La historia de la música en general y del pop-rock en particular está trufada de episodios relacionados con tragicomedias, injusticias y malas coincidencias que determinados grupos y artistas sufrieron en perjuicio de su probable brillante (o, al menos, destacada) trayectoria. Los ejemplos son numerosos y variados desde que el rock y el pop comenzaron a rodar como géneros definidos (extendiéndose a todos los estilos que se fueron configurando a partir de ellos) y se podrían resumir en una especie de antología del malditismo musical. Una expresión que, en la mayoría de los casos, no habría que tomar por el lado de las leyendas negras o urbanas que rodearon a algún nombre en concreto y provocaron su hundimiento definitivo, sino como sinónimo de obstáculo permanente que impidió su progresión en el negocio.
Cuando esas barreras no son colocadas por los mismos protagonistas que deben superarlas, las dificultades suelen derivarse de la falta del don de la oportunidad, aplicado tanto al lugar como el tiempo. Los miembros de South podrían elaborar una completa tesis doctoral al respecto… Formados como banda en el sudeste de Londres en 1998, Joel Cadbury (voz principal), Brett Shaw y Jamie McDonald (todos ellos multi-instrumentistas) nunca imaginaron los inesperados avatares que tendrían que afrontar en su ondulante carrera. Sobre todo cuando, en sus comienzos, el mismísimo Ian Brown, enfrascado en su lucha por sobrevivir en solitario en el mundo de la electrónica y el trip-hop, los apadrinó como discípulos de su particular academia.
A raíz de esa conexión, el trío londinense conocería a su gran mentor: el dj y productor James Lavelle, que en aquella época ya se había convertido en uno de los cerebros de la electrónica británica gracias, principalmente, a la gestión de su propio sello, Mo’ Wax (fundado junto a Tim Goldsworthy, futuro guerrillero de DFA). A finales de la década de los 90 y principios de los 2000, dicha discográfica se había establecido como faro de la música de vanguardia filtrada por computadoras (para la posteridad quedó la publicación del “Endtroducing…” -Mo’ Wax, 1996- de Dj Shadow), de ahí que la decisión de su cabecilla de incluir a South, un grupo de guitarras, en su roster resultase tremendamente llamativo (actualmente ya se considera un acto natural y, hasta cierto punto, lógico).
Sin embargo, lo que en un principio debería haber sido un trampolín para el trío londinense se transformó en una pesada losa: se hacía difícil creer que un conjunto de sus características encajase y subsistiese en Mo’ Wax, a pesar de que no rechazaba la introducción de elementos electrónicos en su ideario creativo. En este sentido, los esfuerzos de Cadbury y amigos se centraban en destilar la combinación perfecta en la que la experimentación sintética no estaba reñida con el desarrollo orgánico del post-rock-pop ambiental y cósmico. La primera muestra integral de ello llegaría con “Overused” (Mo’ Wax, 2000), un álbum promocional que no habría que considerar como el estreno en largo oficial de South, sino como el lienzo sobre el que la banda sugería los bocetos de lo que sería su futuro corpus sonoro. De hecho, muchas de sus piezas entrarían a formar parte de su disco de debut propiamente dicho, “From Here On In” (Mo’ Wax, 2001), que ahondaba en los postulados estilísticos antes descritos pero acrecentando su cariz emocional: “Paint The Silence”, “Keep Close”, “I Know What Your’re Like” o “Run On Time” caían como lágrimas de óleo en un amplio océano espacial y atmosférico, repleto de nostalgia y melancolía.
Lo peor del asunto era que, a pesar de las bondades de ese disco, en aquel momento aún se recordaba con nitidez la épica sinfónica post-brit-pop de The Verve y se mantenía vigente la tecno-revolución de terciopelo originada por Radiohead con “OK Computer” (Capitol, 1997) y “Kid A” (Capitol, 2000), espejos en los que se veían en mayor o menor medida South y que, para su desgracia, jugarían en su contra por las similitudes establecidas. Dos años más tarde, la situación no variaría, cuando el trío editó el que se supone es su trabajo más redondo: “With The Tides” (Kinetic, 2003), producido por Dave Eringa (conocido por su labor con Manic Street Preachers) y facturado tras culminar la mudanza a Kinetic Records (otra discográfica inclinada hacia la electrónica). En ese LP se sublimaba su sensibilidad en permanente tensión, en apariencia personal e intransferible, pero que se vio abocada a ser comparada con la que practicaban Doves y los Coldplay anteriores a su rendición total a las masas, compañeros de generación que adelantaron por la derecha a South, dejándolos en un absoluto segundo plano.
