algún lugar del mundo se puede alcanzar la felicidad. Aunque eso es más una quimera que una realidad, y el regusto a cierta resignación no desaparece hasta que “Now Divide” nos coloca en la antesala de un duelo bajo el sol en el viejo Oeste. La cuestión radica en saber quién es el rival al otro lado de la arena (¿alguien o algo en particular?; ¿uno mismo?; ¿la vida?) y para qué serviría abatirlo. Como esas preguntas requieren de un gran esfuerzo, muchas veces inútil, para ser respondidas, no queda más remedio que volver al punto de partida: otra vez lo breve, lo que se nos escapa de las manos. “What You Reckon, What You Breathe”, con las cuerdas de violín finales, “For As Long As It Will Matter” y su lamento pianístico, y “34 Blues” con su armónica ahogada, fluyen en esa sensación de tristeza. O es que cada vez se lucha más contra los buenos sentimientos y ya no queda lugar para el corazón. Quizá haya que sustituirlo por una simple piedra o un pedazo de madera (“Wooden Heart”) para no sentir ese dolor.
A pesar de la intensidad que reflejan sus composiciones, lo mejor de la música de Jason Molina y Will Johnson, y de este disco en particular, es que su simplicidad y sus temas evocadores permiten que cada persona la adapte a su perspectiva individual. Qué más da si se hace entre la hierba verde de una pradera admirando el cielo o en una playa recóndita con el mar en la retina.