Llegaba el cambio de milenio, las trompetas del Apocalipsis, las amenazas de caos mundial… y una banda de Birmingham, Inglaterra, lanzaba un álbum de música imperecedera pero a la vez salpicada por los tintes funestos de la época. Se llamaban Broadcast. Como recién salidos de una oxidada cápsula espacial, parecían haber aterrizado a la escena pop británica desde alguna misión interplanetaria fallida, de esas que abundaban durante la década de los 60. Sin hacer demasiado ruido ni alboroto, “The Noise Made By People” (Tommy Boy, 2000) terminaría marcándonos a muchos.
La humanidad acaba de esquivar otra bala destinada a destruir el mundo tal y como lo conocemos y, cómo no, ahí aparecen Broadcast fieles a la tradición. Sólo que con una desdichada diferencia: Trish Keenan ya no está entre nosotros. Estamos tristemente acostumbrados a la tragedia en este mundo de exceso y perversión que es la música, pero hay muertes que quizá conmuevan más que otras. Hay desgracias anunciadas, la de Amy Winehouse por poner un ejemplo reciente, cuyo fallecimiento estaba escrito en los baños de todos los moteles de aquí a Southgate. La súbita marcha por neumonía de Trish, con su imagen misteriosa y una voz angelical que acompañó tantas de nuestras noches en vela durante tantos años, tenía el shock añadido de lo inconcebible. Parecía un ser destinado a vivir para siempre, pero también ella era humana.
La banda sonora de «Berberian Sound Studio» (Warp, 2012), la segunda película del director Peter Strickland, está efectivamente compuesta por Broadcast, cuando todavía vivía su vocalista (aunque hizo muy escaso uso del micrófono en esta ocasión), por lo que sirve de inesperado trabajo póstumo. La banda se disolvería con su muerte. Da miedo pensar el tipo de cosas que se le habría pasado por la cabeza a James Cargill, la media naranja del grupo y el matrimonio con Keenan, al ver este film, al ver las imágenes a las que él y su esposa dieron vida con su música.
«Berberian Sound Studio» se estrenó en Reino Unido el pasado año y es un homenaje al cine Gialli, subgénero de terror típicamente italiano algo psicodélico y hortera representado por nombres como el de Dario Argento. No deja de ser curiosa la forma en que James y Trish modifican ligeramente su sonido para acercarse al feísmo excéntrico y la estética tirando a cutrelegante de este tipo de películas, sin perder la esencia que durante años conservaron y mimaron. Todos aquellos que estéis familiarizados con la carrera de estos señores, sabréis que sus canciones siempre fueron la banda sonora de películas invisibles, de vidas paralelas imaginarias. Su transición al cine es, por tanto, lógica y natural, incluso demasiado tardía.
La escucha del quizá último trabajo de Broadcast (se comenta que habrá otro disco post-póstumo con grabaciones antiguas de la banda) es una experiencia a la vez fascinante y frustrante. Con sus 39 cortes en 39 minutos, exige atención de principio a fin, una inmersión total. En pequeñas dosis puede resultar odioso. Ellos, que solieron caminar por la cara oculta de Stereolab, muestran esta vez su faceta más siniestra, más lúgubre. Es, sin embargo, un monstruo sin cara: se asemeja a un bloque de plastilina, con color, olor y sabor, pero que todavía no tiene forma. Ahí radica lo inquietante de su existencia: su indeterminación. Su carácter frío e impersonal asusta. No crea a la imagen, sino que depende de ella para convertirse en… algo. Lejos quedan las melodías majestuosas, la aterciopelada voz de Trish Keenan. Sólo queda el esqueleto, la anatomía más básica y descarnada de lo que siempre fueron. Porque, en el fondo, Broadcast siempre han sido esto, y si no lo crees escucha “Minus One”, el tercer tema de “The Noise Made By People”, realizado hace ya trece años. Así suena «Berberian Sound Studio«… Durante toda su carrera, Broadcast se dedicaron a contarnos historias como esta antes de dormir. Ahora, por fin, desaparecida la banda, la historia está en nuestras pantallas.