Los caminos del hype son inescrutables. A veces es difícil saber por dónde van a discurrir… y si se consigue, lo complicado es recorrerlos sin dar bandazos. No estoy hablando del papel que les corresponde a las marionetas (artistas y grupos) que algún demiurgo omnipotente e invisible coloca en esa senda para que sigan automáticamente sus órdenes. No, me refiero a la audiencia, a los oyentes que, guiados telepáticamente por ese mismo ente superior, se dejan llevar por sus impulsos y acaban cayendo en la trampa. Entre medias se moverían los medios, verdaderos altavoces del fenómeno, con sus proclamas eufóricas. Evidentemente, esta visión tan negativa de dicho proceso no tiene por qué funcionar siempre así, y nadie le va a quitar el derecho a todo aquel que se dedica a la música, como en otras facetas de la vida, a lograr su pedacito de gloria y sus cinco minutos de fama. Sin embargo, hay casos en los que ni siquiera funciona esa motivación, por muy legítima que parezca. En uno de ellos estarían involucrados los canadienses Born Ruffians, que durante el mes de marzo pasado alcanzaron los puestos de privilegio en las listas de las canciones más descargadas de la Red por obra y gracia de “Sole Brother”, anticipo de este su segundo disco, “Say It” (Warp / PIAS Spain, 2010).
Las razones de esa atención desmesurada y su consiguiente ascenso meteórico habría que buscarlas en su LP de debut, “Red Yellow & Blue” (Warp, 2008), una colección de temas que por momentos recuperaba las piruetas pop de sus compatriotas Wolf Parade y Broken Social Scene, las melodías de The Shins y la energía de Modest Mouse. Por lo tanto, no fue casual, en principio, el impacto provocado en el primer trimestre del año por el anuncio de la publicación de su nuevo álbum para mediados de 2010. Pero una vez que todo empezó a rodar las dudas surgieron (y crecieron): el mencionado adelanto, “Sole Brother”, se escapaba un poco del espíritu primigenio de este trío formado por Luke LaLonde (voz y guitarras), Mitch Derosier (bajo) y Steven Hamelin (batería), acción que ellos mismos justificaban insistiendo en su afán por buscar diferentes sonidos y reducir sus composiciones a la mínima expresión posible, sin olvidar su halo amateur. ¿Minimalismo? ¿Amateurismo? ¿Cuál sería la siguiente excusa para explicar tal cambio de rumbo? Mimetizarse en The Morning Benders: con el paso del tiempo, daba la sensación de que querían repetir su misma jugada, aunque con un resultado final muy alejado de la brillantez de los californianos.
Lo extraño de todo el asunto es que el experimento acabó fallando a pesar de desarrollarse bajo el control de Warp, que en su política de expansión fuera de la electrónica había fichado a Born Ruffians para seguir la estela de otros estandartes (más o menos) guitarreros del sello como Maxïmo Park, Battles, !!! o Grizzly Bear. En sus comienzos los de Ontario habían cumplido con las expectativas generadas y existían ciertas esperanzas de cara al futuro, pero con “Say It” esas sensaciones se fueron por el desagüe. Si regresamos a la cuestión del hype y sus derroteros, quizá el grupo no aguantó la presión que conlleva soportarlo o se creyó a pies juntillas todo lo que leía y oía acerca de su corta trayectoria y, llegada la hora de pensar en el tan temido segundo disco, los cantos de sirena lo llevaron en la dirección incorrecta. Con todo, el arranque de este álbum no refleja esa confusión: “Oh Man” y “Retard Canard” mantienen el nervio que transmitía “Red Yellow & Blue”. Pero a renglón seguido suena “Sole Brother” (ya la nombro por tercera vez) y se hace la oscuridad, no tanto por la canción en sí, sino porque da paso a todo un ejercicio de quiero-y-no-puedo por parte de Born Ruffians con la intención de introducirse en las corrientes actuales más trendy: por una parte, la del pop manierista y luminoso (“What To Say”, “The Ballad Of Moose Bruce”, “Blood The Sun And Water”) y, por otra, la del indie-afro-pop y aledaños (“Higher And Higher”, “Nova Leigh”). De ese modo, el plan no sale adelante, y las canciones no pasan de puras medianías. Para entendernos mejor: los canadienses se restriegan el legado de Brian Wilson por el forro y se quedan en burdas copias de Vampire Weekend y, lo que es más sangrante, Local Natives, por mucho que Luke LaLonde exprima su voz para rebatirlo.
Seguro que a los advenedizos en la materia o a los que sencillamente desean tener de qué hablar para dárselas de modernillo/a en conversaciones musicales diurnas de cafetería o nocturnas de pub les encantará “Say It”. Pero corren el peligro de que, precisamente, el disco les haga sentirse como si tuvieran una de esas resacas pesadísimas en las que tropiezas con las esquinas de cada mueble y a la mínima que te tumbas en el sofá te quedas dormido. O dicho de otro modo, para concluir el plomizo asunto del hype: ya está bien de que nos quieran dar gato por liebre o de que crean que vamos a caer en el timo de la estampita. A estas alturas del cuento, ya va siendo hora de ir dejando las cosas claras… y el chocolate espeso.