Ésta va a ser una de esas reseñas injustas en las que te toca hablar de un buen disco (de un disco cojonudo, de hecho) y, sin embargo, acabas empleando casi más líneas en hacer referencia a su predecesor que al disco en sí. Pero ah, se siente, es lo que hay. Resulta inevitable, porque «The Monitor» (XL, 2010) fue hace un par de años una locura insuperable y es ahora la sombra que planea sobre los cincuenta minutos de este disco en plan mosca cojonera. Uno puede intentar juzgarlo por lo que es, pero resulta complicado, principalmente porque no se trata de una ruptura radical, sino un paso adelante desde allí. O hacia un lado, más bien.
Primero detengámonos un segundo a repartir las cartas, que aquí no es obligatorio venir con la lección aprendida. Titus Andronicus son Patrick Stickles y quienes lo sigan en cada momento (impresiona ver semejante lista de ex miembros para una banda tan joven, aunque parece que ahora la formación se ha estabilizado), vienen de Nueva Jersey y la liaron muy, muy parda hace dos años con su segundo disco, una rara y brillante mezcla de garrulismo y pretenciosidad que algunos descubrimos lamentablemente tarde (y todavía nos fustigamos por ello). El siguiente movimiento después de semejante jugada maestra nunca es fácil, pero la elección parece haber sido la más adecuada: ganar a «The Monitor» en su terreno era imposible, así que intentar hacer algo como él “pero más” no era una opción. Lo más lógico parecía coger cosas de aquí y allá, ver qué funcionaba y qué no y por dónde se podía tirar. Puede parecer una opción derrotista como punto de partida y, de hecho, les ha hecho ganarse más de un gruñido de algún fan, pero creo que al final lo que consigue es un cierto toque de humildad que beneficia al resultado final.
Porque sí, quizá «Local Business» (XL, 2012) es menos ambicioso, pero a su manera lo sigue siendo (y recordemos: se trataba de no intentar “ser más”). Arranca “Ecce Homo” y sí, quizá aquella furia esté un poco más contenida, pero el puñetazo en la mesa de comenzar un disco con ese “Okay, I think by now we’ve established / everything is inherently worthless / there’s nothing in the universe / with any kind of objective purpose” deja las cosas bien claritas. Quizá estemos más cerca de un indie-rock noventero más al uso, pero ahí siguen la soledad, la introspección y ese nihilismo malhumorado con el que nos ganaron en aquella ocasión. El segundo corte, “Still Life With Hot Deuce And Silver Platter” (sí, lo de esta gente con los títulos es de traca), es en un principio una prolongación del primero (de hecho, parece que en sus conciertos más recientes están tocando ambos juntos en plan medley) hasta que a mitad de recorrido decide rompernos la cintura y dejar que se cuele en la fiesta… Sí, Springsteen, esa referencia tantas veces mencionada al hablar de estos tipos que yo no había visto nunca tan clara como hasta ahora. Delatados por esos teclados, abrazan el rollo y no lo sueltan en el siguiente tema, también de título kilométrico, faltaría más: “Upon Viewing Oregon’s Landscape With The Flood Of Detritus”.
Por si alguien a estas alturas alguien se había empezado a alarmar, se desmelenan en “Food Fight” (una especie de “Personality Crisis” condensada en un minuto y diez segundos), aunque a continuación, en “My Eating Disorder” (basada, dicen, en cosicas que le pasan en la cabeza al propio Stickles) vuelven a jugar al virtuosismo, dando a entender en cierta forma cuál va a ser la dinámica del disco. Puede que eso juegue en su contra y que, al final, «Total Business» resulte un disco menos espontáneo, donde todo esté más medido e incluso los momentos de despiporre punkarra (“Titus Andronicus vs The Absurd Universe (3rd Round KO)” parezcan algo estudiados. Pero la cuestión es que al final eso acaba importando bastante poco cuando te encuentras con la muy folkie y muy borrachuza “In a Big City” (probablemente una de sus composiciones más redondas hasta la fecha y perfecto resumen de lo que es este disco) o con divertimentos irresistibles como “(I Am The) Electric Man”. Ahí te olvidas de todo y te centras en disfrutar de diez buenas canciones.
«The Monitor» era «Un Día de Furia«, y «Local Business» quizá sea su precuela, el día antes, en el que empiezan a barruntar el encabronamiento pero aún no ha estallado del todo, sólo se escapa por las comisuras. No sé si son de verdad “una gota en medio de un diluvio de hipsters” como dice uno de sus inspiradísimos versos (que son la mayoría: os reto a escoger la línea más brillante del single, por ejemplo) y tampoco me importa demasiado, la verdad. Me vale con saber que siguen siendo ellos y que siguen a lo suyo.