Shakespeare es todo y todo es Shakespeare. Más allá de las adaptaciones de Welles, Olivier o Zeffirelli, echen cuentas: «Planeta Prohibido» es Shakespeare y «Ran» es Shakespeare, como también lo son «West Side Story«, «Sons of Anarchy» o (glups) «10 Razones para Odiarte«. Iba a decir con tonillo desdeñoso que a estas alturas del partido hasta Baz Luhrmann, Claire Danes, Leonardo DiCaprio y The Cardigans han sido Shakespeare, pero (lo que son las cosas) ahora, quince años después, todos y cada uno de esos nombres ya han conocido su respectiva redención-reinvindicación, así que, para irnos a algo en lo que todos podamos estar de acuerdo, dejémoslo en que en el cine hasta a Joseph Fiennes le han dejado ser Shakespeare. Que tenemos el culo pelado, vaya. Así que manda narices que tengan que ser dos octogenarios los que planteen la revisión más interesante de un texto de Sir William en estos últimos tiempos. Y más que sean dos como los Taviani, tan perdidos en los últimos tiempos en ejercicios inútiles y tan lejos ya de aquel «Padre Padrone» (1977) que supuso el enésimo amago del cine italiano de revivir una gloria que jamás ha recuperado ni remotamente.
Conviene ir a ver «César Debe Morir» mínimamente informado, no porque la obra exija un esfuerzo de documentación previa por parte del espectador, sino porque este probablemente la va a saborear mucho mejor conociendo las circunstancias de su gestación. El film habla de un taller teatral en el que participan los presos del ala de máxima seguridad de la cárcel romana de Rebibbia y que, en esta ocasión, afronta la representación de «Julio César«. Ocurre que la cárcel existe en realidad (y también este taller) y que a quienes vemos en pantalla son algunos de los reclusos del centro, casi todos miembros de la Mafia, la Camorra y la ‘Ndragheta y con larguísimas condenas por delante, en ocasiones incluso de cadena perpetua. Sin acabar de poner los dos pies ni en la ficción ni en el documental, los Taviani optan por una propuesta arriesgada, sí, radical, también, pero absolutamente coherente y alejada de cualquier intención de lucimiento gratuito.
Este juego en blanco y negro de capas, textos y subtextos que proponen Paolo y Vittorio no puede ser más fascinante ni más rico. Realidad y representación ni se funden ni se confunden: interactúan, se subordinan, dialogan; llegan a formar un todo como perfecta suma de partes. Por supuesto que ese grupo de mafiosos, ladrones y asesinos encaja a la perfección en la trama de traiciones, presión y delito de ese libreto de hace 400 años, pero también en esa dimensión en la que se habla de culpa, arrepentimiento, traición y lealtad. Los presos se entregan al 100% en esta empresa porque les libera por un momento, aunque sólo sea un rato al día, pero no es difícil imaginar que, en cierto modo, como subraya esa sobrecogedora, magnífica frase final (que no desvelaré porque no quiero joderos el escalofrío), probablemente les haga también en cierto modo más presos. Lo mismo que les libera les está haciendo aun más esclavos.
Realizadores y director (de nuevo las capas, de nuevo el juego entre los diversos niveles) consiguen arrancar de sus improvisados actores unos trabajos asombrosos, que uno no califica de admirables sólo porque siente un cierto pudor a la hora de utilizar semejante adjetivo para semejantes individuos. Hasta tal punto convencen que el único punto que dan ganas de afearle a esta película sea que esos esbozos sobre los personajes, sus historias y sus pensamientos (esa otra frase lapidaria: “tal vez una mujer se siente aquí”) se queden en apenas un par de destellos y, al insinuarse, dejen con ganas de más. Son brevísimas licencias dentro de una película seca e insobornablemente sobria que se resiste a desviarse un milímetro de la línea que ella misma se ha trazado, aunque ello suponga quedarse en 75 impecables minutos de metraje. Ello no le resta ni un ápice de valor, sino que, muy al contrario, demuestra que una pequeña obra, rodada por dos señores de 80 años, en italiano y con un puñado de indeseables como reparto, puede ser una adaptación shakespeariana tan estimable y relevante como una superproducción de Kenneth Brannagh con figurones de la escena declamando en inglés BBC. Quizá incluso más.
[NOTA: 8,00]