(Santiago de Compostela, 22 de noviembre). A pesar de su origen, Willis Drummond no son vascos ni franceses… O eso parece, porque son capaces de trasladar perfectamente ese incongruente y ficticio concepto de ‘en tierra de nadie’ a su sonido, tan propio como difícil de encasillar. Mentiríamos si dijésemos que son una banda de post-hardcore, de rock o de punk-rock; pero mentiríamos más si negáramos cualquiera de esas etiquetas que tanto se les intenta colocar y de las que ellos mismos tratan de escapar. Si algo sorprende al ver en directo a estos cuatro chavales es la intensidad con que conectan con la audiencia desde el minuto uno.
A base de guitarrazos, abrieron su show en la Sala Moon santiaguesa pidiendo perdón por anticipado por si cometían algún error, ya que íbamos a ser los primeros afortunados en ver la puesta en escena en directo de su nuevo álbum, “A ala B” (biDEhUTS, 2012); pero, la verdad, no hubo que disculparlos en ningún momento. Willis Drummond destacaron por su seriedad como músicos, su contundencia, su sonido impecable y su capacidad de transformación, llevando cada tema a diferentes ritmos, velocidades e intensidades. De ese modo, por momentos parecía que estábamos escuchando a sus vecinos Lisabö en las transiciones (gritos en euskera mediante) de riffs potentes y baterías plomizas hacia súbitas fases más ruidosas y rápidas aderezadas con coros hacia un estilo que recordaba a cierta influencia escandinava, como Turbonegro, The Hives o los solos electrificantes que bien podrían salir de The Hellacopters.
No hubo un solo segundo de tregua ni tiempo para el aburrimiento mientras Willis Drummond se desplegaron sobre el escenario. El concierto se convirtió en una auténtica ensalada de hostias (discúlpeme el lector…) que nos mantuvo en movimiento de principio a fin, a pesar de que los más fríos en la sala éramos precisamente nosotros, los espectadores, mientras ellos daban un recital de actitud sudando y retorciéndose hasta acabar extenuados. Canciones como “Berantegui” o “A ala B” alcanzaron cotas épicas memorables, a la vez que se hilaban sin solución de continuidad los temas más dinámicos de su último álbum con algún pequeño respiro propiciado por sus tramos más lentos, como “Atte Ttipia”, aunque igualmente enérgicos.
Como postre final, anticipado por el lema “¡viva el rock ‘n’ roll!”, recurrieron a una versión de Motörhead para sacudir al público y auparlo al punto más álgido de la actuación. Así es cómo debe cerrarse un concierto: en la cumbre. Después de poco más de una hora de vendaval cantábrico, entre los asistentes se vieron caras de satisfacción y sorpresa tras empezar a digerir lo que allí habían podido escuchar; y el grupo se retiró contento y complacido tras recibir un merecido y cálido aplauso. Larga vida a Willis Drummond, a su actitud, a su original sonido y a su nuevo disco. [David Ramírez]
(Pontevedra, 24 de noviembre) Liceo Mutante, alrededor de setenta personas, una buena entrada. Willis Drummond comenzaron muy enérgicos, con ganas de transmitir sus fuerzas. Y lo consiguieron. Sus primeros acordes fueron como la bofetada de ese padre severo que dice “haz algo de tu vida, chaval”. Inmersos en plena gira de presentación de su cuarto disco, “A ala B”, consiguieron construir un sonido compacto y consistente mediante un punk-rock con coros que recordaba a una mezcla entre Turbonegro y unos hipotéticos The Offspring redomados. El carácter y el ímpetu que entregaban sobre el escenario no estaban reñidos con la clase y el temple: existía una perfecta coordinación entre estas dos formas de expresión. Un claro ejemplo era la actitud y la euforia de Xan (bajo) y el saber estar de Rafa (guitarra), el cual dio sus primeros pasos musicales con Karlos Osinaga (Lisabö), algo que hoy en día aún se aprecia en ciertas semejanzas.
Después de una brutal apertura, Willis Drummond se dejaron llevar hacia temas más melódicos y tendentes al rock clásico. Siempre marcando los tiempos y los derroteros que querían seguir (síntoma de experiencia), alcanzaron, por un lado, momentos transcendentales en los que Jurgi (voz y guitarra) variaba su registro vocal y arrancaba los sentimientos más agudos del público; y, por otro, discurrieron por tramos en los que los chorros de sonido inundaban la sala y convertían en cómplices conscientes a todos los asistentes. A la vez, subían y bajaban el ritmo y el volumen a su antojo, como balón controlado por Zidane con el pecho, para dar un giro sobre su propio estilo ecléctico y recordar a Mötorhead, Nine Inch Nails, Gluecifer o Tool (siempre salvando las distancias…)
Para finalizar, optaron por “Nun Daude”, un tema festivo con el que el Liceo Mutante acabó saltando y celebrando el show. Después de largos segundos de aplausos y ovaciones, Pop (el técnico de sonido) tomó la guitarra para interpretar “Rockin’ In The Free World” de Neil Young entre el regocijo de un agradecido público y de los propios Willis Drummond, cuyo gozo resumió su cantante Jurgi con un elocuente “me encantan estos conciertos en los que la gente está tan cerca y es todo tan familiar”. [Daniel Gago]
[FOTOS: David Tombilla]