Lo que mal empieza, mal acaba. O, al menos, regular… Como en el caso del festival Music Way santiagués. Esta nueva versión del dicho popular no se puede aplicar a su devenir musical (aceptable en líneas generales, a pesar de vivir momentos que transitaron entre la brillantez y la vergüenza ajena), pero sí a parte de su desarrollo organizativo. La reconversión del pasado Rock In Way a su nueva denominación ya había comenzado con problemas (ya explicados aquí) y se había cerrado sobre la hora con una gran sensación de improvisación (reflejada aquí). Faltaba por ver, lógicamente, cómo avanzaría en sus dos días de celebración.
En un principio, la decisión de pasar el único escenario a la nave cubierta del Recinto Ferial de Amio debido las condiciones climatológicas (buen tiempo -otoñal, eso sí- durante la tarde, pero ventoso y frío por la noche), teóricamente desafortunada, se acabó convirtiendo en todo un acierto al asegurar la confortabilidad para la visión de los directos sin sufrir aparentes problemas de acústica. La colocación de la rampa de skate del evento Wahrld Street en el fondo del espacio no sólo no molestaba, sino que encajaba a la perfección con la estética de hangar aeronáutico que la rodeaba; el acceso a los diferentes servicios era cómodo y rápido; y hasta se cumplían a rajatabla los horarios de los conciertos. Pero en la segunda jornada la placidez se esfumó…
El repentino y confuso cambio de idea de la promotora (¿anunciado al público con antelación o no?) al respecto de la política de entrada y salida del festival (salir del recinto, incluso para dirigirse al pabellón anexo que acogía la zona de acampada, conllevaba la pérdida de la pulsera del abono) puso el patio patas arriba, lo que provocó que la organización bloquease la web y eliminase los perfiles del certamen en Facebook y Twitter. A ello se añadieron el jaleo originado por el desfase en los tiempos de las actuaciones durante el tramo más importante de la noche y las dudas sobre la asistencia al evento: las cifras se mueven entre las 6.000 y 7.000 personas de media por día, aunque en el terreno se apreciaba una menor cantidad, incluso en el segundo turno, el de mayor afluencia.
Independientemente de los datos que se manejen y de los balances finales que se arrojen, se constató que la supervivencia del Music Way como el FESTIVAL (con mayúsculas) de la capital gallega depende de que se resuelvan dos problemas fundamentales: la configuración del cartel artístico, con varios nombres destacados y la intención de apoyar el producto local pero demasiado disperso y poco meditado; y la fluctuante comunicación con el público en general que, en definitiva, es el que paga religiosamente por disfrutar de una cita de estas características.
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VIERNES, 28 DE SEPTIEMBRE. La peor parte de la confección de los horarios de la primera tanda de conciertos recayó en Maryland y Holywater (en la foto). Ambas bandas recurrieron a sus potentes guitarrazos y melodías compactas para compensar la aún escasa afluencia de público y, de paso, dejar el pabellón de la escudería Ernie bien alto. La chavalada allí presente y neófita en la cuestión del pop-rock alternativo galaico disfrutó de una gran oportunidad para deleitarse con dos ejemplos representativos de lo que se cuece desde hace tiempo cerca de su casa.
Otra forma de pop-rock, insertada en esquemas p-funk y dance, fue la que ofrecieron We Are Standard. Inmersos en un proceso de cambio sonoro iniciado con su EP “Great State” (Mushroom Pillow, 2011), siguieron tanto la dirección del estilo que practicaron con óptimos resultados en el pasado (la del post-punk-dance) como la del que les guiará, probablemente, en el futuro, inclinado hacia la actualización de la acidez de la era madchesteriana / screamadélica de finales de los 80 y principios de los 90 (en la línea de sus paisanos Delorean). De esa época parecía que habían rescatado “Good Ones” para abrir su show entre brumas cósmicas y modularlo posteriormente con la vitaminada “Let’s Say I’m In Love”, la sugerente “Love Me” (su alucinada visión de la tópica canción de amor) y “07:45 (Bring Me Back Home)”, con el teclado adquiriendo mayor protagonismo. Intercaladas entre ellas e impulsadas por la doble batería, las contundentes “The Last Time”, “The First Girl Who Got A Kiss Without A Please” (con aroma a The Rapture) y “Waiting For The Man” (su versión del incunable de The Velvet Underground) rompían el estatismo del respetable y demostraban, al mismo tiempo, que a los getxotarras les hubiera sentado mejor haber actuado bien entrada la noche. Una muestra de ello fue su explosivo cierre, “On The Floor”, que se quedó a medio camino en su objetivo de que el gentío se soltase por completo.