A pesar de las adversidades, el grupo se estaba labrando una relativa fama de referencia de culto que le permitió girar por Europa, Japón y Norteamérica, donde, curiosamente, saldrían de su injustificado anonimato gracias a su aparición en bandas sonoras de series televisivas tan dispares como “The O.C.” y “A Dos Metros Bajo Tierra”. Aunque sólo temporalmente, porque el paso de los años demostró que las cifras tanto de audiencia como de ventas no discurrirían acordes a su calidad musical. Ejemplo de ello fue el frío recibimiento que obtuvo su tercer LP, “Adventures In The Underground Journey To The Stars” (Young American, 2006): pocos se habían enterado de su salida, sólo aquellos seguidores más fieles a los que no les había pasado inadvertida la noticia y que comprobaron cómo South, sin perder su aspecto acostumbrado, a medio camino entre la presión (post)rock y la sensibilidad taciturna, añadían el pulso pop de su adorados New Order (no en vano habían versionado tiempo atrás su “Bizarre Love Triangle”) para mantener el listón de su inspiración a la altura de su anterior álbum.
A pesar de que la respuesta de la crítica había sido positiva, el balance final en cuanto a acogida del público no sería el esperado, lo que suscitaba la posibilidad de que los londinenses diesen carpetazo a su particular aventura. El silencio que siguió a “Adventures In The Underground Journey To The Stars” no era el habitual entre disco y disco; se mascaba la disolución. Sin embargo, South acabarían ofreciendo, sorprendentemente, su cuarto álbum: “You Are Here” (Young American, 2008), quizá el más extraño de su discografía por su variedad de arreglos (inspirados en el art-rock, los sonidos fronterizos o el rocksteady británico) ensamblados, eso sí, en el pop-rock fluctuante marca de la casa. Pero su actitud arriesgada no disimulaba la fatiga que estaba acusando el combo, que daría su último aliento en comunión en 2009, actuando como banda de refuerzo de Nikolai Fraiture (The Strokes) en su escapada en solitario bajo el nombre de Nickel Eye. Ese mismo año, Joel Cadbury y Jamie McDonald formarían la efímera banda The Hug, para después pasar a ser el primero de ellos colaborador de U.N.K.L.E. (el viejo proyecto de su compinche James Lavelle) y el segundo creador autónomo. A la vez, Brett Shaw empezaría a ejercer de productor en su propio estudio de grabación en Londres. Cada uno de ellos continuaba su prolongada lucha, cuales ratones en la madriguera de la industria musical, en pos de una gloria que siempre se acababan llevando otros.
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SU MEJOR DISCO. “With The Tides”. Una portada onírica anticipa el contenido evocador de este LP que tiene, simultáneamente, sus raíces bien incrustadas en sentimientos terrenales. South entran en estado de máxima ebullición en su viraje más directo hacia el post-rock de alto voltaje (“Colours In Waves”), el pop de auto-flagelación (“Same Old Story”), la fragilidad eléctrica (“Natural Disasters”) y acústica (“Nine Lives”) y el coqueteo con sonoridades norteamericanas tradicionales (“Loosen Your Hold”). Por si fuera poco, la voz de Joel Cadbury alcanza un punto extremo de melodramatismo que crece en consonancia con la emotividad de la materia prima que maneja el grupo. Ideal para realizar ejercicios de exorcización (propios o ajenos).
SU MEJOR CANCIÓN. “Colours In Waves”. Arranca tranquila para, al cabo de unos segundos, comenzar a explotar entre cortantes acordes eléctricos y graves golpes de batería. Después, el estribillo culmina el proceso con un reproche gritado con el alma desgarrada. Y, a renglón seguido, regresa la calma para romperse inmediatamente en medio de una llamarada de sentimientos hechos añicos. Así, hasta el final. Conclusión: la culpa fue tuya, no mía.