Las seres humanos somos egoístas por naturaleza, nos guste o no, y creemos que los problemas que debemos afrontar (o hemos afrontado) personalmente superan en dificultad y complejidad a los de la gente que nos rodea. Da igual que en realidad se traten de granos de arena convertidos en montañas: cada uno se ahoga en su particular vaso de agua. Ya sea ejerciendo de pseudo-psicólogos o adoptando el papel de pacientes tumbados en el diván, las historias propias y ajenas que acumula nuestra memoria relacionadas con malos momentos darían para construir una auténtica tragicomedia teatral cuyo acto final podría titularse: “lo que no me pasa a mí no le pasa a nadie”. Sin embargo, todos esos graves pesos que se fueron amontonando sobre nuestros hombros se relativizan cuando la cruda realidad nos demuestra que siempre hay alguien que, tocado por el lado oscuro del destino, se lo tuvo que comer crudo a lo largo de sus años de existencia. Que se lo pregunten al joven Mike Hadreas (verdadero nombre de Perfume Genius), en cuyas 20 primaveras se podrían encontrar los ingredientes necesarios para dar forma al drama juvenil perfecto: sexo, relaciones enfermizas, adicciones varias, extravagancias familiares y muerte.
Un pasado que vuelve al presente de este chaval de Seattle, empleado de unos grandes almacenes que vive todavía con su madre y que ve que la única manera de desprenderse de esos fantasmas es parapetarse en la intimidad de su cuarto (del mismo modo que se agazapaba de niño y adolescente cuando el mundo exterior le ahogaba hasta la extenuación), mecer su piano suavemente y dejar que las canciones vuelen solas hasta salir por la ventana. Así suena el debut de Perfume Genius, “Learning” (Matador / PopStock!, 2010), un autorretrato plagado de escenas dolorosas, lúgubres e incluso dantescas, producidas en lugares y ambientes cotidianos, como si fuesen lo más normal del mundo… para Hadreas posiblemente, de ahí que no le importe desnudarse en todos los sentidos: a través de su música (basada únicamente en el piano), sus composiciones (de una sinceridad tan arrolladora que asusta) y su cuerpo (en gran parte de sus fotos promocionales aparece con el torso descubierto y salpicado de moratones). Aunque llama la atención que en la portada de este álbum oculte su cara, como si temiese que lo que cuenta en él fuese a provocar el rechazo del que lo escucha. Hay que reconocer que la profundidad de sus relatos no es apta para cualquier corazón, con lo cual absténgase de introducirse en ellos fans de fotonovelas ochenteras y romances de Corín Tellado. Similar recomendación se podría hacer a aquellos seguidores de la ampulosidad de Rufus Wainwright o la intensidad cortavenas de Antony Hegarty, a pesar de que existan conexiones latentes entre los tres artistas, ya que Perfume Genius rehusa incluir en sus canciones adornos superfluos y sólo se centra en acompasar melodía y voz con emoción y contención a la vez.
La crudeza de las vivencias del chico de Seattle y la manera en que las viste y transmite se resumirían en la maravillosa (hay que decirlo así, con todas las de la ley) “Mr. Peterson”, que recuerda la peligrosa relación de nuestro protagonista con un antiguo y malogrado profesor suyo a la edad de 16 años: ¿se puede contar algo de esa trascendencia sin desprender patetismo ni caer en el morbo fácil? Sólo tal y como lo realiza este pequeño genio de habitación, que se atreve a dejar momentáneamente de lado el piano para arropar su delicadeza interpretativa con un teclado celestial en “Gay Angels«, como si desease elevarse a lo más alto para ver el mundo sin sufrimiento u observar desde allí a sus seres queridos y más cercanos… Por ejemplo, la enigmática Mary que aparece por partida doble en “Look Out Look Out” y “Write To Your Brother”, y de la que se sirve para recordar misteriosos pasajes familiares. Estos cuatro cortes son suficientes para comprobar que una atmósfera de desazón preside por completo “Learning”. Pero Hadreas añade leves matices a su discurso: “You Won’t B Here” es un canto a las promesas incumplidas; “Perry” un recuerdo a alguien (¿quizá de la infancia?) que nunca regresará, con coda final abrupta; y “No Problem” (la única del lote con arreglo de percusión) recupera el teclado angelical para cubrir de nuevo con un manto vaporoso la fragilidad de la lírica expresada. Asimismo, los mensajes crípticos del álbum se muestran irresolubles y a la vez abiertos: en “When” se habla de una figura femenina y su pequeña hija, que provocan las más variopintas reflexiones, desde una metáfora sobre la frustración hasta miedo a vaya usted a saber qué demonio interior; y en “Never Did” (apropiado cierre del disco) se asegura que todo lo sucedido es parte de un plan que está en manos de alguien externo y malvado.
Mike Hadreas reconoce así que nunca pudo tomar el control de su vida, guiada por siniestros hilos a través de los caminos más sórdidos y sombríos. Y aunque su existencia no dejó de ser un constante proceso de aprendizaje, en muchos casos la decisión última no le pertenecía. Lo deja bien claro en “Learning”, canción-apertura del LP pero tomada aquí como epílogo final para que sus frases queden grabadas a fuego: “nadie responderá a tus plegarias hasta que te quites el vestido, nadie escuchará tus lloros hasta que des tu último suspiro”. Dos simples retazos de la gran lección vital que aporta “Learning”, y que habrá que interpretar al pie de la letra para, llegado el momento, hacer balance, romper a llorar y purgar nuestras penas.