Isabel Sucunza es periodista, locutora de radio, editora, lectora y pensadora compulsiva, pamplonica, barcelonesa de adopción y, durante doce días, fue dependienta en la tienda de camisas que tiene su hermano en un centro comercial de l´Hospitalet de Llobregat. Sucunza afronta lo de ser dependienta ocasional como un reto más que como un fracaso -el de no tener un trabajo de ocho horas decente y remunerado, lo que básicamente le obliga a coger el primer… erm… trabajo de mierda que le sale-, y para ello dejar buena cuenta escrita en forma de dietarios de todo lo que se le pase por la cabeza durante los días que dure su substitución en una tienda Macson. Dietario que, en última instancia, Blakie Books ha editado en forma de libro titulado «La Tienda y La Vida«.
De esta forma, lo que empieza siendo un estudio antropológico del «homo centris comercialis» que compra camisas en una tienda especializada (así como de las madres / novias / amigas que van con ellos o les compran por encargo) acaba por ser una sesuda y dispersa reflexión sobre literatura, filosofía, política y maneras de vivir en general. Porque, después de encender las luces de la tienda cuando entra en ella, poner en marcha el ordenador, saludar a los maniquís y perfilar el género (las que hemos trabajado en tiendas conocemos perfectamente esta sangrante rutina), a Isabel no le queda mucha cosa por hacer entre cliente y cliente (y estos resultan no ser muchos) además de quedarse embobada con una estructura lumínica que adorna el local y cuyo ensimismamiento le da para rellenar algunas páginas… y leer.
Prácticamente cada día, Sucunza echa un libro diferente al bolso. Tal es su (¿irreal?) avidez lectora que, durante los días que trabaja en Macson, lee el segundo volumen de «En Busca del Tiempo Perdido» de Proust, el «Ecce Homo» y una biografía de Nietzsche, «Aire de Dylan» de Vila-Matas, «El legado de Homero» de Alberto Manguel, el «Lobo-Hombre» de Boris Vian y algún otro que se me escapa porque, realmente, son muchos. Como buena ex-editora, todas sus accidentadas lecturas encima del mostrador o a escondidas en la tienda le sirven para saltar de un autor a otro, de una reflexión literaria a otra, de Dante a J.D.Sallinger y luego a Josep Pla. Y todo sin despeinarse. O no mucho. De estas enlaza con experiencias personales o reflexiones políticas y, a veces, hasta casa una situación real con la escena de alguna película (Haneke y Todd Solondz también asoman la patita en este libro). Al final, cada día de trabajo en la tienda acaba siendo para Isabel una maraña de pensamientos y reflexiones que van de lo divino a lo mundano, que hablan de todo en general y poco en concreto.
Sumergirse en estos intensos días de la escritora -a nivel intelectual, porque físico poquito- es un agitado chapuzón en multitud de referencias post-modernas y clichés que no quieren serlo (y que ella misma justifica aunque reconozca odiarlos), que afloran a la superfície sobre todo cuando aborda temas sentimentales que (se supone que) afectan a la protagonista que, recordamos, es ella misma, porque esto es un «dietario». La protagonista de «La Tienda y La Vida» -que cada vez parece menos posible que sea la propia Sucunza, aunque el formato del libro apunte a lo contrario- se enfrenta a hombres con serios problemas de compromiso y con mucho complejo de Peter Pan (muy grande, eso sí, el análisis tan cínico que hace la autora de la película de la Disney). Con todo, el personaje principal de «La Tienda y La Vida» (pero, ¿es Isabel o no?) demuestra unas habilidades innatas no sólo para doblar perfectamente las camisas con sus alfileres, sino para radiografiar las relaciones humanas y transcribir todo lo que pasa por una mente de lo más hiperactiva.
Al final, cuando una acaba la lectura, todo -menos ese alegato final a la madre que no viene a cuento- se dibuja en la mente del lector como una estantería llena de ideas muy personales que Sucunza se ha encargado de desempaquetar, colocar y perfilar casi con obsesión compulsiva durante las 155 páginas que tiene este libro. La tienda como laboratorio de ideas. La vida como la mejor tienda para comprarlas.