Termina uno de ver «El Hobbit: Un Viaje Inesperado» y la primera pregunta que le viene a la mente tiene que ver con la existencia misma del filme: ¿cómo demonios es posible que el megablockbuster del año, el proyecto más complejo, la producción más requeteestudiada, después de todo se haya estrenado así? No hace falta ser un gran experto en cotilleos de Hollywood para estar más o menos al tanto de todos los problemas que ha experimentado una producción que probablemente habría quedado maldita si no se tratara de una máquina de hacer dinero prácticamente garantizada: búsqueda interminable de director, Guillermo del Toro que dice que sí al encargo y luego abandona, quiebra de la MGM… Los problemas han sido mil y uno, lo cual hace pensar que la cinta habrá pasado por mil y un despachos, montajes, remontajes, pases previos y demás. Entonces, ¿cómo es posible que un film que aspira a llegar al mayor público posible y a ser el rey absoluto de la taquilla haya llegado a las salas con este montaje de tres horas de duración? ¿Realmente esto es lo mejor que han conseguido? ¿O de verdad Jackson tiene tal poder que puede imponer sus megalómanas decisiones a los poderosos ejecutivos, aun a riesgo de que puedan costar millones de dólares?
Porque, digámoslo ya: no existe absolutamente ninguna justificación para que una película como esta dure tres horas. Ninguna. Ni la historia que plantea (una aventurilla más bien simple) ni la necesidad de presentar un universo que ya conocemos de sobra después de tres filmes anteriores. Y si a eso le sumamos que nos encontramos frente a la primera parte de una trilogía (es decir, que nos iremos a las nueve horas en total), la hazaña sólo puede ser catalogada de colosal tomadura de pelo, cosa que cualquier conocedor de la extensión (y entidad) del texto original ya podía intuir de antemano. Para empezar, los que recordamos la novela original de Tolkien (la tengamos más o menos fresca en la memoria: en mi caso más bien poco) intuíamos que su comienzo podía plantear algún problema en su adaptación al cine, pero cabía esperar que los mecanismos de Hollywood y un tipo probadamente solvente como Jackson conseguirían salirse con la suya. Error: la primera hora, farragosa, lenta y absolutamente innecesaria, es toda una invitación a huir de la sala, o al menos a combinar el visionado con frecuentes vistazos al reloj. El espectador comprueba estupefacto que ha perdido 60 minutos de su vida en una vaga presentación de un puñado de personajes de un solo trazo y una trama esquelética: el grupo se reúne y va a matar al dichoso dragón, fin. Contarnos eso le ha llevado a Jackson una hora. Estupendo.
A partir de ahí, iniciado el viaje, la cosa remonta notablemente (lo cual, a esas alturas, tampoco es demasiado difícil), aunque con tramos de interés desigual: divertidos los encuentros con los trolls o la esperada aparición de Gollum, desesperante parón de nuevo la estancia en Rivendel, donde lo más reconfortante es claramente esa risible Galadriel, que Cate Blanchett sólo sabe interpretar levitando en círculos a lo Lana del Rey. Y, así, el metraje discurre por torpe acumulación, desastrosamente estructurado, renunciando a cualquier pretensión de ritmo, dejando la impresión de que, puestos a montar así, la película podría durar perfectamente dos horas más porque, total, ya qué más da. Por lo demás, queda un sentimiento omnipresente: en cada secuencia vemos planos, incluso minutos, que sobran, sobran, sobran.
Vamos a ahorrarnos todos los comentarios condescendientes del estilo “al menos está muy bien hecha”: es lo mínimo que se le puede pedir a una mastodóntica producción de 180 millones de dólares. La cuestión es que «El Hobbit: Un Viaje Inesperado» es exactamente las dos cosas que no podía ser: aburrida y sólo para fans. Y resulta bastante dramático que, al final, lo que Jackson se dedique a construir sea el equivalente cinematográfico de un concierto de The Cure, un mamotreto inmanejable compuesto de planteamiento, planteamiento, más planteamiento, un poquito de nudo y nada de desenlace, que aturulla al personal y sin motivo alguno le niega la vida a la gran película de aventuras que perfectamente habría podido ser.
[NOTA: 3,50]