Tengo que reconocer que hace ya algunos meses que ando enfrascado en la aventura particular de encontrar el nombre para un nuevo género (o, en su defecto, de encontrar a alguien que se invente el susodicho nombre en mi lugar). Parece que la cosa se resiste… Pero es que ya empieza a ser urgente. Realizando una panorámica cronológica exprés sobre la cuestión, hay que remitirse a cuando el bombazo de Amy Winehouse y el tropel de féminas que le vino detrás (acompañadas de algún hombretón tipo Mayer Hawthorne o Aloe Blacc) nos obligó a utilizar la etiqueta neo-soul o nu-soul, dependiendo del grado de modernidad absurda que guardes entre tu corazoncito y tus pulmones. Lo jodido es que, como siempre, las buenas intenciones se fueron de baretas y lo que empezó siendo neo-soul acabó siendo nu-rhythm’n’blues por culpa de vete tú a saber qué desalmado. Más jodido todavía: si a día de hoy me dices nu-R&B, resulta que estoy tan perdido que ya no sé si me estás hablando de Adele o de The Weeknd. Y teniendo en cuenta lo poquito que tienen que ver ambos artistas, comprenderéis por qué llevo tanto tiempo empeñado en que alguien se destape finalmente con el calificativo de un género que venga a englobar lo que The Weeknd empezó partiendo del post-dubstep (o soulstep), que Frank Ocean llevó hasta una cota de elegancia extrema y que, ahora, finalmente, Miguel parece que ha conseguido empaquetar con un lacito pluscuamperfecto para que las masas lo reciban con los brazos abiertos con más ganas que un regalo del Pitufo cabrón aquel que regalaba paquetes bomba (y que daba igual cuántas veces hiciera la misma broma: el resto de Pitufos seguían recibiendo los regalos tan ilusionados como si de un cockring de Swarovski se tratara).
De hecho, en eso consiste precisamente el principal acierto de «Kaleidoscope Dream» (RCA, 2012), el nuevo disco de Miguel que, por cierto, no es su debut ni de blas: le precede «All I Want Is You» (Jive, 2010), que llegó después de que el artista decidiera romper peras con Universal y ver si podía ser masivo sin tener que caer en el saco absurdo de lo mainstream. Su segundo trabajo, tal y como decíamos, es el punto intermedio entre The Weekend y Frank Ocean: una fructífera tierra media entre ambas propuestas en la que estaba claro que podía crecer una frondosa, húmeda y sensual selva que Miguel Jontel Pimentel ha conseguido dominar a base de poner los huevos encima de la mesa sin que se note demasiado. Me explico. Por un lado, los detractores de The Weeknd afirman que Abel Tesfaye es una llorica pesada demasiado tendente al falsetto lastimoso a la hora de buscar la empatía mojabragas definitiva con su público femenino. Y, por el otro, incluso los defensores de Frank Ocean han de admitir que el chaval es a veces tan artie que se pierde en sus cotas particulares de altura y es bastante difícil hacerle bajar de allá: sus canciones, en definitiva, son tan complejas que están vetadas para esa parte de la humanidad que lo que busca en el esto del R&B de ultimísimo cuño es más bien un meneo entrepiernil con la parienta o con la casquivana de turno pillada a últimas horas en el club habitual.
«Kaleidoscope Dream«, por su parte, tiene la crudeza lírica que se suele ensalzar en The Weeknd (ojito: uno de sus temazos, «Do You…«, sólo hace que preguntar reiteradamente si te molan las drogas, porque a él sí; y otro de sus hits, «Pussy is Mine«, es un baladón de aquí no te menees en el que Miguel repite una y otra vez «Tell me that the pussy is mine» hasta que incluso yo, que pussy no tengo, tengo que admitir que sí, que incluso mi chochete es totalmente suyo) y también los acabados brillantes de Frank Ocean (por mi parte, me quedo con la guitarra hipnótica de la tremenda «Use Me» y con las brumas melódicas que van envolviendo «Kaleidoscope Dream» mientras una instrumentación orquestal intenta alejarlas con cargas explosivas de luminosidad)… Pero, al fin y al cabo, resulta mucho más macho que ambos sin resultar nunca tan soez, beligerante y amenazante como los hip-hoperos habituales. Será, además, porque Miguel sabe contrarrestar el influjo de los nombres mencionados con otras referencias menos esnobistas… A saber: por aquí y por allá se pueden escuchar ecos del Usher menos moñas, del R. Kelly menos megalómano, de la Alicia Keys menos mamarracha y pamplinas (de hecho, «Adorn» se abre con unos compases que parecen pedir a gritos que entre a saco la del «Empire State of Mind«) y, sobre todo, de lo que estaría haciendo a día de hoy Justin Timberlake si estuviera más interesado en la música que en el cine y la tele (o lo que sea que esté haciendo este hombre a día de hoy).
Así que, teniendo en cuenta que este (no tan nuevo) género está a un pelo de coño de pasar a las masas por culpa de (o más bien gracias a) Miguel y su «Kaleidoscope Dream«, ¿no va siendo realmente urgente encontrarle una etiqueta adecuada? Mi opción ganadora por ahora es rhythm’nu’soul… Pero se aceptan propuestas.