Aún así, el aspecto del foso había mejorado notablemente, también debido a la inminente aparición de The Courteeners, anunciada por la legendaria melodía del western “El Bueno, El Feo y El Malo”. Una intro poco sorprendente que dio paso a una sesión de brit-rock puro y duro, dirigida por un Liam Fray transfigurado en una especie de mellizo de Alex Turner (tupé mediante) que llevó a su banda por derroteros demasiado similares a los de, justamente, Arctic Monkeys. Natural, por otra parte, dado que su set se basó especialmente en la aceleración post-adolescente de su debut, “St. Jude” (Polydor, 2008), como en “King Of The New Road”, “Bide Your Time” y una vibrante “Not Nineteen Forever”, y el robusto nervio de “Falcon” (Polydor, 2010), plasmado en “Sycophant” y “Scratch Your Name Upon My Lips”. Aunque, ampliando el juego de las comparaciones, los mancunianos se aproximaron igualmente a la new-wave angulosa de Franz Ferdinand en “You Overdid It Doll” (su mímesis con “Take Me Out”, canción-emblema de los escoceses, alcanzó niveles delirantes en directo) y la novedosa “Lose Control”, reforzada por un muro guitarrero que ofrecía pistas de por dónde puede ir el tercer trabajo del cuarteto. A pesar de las evidentes similitudes y de que están instalados en la liga media del indie-rock británico, The Courteeners convencieron con su saber estar sobre las tablas y la vigorosa defensa de su repertorio.
A Manic Street Preachers se les suponía presencia, solvencia y mucho más. No cabía duda de ello, por su experiencia, triunfal carrera y vital importancia en la historia reciente del rock anglosajón. Habían aterrizado en Santiago en plena gira motivada por su enésimo recopilatorio, “National Treasures: The Complete Singles” (Columbia, 2011), por lo que quedaba claro que trasladarían sin compasión todos los grandes clásicos que encumbraron su longeva y combativa trayectoria: nada de bromas ni artificios de cara a la galería. Flanqueados por un telón de fondo con la chica que figura en la portada de dicha compilación, las obligatorias banderas de Gales más algún elemento de atrezo y reforzados por un segundo guitarrista y un teclista, James Dean Bradfield, Nicky Wire y Sean Moore no tardaron un segundo en confirmarlo con la tripleta inicial “Motorcycle Emptiness”, “Your Love Alone Is Not Enough” y “Ocean Spray”. A partir de ahí, repartieron himnos de hoy (“Some Kind Of Nothingness”, “(It’s Not War) Just The End Of Love”) y de ayer (“A Design For Life”, “You Stole The Sun From My Heart”, “Tsunami”) a diestro y siniestro, con la correspondiente parada en el arrebato sentimental de “The Everlasting”. Un espejismo sensiblero frente a la tormenta originada por “Found That Soul”, “Theme For MAS*H (Suicide Is Painless)” o “Slash ‘n’ Burn” y los trallazos contra el sistema establecido “You Love Us”, “The Masses Against The Classes” y “Motown Junk”, una cascada de electricidad que incitaba a la revolución. Hasta tal punto que, durante “Revol”, dedicada a la memoria del desaparecido Richey Edwards (¿era suya la imagen enmarcada situada sobre los amplificadores?), daban ganas de conseguir un bidón de gasolina y una mecha para hacer saltar por los aires el teatrillo político que nos desgobierna al mando de un ágil e inquieto Bradfield (que conserva intactas su impresionante voz y su habilidad a la guitarra) y un impertérrito pero absolutamente metido en el meollo Wire. Eso sí, la muchachada (buena parte ni había nacido cuando los galeses se estrenaron en largo con “Generation Terrorists” -Columbia, 1992-) no les guardó el debido respeto, desalojando las primeras filas a la cuarta canción y entreteniéndose con banalidades varias. Debería haber tomado nota, tras el broche de oro puesto con «If You Tolerate This Your Children Will Be Next», de cómo un grupo curtido en mil batallas logró transmitir autenticidad y energía a través de un setlist inapelable e implacable contra la calamitosa realidad del mundo actual.
