“Un día vi un punto brillante en el horizonte y era mi talento, que se alejaba”. Siempre he pensado que la celebérrima frase del Robert Smith de «Muchachada Nui» se podía aplicar tanto o más que al líder de The Cure (matadme, pero yo creo que «4:13 Dream» tenía cosicas) al señor Tim Burton. Creo que las razones las conocemos todos, no son precisamente nuevas (hace ya la friolera de once años de aquella cosa llamada «El Planeta de los Simios«) y tuvimos la oportunidad de comprobarlas hace sólo unos meses, cuando se estrenó ese monumento a la mediocridad llamado «Sombras Tenebrosas«. Burton estaba acabado, de Burton ya no se podía esperar nada, Burton intenta ser Burton pero ya no le sale… Salir de esa dinámica de vulgaridad se antojaba complicado, y para ello propuso como solución aquello de “volver a los orígenes” (segundo tópico promocional más manido de la historia, sólo por detrás de “es mi película más personal”) y entendió por volver a sus orígenes directamente reciclar una vieja idea o, para entendernos, hacerse un auto-remake. O sea, que podía ser una solución definitiva a su crisis de inspiración que lo sacara de su atasco o el colmo de los colmos que lo convirtiera en su «Tubular Bells» particular.
Porque «Frankenweenie» es la reimaginación en stop motion de un corto (es un decir, porque dura media hora) del propio Burton de 1984, inmediatamente anterior a «La Gran Aventura de Pee-Wee«. El original tenía encanto y chispa (echadle un ojo: lo tenéis en muchas ediciones en DVD de «Pesadilla Antes de Navidad» o a un par de clics de distancia… y aguanta sin problemas la revisión), lo cual convertía a este proyecto en una empresa relativamente arriesgada. Pero hay que reconocer que Burton gana la primera batalla sin problemas: el formato se adapta a la historia como un guante y, de hecho, visualmente el «Frankenweenie» animado funciona incluso mejor que el de acción real. Ayuda también que la ejecución, una vez más, sea perfecta. La animación es asombrosa (¡esos niños jugando a la pelota!), pero al mismo tiempo se preocupa de mantener siempre el toque digamos artesanal que le da a esta técnica su atractivo extra: que se note siempre un poco que está hecha así, que no sea “demasiado perfecta”.
Pero claro, no era la parte técnica la que nos preocupaba (esa la dábamos prácticamente por hecha), lo que preocupaba era la historia. Pero ahí de nuevo la prueba queda superada: la idea original de Burton y el guión de su socio John August mantienen la esencia de la historia en su traducción al formato largo e introducen nuevos elementos libres de relleno que encajan perfectamente en lo que puede y debe ser un buen film de animación. «Frankenweenie» tiene un comienzo que simplemente encandila. Sí, está tomado tal cual del original, ¡pero a quién le importa! Ese crío que hace películas caseras con su perro te gana desde el primer momento: entiendes por qué adora a ese chucho, te estremeces al más puro estilo madre-de-Bambi cuando lo atropella el coche e, igual que él, quieres que esa extraña técnica para revivirlo funcione. Y, al verlo en ese magnífico blanco y negro, te vuelves a encontrar por un momento al mejor Burton, ese que hace 18 años expresó mejor que nadie qué es el amor por el cine en «Ed Wood«.
Es cierto que no todos los elementos brillan al mismo nivel en «Frankenweenie» y que el hecho de tirar de algunos lugares comunes visuales y narrativos de la factoría Burton (a estas alturas, lo conocemos como si lo hubiéramos parido) limita la capacidad de sorpresa. Pero también lo es que se trata de una película técnicamente impecable, que consigue esa chispa imprescindible para que el tinglado no se venga abajo y que sabe manejar con fluidez todos los ingredientes esenciales en el cine de animación, con ese gato que produce impepinablemente una sonrisa cada vez que entra en escena como mejor ejemplo. Cabe suponer que a Burton se le habrá dibujado una sonrisilla de satisfacción cuando la empresa que le despidió por hacer una película le haya dado años después millones de dólares para rehacerla como a él le ha dado la gana. Nos alegramos por él, pero lo más importante es que, visto el resultado, como espectadores nos alegramos sobre todo por nosotros mismos. Y hasta le concedemos una merecida tregua.
[NOTA: 7,00]