Vivimos tiempos oscuros, deprimentes, desagradables. Carentes de significado y de sentido. Se hace difícil vislumbrar una perspectiva clara de futuro e incluso dudamos de que las generaciones que nos seguirán lleguen a tener la posibilidad de salir del agujero. El mensaje no podría ser más aterrador: nuestra forma de entender el presente y su desfasada modernidad teórica se va a pique, y un mañana apocalíptico es la consecuencia más palpable de toda la estulticia humana. Suena a broma pesada, pero ese paisaje desolador ya era el motivo por el cual el segundo disco de Arcade Fire, “Neon Bible” (Merge, 2007), se había convertido en una suerte de grabado de desastre goyesco cuyas pinceladas perfilaban un mundo calamitoso y catastrófico, poblado de figuras caricaturizadas y condenadas a desaparecer ahogadas en su propia falsedad. Un retrato grandilocuente en las formas e hiperrealista en el fondo que poco tenía que ver con “Funeral” (Merge, 2004), un canto a la vida desde la perspectiva del sentimiento de pérdida (en el sentido más amplio de la expresión), que enaltecía las pequeñas cosas a las que cualquiera tiene acceso para luchar contra los fantasmas (interiores y exteriores) más temidos e indeseados. Transcurrido el tiempo, los canadienses, voluntaria o involuntariamente, sitúan su tercera referencia, “The Suburbs” (Merge / Universal, 2010), en ese hueco que une a sus dos antecesores: en un escenario todavía más dantesco que tres años atrás y cuyos cimientos están a punto de colapsar debido a la herrumbre, donde el grupo intenta suavizar el odio por la actualidad más sangrante retrotrayendo pasajes y estampas del ayer.
Siempre se habla de Arcade Fire y su aura épica, de su gusto por sustentar su mensaje en una arquitectura barroca y hasta extraterrenal sin que por ello parezcan venidos de otra dimensión o de otros niveles en los que el cuerpo físico como tal no existe. Será por ese dominio de lo divino y lo terrenal que poseen la capacidad de superar sus propios límites para poder observar la realidad desde fuera, como suspendidos en el aire. Sin embargo, para esta ocasión no necesitaron ir más allá de sus propias experiencias: si en “Funeral” apelaban a la comunidad, a la vecindad que los rodeaba siendo niños, ahora tiran de recuerdos adolescentes, ciudades, fotografías… Así empezó a gestarse “The Suburbs”, a partir de una imagen de juventud que Win Butler un día recibió de un amigo y que acompañó con muchas otras arrastrado por la nostalgia y la melancolía. Paulatinamente, fue completando el monumental autorretrato que es este disco; o visto de otro modo: una vía de escape de un presente turbulento hacia momentos ya vividos anteriormente, una huida hacia atrás (o hacia adelante, como se quiera ver) real y metafórica.
Las palabras clave para descifrar este trabajo son tremendamente cotidianas: noche, ciudad (Houston, lugar de procedencia de Win Butler), chicos y coches. La obsesión de la banda por los automóviles ya había quedado patente en “Neon Bible” (“Keep The Car Running”, “No Cars Go”), y se acentúa en este caso al incidir en su simbología escapista y rebelde, empezando por la propia portada y en el corte que abre, finaliza y da nombre al disco: “The Suburbs”, suave punto de partida de los deseos (muchas veces nocturnos, entre sueños) de recuperar la juventud en lugares añorados, haciendo aquello que significaba libertad como, por ejemplo, aprender a ponerse al volante de un coche y correr, correr y correr… Esa sensación explota en “Ready To Start”, en la que se afirma que ya se está preparado para (volver a) empezar, a pesar de que no se evite el anclaje de pertenecer un tiempo y a un espacio (“Modern Man”). Sin embargo, las situaciones decadentes que ocurren alrededor, tan cerca, obligan a romper esa cadena, intentando comprender qué es la madurez al observar cómo la adolescencia coetánea acaba alienada y se corrompe a pasos agigantados (“Rococo”) o buscando en uno mismo la solución para salir de la soledad en la que se arrastra la sociedad de hoy en día (“Empty Room”). ¿Y cuál puede ser ese remedio? El más puro y verdadero: el amor adolescente, todavía inocente, que por desgracia se vio superado por el paso del tiempo y las circunstancias hasta perderse en el olvido. De ahí que haya que recuperarlo (“City With No Children”) junto a otros ecos del pasado (“Half Light I”) y aquellos sitios donde se materializó (“Half Light II. No Celebration”).
Aquí se pone fin al planteamiento inicial del argumento que desarrolla “The Suburbs” y comienza a cerrarse el círculo, respondiendo a la vez a nuevas dudas que surgen en la travesía. Los códigos a manejar continúan siendo noche, chicos, coches y ciudad. Ésta última se convierte en el enemigo a batir: se le pregunta dónde quedó su belleza de antaño, pero no hay respuesta, con lo que esa es una guerra perdida de antemano (“Suburban War”). Cualquier estrategia para reconstruir el pasado en lugares conocidos resulta inútil, por mucho que se recreen escenas y personajes en un teatro ficticio (“Month Of May”, “Wasted Hours”). La contienda no cesa, y otro obstáculo se interpone en el camino: la tecnología. El ente demoníaco de la ciencia que aupó a la humanidad a cotas inimaginables es el mismo que la dominará hasta acabar con ella (“Deep Blue”), en un reflejo del triunfo de la máquina sobre la persona, la cual está adquiriendo su artificialidad, su ausencia de emociones. Pero decíamos que finalmente el círculo volvería sobre sí mismo para frenar sus giros interminables, y ahí el amor y sus frustraciones entran de nuevo en juego: dolor por no poder disfrutar de aquellos sentimientos inmaculados, erosionados por el paso de los años (“We Used To Wait”), o por no reconocer las antiguas calles donde se vivieron (“Sprawl. Fatland” y “Sprawl II. Mountains Beyond Mountains”, en la que resucita cierta visión positiva al recordar que incluso en un centro comercial podía surgir el amor). Así se abre la espita del optimismo por lo que vendrá en adelante y se finiquita el capítulo final del álbum (nunca mejor dicho), como una grabación en película de 8mm que se funde a negro (“The Suburbs. Continued”).
“The Suburbs” es una obra poliédrica y compacta, brillante y opaca, homogénea pero dicotómica en cuanto a las emociones transmitidas. Las dieciséis piezas perfectamente hilvanadas que la forman son de intensidad variable y estética diversa: Neil Young, Bruce Springsteen o coqueteos con ritmos electrónicos de los 80. Pero, en realidad, suenan a ellos mismos, a los Arcade Fire épicos, solemnes, suntuosos, desnudos, reposados, reflexivos, incisivos… Capaces, aunque resultase difícil, de rozar con la yema de los dedos su cima creativa, conquistada en su estreno. “The Suburbs” es la tabla de salvación contra los problemas que acucian al ser humano del siglo XXI: aislamiento social, falta de comunicación, banalización del amor, abuso y dependencia de la tecnología, rechazo al pasado y despreocupación por el futuro. Cuando ese mismo mañana ya sea presente, los que vivan en él sabrán que, en caso de que esas complicaciones persistan y aumenten, siempre tendrán la posibilidad de desempolvar lo que considerarán una reliquia musical para regresar, precisamente, a los suburbios, a sus orígenes, a los recuerdos intactos de que hubo un tiempo en que la esperanza de que algo mejor llegaría no era una mera posibilidad: era real.