El buen periodismo, como la buena literatura, aspira a la atemporalidad: una buena entrevista, como un buen libro, seguirá arrojando nuevas y actuales lecturas a cada nueva generación, demostrando que tanto el entrevistador como el entrevistado han sabido evitar el peso muerto del ancla del aquí y del ahora para arrojar una mirada que vaya más allá. Porque si no hay más allá, ¿dónde está el sentido de la entrevista? Es curioso considerar lo dicho con «Tolstói era un Charlatán» (publicado en nuestro país por Gallo Nero) en la mano.
Es este un libro de pequeño formato que recoge algo grande, algo inmenso: la entrevista en profundidad que, en el año 1984, Gary Groth realizó a Harvey Pekar. Para ponernos en antecedentes, cabe puntualizar que Groth es editor y crítico de la revista The Comic Journal además de cofundador de Fantagraphics, una de las editoriales que en los últimos tiempos más han ayudado a transformar la geografía del comic como arte. Y Harvey Pekar, recurriendo a la biografía inversa como recurso de emotividad, era el creador y guionista de la serie «American Splendor» (basada, específicamente, en su propia vida y en su propia cosmogonía) que murió en 2010, justo cuando su obra empezaba a tener un reconocimiento mundial más masivo recogiendo los frutos sembrados durante toda una vida. Unos años antes, en 2003, la película «American Splendor» (donde Pekar compartió el papel de sí mismo con un inmenso Paul Giamatti) fue la que abrió a vereda de su masificación. Pero, hasta entonces, hay que reconocer que Harvey era un tipo bastante desconocido fuera de las fronteras del underground yanki: un underground en el que creció artísticamente (el primer dibujante en adaptar sus historias fue ni más ni menos que su colega Robert Crumb) pero que precisamente puso muchas barreras al reconocimiento general que siempre consideró merecer. Justamente.
Son precisamente las consideraciones al respecto del escaso éxito de su obra (el mismo Pekar admite en algún momento haber renegado de las esperanzas de hacerse rico: a lo único que aspiraba cuando se hizo la entrevista era a no perder dinero con cada uno de los números de «American Splendor») las que más escuecen al leer a día de hoy este «Tolstói era un Charlatán«. Escuecen por la consciencia de saber que el autor murió trágicamente antes de poder disfrutar de su fama (murió de sobredosis de antidepresivos después de que le diagnosticaran un tercer cáncer). Pero también escuecen muchas otras declaraciones que distinguen a Harvey como un alma preclara y libre, también algo arrogante, que no sabe de política de lo correcto a la hora de abordar temas como la literatura (de ahí sale la frase que da título al libro, «justificada» por las amplias y autodidactas lecturas que Pekar se autoimpone como medio de crecimiento cultural personal), la guerra de géneros (argumentado de forma precaria la misoginia de la que normalmente se le ha acusado), la conciencia socialista (profundamente arraigada en este autor siempre contestatario al respecto) e incluso ciertas teorías económicas que ya treinta años atrás alertaban sobre los problemas del inevitable (pero por entonces no tan inminente ni evidente) colapso del capitalismo.
Si hay un concepto en el que el diálogo entre Groth y Pekar brilla especialmente es en el intento de acotar los límites de género practicado por el segundo: queda desde el principio bien claro el desdén con el que Harvey mira el panorama comiquero de superhéroes, pero a partir de ahí también se esfuerza en desmarcarse del underground para asentar las bases de una novela gráfica autobiográfica que hoy prolifera en las estanterías de las tiendas de cómics como setas en temporada de lluvia. Sólo esto bastaría para validar «Tolstói era un Charlatán» como un documento atemporal de interés para todo aficionado a la viñeta… Pero todo lo dicho anteriormente lo convierte, además, en una entrevista de interés general. Ahora más que nunca.