Ay, amigo Chris… Yo que venía a escucharte para reírme en tu cara y así saciar mi morbosa curiosidad con un nuevo tropiezo tuyo, verte pisar un escalón más bajo en tu particular descenso al infierno creativo, vas y me haces esto. Lo intentaste de todas las maneras después de que, hace 16 años, tu banda Soundgarden se cansara de si misma. Inicialmente publicando por tu cuenta “Euphoria Morning” (Interscope, 1999), que pasó con más pena que gloria; y, al poco tiempo, formando ese engendro del demonio, esa mala idea de principio a fin que fue Audioslave. Tres discos más tarde y varios miles de tiernos tímpanos maltratados, dejaste la mala vida y decidiste que ese proyecto ya no iba a ninguna parte y te volviste a lanzar a la aventura en solitario. Tú, que hiciste que las niñas pijas del instituto se rasgaran las ropas y dejaran de lavarse el pelo, te habías convertido por entonces en un respetable y sobrio padre de familia, en una sombra de lo que fuiste y en un claro ejemplo de que, casi siempre en la vida, hay un momento para cada cosa. Y la cosa que hiciste con Timbaland, espero que lo sepas, no debería haber tenido su momento nunca. Nunca. “Scream” (Mosley / Suretone, 2009) constituye una de las escuchas más dolorosas y patéticas de las últimas décadas. Un triste esperpento. Así que, con esta historia reciente a tus espaldas, la decisión de reunirte con tus antiguos compañeros y revivir el cadáver de Soundgarden tenía toda la pinta de ser la última estocada, el último gol de una goleada humillante. Pero menuda sorpresa nos hemos llevado algunos.
“King Animal” (Republic, 2012) empieza con las cosas claras y el chocolate espeso. En medio de una sucesión repetitiva del mismo riff mastodóntico, Chris Cornell nos cuenta las ganas que tenía de volver: “I only ever really wanted a break, I’ve been away for too long”. Da la impresión de que, en retrospectiva, desprecia sus peripecias pasadas y admite que todo lo que hizo desde la separación del grupo fue sólo un mal sueño que debe quedar enterrado para siempre. Que ese no era él. Un impostor. Es un sólido arranque (si acaso un poco demasiado “rockero”) del rock de toda la vida, y tardas bien poco en sospechar lo que tienes delante: el disco que Soundgarden debería haber sacado en 1997, no en 2012. Pasamos al segundo corte y todas nuestras sospechas se ven confirmadas. En “Non-State Actor”, Ben Shepherd y Matt Cameron al bajo y batería respectivamente hacen alarde de músculo y fuerza, y prácticamente no bajan el pistón durante todo el álbum. Kim Thayil se muestra también en muy buena forma, escupiendo potentes riffs guitarreros a diestro y siniestro sin parar. El resultado es algo extenuante. Estos chavales rondan los 50 años, y parece que se han tomado muy a pecho eso de parecer que todavía tienen lo que hay que tener.
En su momento, Soundgarden tuvieron mucho, posiblemente la mayor cantidad de talento de entre todas las bandas del movimiento grunge. La realidad es que, a parte de hacer rock en Seattle, no tenían tanto que ver con el resto. La mayor parte de estos grupos provenían de algo que había comenzado Mudhoney, y que se remontaba a las viejas glorias del punk típicamente americano como MC5, The Stooges y Hüsker Du. A ese “algo” se le llamó “grunge”. Chris Cornell & Co., a pesar de contar también todas estas influencias entre las suyas propias, terminaron convirtiéndose en dignos herederos yanquis del hard-rock psicodélico que había llegado desde el otro lado del charco; de Led Zeppelin y, sobre todo, Black Sabbath.
¿Qué queda de todo esto? Teniendo en cuenta lo poco que han evolucionado desde que lo dejaron, pues mucho, como se puede comprobar en todos y cada uno de los temas que forman “King Animal”. Esto es Soundgarden en estado puro, señores. Lo cual, a mí personalmente, me crea algunas dudas y hace que me formule varias preguntas. La primera de ellas es: ¿para qué? O sea, ¿qué empujó a esta gente a juntarse de nuevo? ¿Cuentas pendientes? ¿La pasta? ¿Volver a divertirse? ¿A quién va dirigido este disco? ¿Quién se sentirá atraído para comprarlo? ¿Los antiguos fans? ¿La gente joven que quiera iniciarse en su discografía? “Badmotorfinger”(A&M, 1991) y “Superunknown”(A&M, 1994) son puntos de partida mucho más adecuados para comenzar a descubrirlos. Y para la vieja guardia, “King Animal” tal vez pueda parecer más de lo mismo, pero peor. Gente como Radiohead o Flaming Lips y otros llevan también un par de décadas a sus espaldas pero siguen continuamente cambiando de gusano en su cebo, ofreciendo en cada trabajo algo apetecible para aquellos que los escuchaban en los 90, así como los que acaban de incorporarse. ¿A quién le va a emocionar “King Animal” a estas alturas de la vida? Las ventas más que aceptables que ha tenido desde su lanzamiento sugieren que sólo estoy teniendo un ataque de madre y mis preocupaciones son exageradas. En el fondo siempre va a haber gente para todo.
La verdad es que Soundgarden resuelven la papeleta con una seriedad y profesionalismo encomiables. Es casi enternecedor escucharlos dándolo todo en canciones como las anteriormente mencionadas, o muestras de rock&roll relampagueante como “Attrition”, o corpulentos y pesados animales sonoros como “Blood On The Valley Floor”. La voz de Chris Cornell, que ya no bebe ni fuma, suena igual de cristalina y poderosa que en sus mejores tiempos, aunque alguna vez se le escape ese berrido tan de la casa sin ton ni son, intentando demostrarnos que todavía puede hacerlo. No era necesario, Chris, ya lo sabemos. Sus mejores temas son aquellos en los que bajan un poco el nivel de testosterona y ponen más esfuerzo en desarrollar sus tan características progresiones armónicas. Buenas muestras de ello son “Bones Of Birds” o “Taree”. Acaba el disco, dejas atrás todas tus reticencias y sólo tienes ganas de darles un caluroso aplauso, un achuchón, y decirles: Buen trabajo chicos. Aquí tenéis vuestro cheque. Os lo merecéis.