Si hay algo que no abunda en nuestro país son grandes voces. Bueno, están Raphael, la Caballé y por supuesto Bisbal (por supuesto), pero me refiero a la música que escuchamos tú y yo. No es poco habitual oír a nuestro amigo el metalero o a la “chapálantigua” esa que se sienta al otro lado de la mesa en la oficina quejarse de que los cantantes del indie español desafinan, murmullan, no se les entiende y, en definitiva, que cantan como el culo. Admitámoslo, en parte tienen razón, pero si la brillante grandilocuencia de Vetusta Morla (el ejemplo que ponen muchos de “saber cantar”) es el modelo a seguir, prefiero escuchar a un mudo con bronquitis. El caso es que por estas tierras seguimos bajo el influjo de Los Planetas y ese astro llamado Jota que, lo quieran o no, sigue pululando por ahí y dejando unas sombras bastante alargadas a su paso. Por eso sorprende el momento en que Esteban Ruiz, de I Am Dive, coge el micrófono y llena la sala con su voz, bien al frente, aupándose sin miedo de entre la instrumentación, bien modulada y, por si fuera poco, con una pronunciación en inglés más que aceptable. Su timbre y ese acento de trovador norteamericano le han granjeado merecidas comparaciones con el gran Mark Kozelek. No está mal como carta de presentación, ¿verdad?
“Ghostwoods” (Foehn, 2012) comienza con la preciosa “Mount Eerv”, la cual ya deja entrever que siguen en la línea de sus anteriores EPs, tal vez haciendo un pequeño giro hacia terrenos aún más bucólicos y bosques aún más espesos. Su cocktail de folk y electrónica cada vez recuerda más a ese proyecto imprescindible iniciado por King Creosote y Jon Hopkins. Quien no haya escuchado su disco “Diamond Mine” (Domino, 2011) queda automáticamente castigado sin postre durante una semana. Al dúo sevillano le queda algo de trabajo para llegar a los mismos niveles de sofisticación sublime, pero marchan por el buen camino y con paso firme. En “This Is Where The Rising Sun Dies”, ese procesamiento de guitarra, esos beats chispeantes, recuerdan a los laboratorios pop de The Notwist y Lali Puna, mientras en “Dixie” se disfrazan de José González.
I Am Dive no han inventado nada nuevo y te puedes hartar a buscar paralelismos, desde Elliott Smith hasta Telefon Tel Aviv y todo el espectro que abarca música tan dispar. Pero el resultado está elaborado con tanto mimo y delicadeza que es difícil no enamorarse a primera vista (y escucha) de “Ghostwoods”. Aún así, llega un momento peliagudo a mitad de trayecto donde corre peligro en estancarse en un trabajo interesante y prometedor pero finalmente intrascendente, los minutos que pasan amontonándose en un barullo cada vez más amorfo, y el riesgo de quedarse en banda sonora de documental en La Sexta a flor de piel. Nuestros chicos saltan el obstáculo con soltura y, tirando de guitarra, como si ellos estuvieran sospechando lo mismo, se marcan un shoegaze con el tema que titula el disco, que ahuyenta nuestros temores y ejerce de catarsis perfecta para afrontar los últimos metros de la carrera con energías renovadas. Es en esta segunda mitad del álbum donde I Am Dive nos regalan algunos de sus mejores momentos. Con “Icy” sus melodías alcanzan altas cotas de excelencia (atención a ese final electrónico tan sugerente), y qué decir del casi-épico “Summercamp”, el cual hubiera sido el broche perfecto a un trabajo notable si no fuera porque es el antepenúltimo corte.
Quizá se eche en falta algo más de arrojo, un poco más de leña en el fuego de la experimentación y dejar que arda con fuerza, aunque en el fondo se antoje demasiado riguroso reprocharle algo a una banda que llena un vacío estilístico en la escena musical española, que tiene pinta de seguir creciendo y, quién sabe, la fama internacional no se nos está dando nada mal en los últimos tiempos (y no me refiero a crisis y penurias)… El cielo es el límite para I Am Dive. “Ghostwoods” es música para pasear por la playa en una fría mañana de domingo, para explorar en soledad montes perdidos, para jugar con tus hijos en el jardín, para salir a hacer compras en navidad o hacer croquetas de atún con tu pareja. Ojo, no estamos relegándolo a categoría de hilo musical para ambientar refinadas cadenas hoteleras, ese premio se lo concedemos a Eric Clapton. Este es uno de esos discos capaces de acompañarte en cada momento del día: el bueno, el malo y el regular. Que probablemente no vaya a cambiar tu vida, pero que hará de ella algo un poco más interesante, un poco más bonito y, sobre todo, un poco más vivible. Que no es poco.