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SÁBADO, 29 DE SEPTIEMBRE. Un ineludible compromiso como espectador de un importante encuentro de fútbol local provocó que un servidor llegase al Recinto Ferial de Amio después de que ya hubiesen intervenido los vigueses Mvnich (otra vez tuvieron que intentar conciliar su sonido de tintes oscuros con la circunstancia de tocar a plena luz del día) y con las últimas notas de The Cornelius flotando en el aire. Dicha demora permitió, curiosamente, presenciar en primera persona cómo el cambio de decisión sobre el acceso al festival comentado en la introducción provocaba que se formaran algunos grupúsculos en el parking colindante para apurar la comida y la bebida antes de acceder a la cubierta de los conciertos. En ella se apreciaba el aparente retraso con el que llegaban los asistentes, con cuentagotas, aunque, en la práctica, la estampa no era demasiado diferente a la vista la jornada anterior a la misma hora.
Layabouts debían, por tanto, caldear el ambiente con rapidez, tarea a la que están más que acostumbrados, armados con su rock macizo de la vieja escuela. Los madrileños clausuraban el tour de presentación de su tercer LP, “Savage Behavior” (Homeless, 2011); y, haciendo honor a su título, giraron al máximo su centrifugadora rockera (más potente que en estudio, si cabe) metiendo en su interior temas como “To The End”, “It’s All Dead” y “On My Side”. Y en esto que su cantante y bajista, Jon Arias, confesó que le habría gustado haber nacido en el norte, donde, según él, sí saben de rock and roll. Entonces, ¿en Madrid no tienen ni idea? La respuesta a tal pregunta daría para redactar toda una tesis… Los chispazos de alto voltaje se prolongaron con algunas piezas nuevas, como “Outta Love”, que servían de excusa para practicar más riffs incendiarios, brincos sobre las tablas y desprender macarrismo setentero por sus cuatro costados. El único tema que se salvó de perderse entre los convencionalismos zeppelianos de la banda fue la surfera revisión del “California Sun” de los Ramones, anticipo de la dupla final “Rollercoaster” y “Rock’s Dead”. El espectáculo funcionó correctamente como estimulante del ánimo de la audiencia, a pesar de que los pogos y los bailes desenfrenados cristalizaron sólo tímidamente.
¿Y qué puede bajar de un plumazo la excitación? ¿Un ansiolítico? No, en este caso, un concierto de Os Resentidos, en formato big-band con gaita. Su aura de referencia de primer orden dentro de los anales de la música gallega no debería distorsionar el hecho de que, treinta años después de su fundación y más de quince de su separación oficial, ya no están para los trotes del directo. Eso sí, su estilo mantuvo su particular mezcolanza de rock, reggae, ska, (agro)rap y folclore autóctono, aunque sin el fuelle de antaño; y se constató que algunas de sus reveladoras letras sociopolíticas (“Economía Sumerxida”, “Manda Carallo”) siguen totalmente vigentes… por desgracia. Entre reflexiones semejantes a esta, cuando menos se lo esperaban sus fans (de todas las edades) por la prontitud, cayó la mítica “Galicia Caníbal”, con un pésimo sonido: flojo y disperso, sin punch y mal mezclado. A esta decepción no ayudaba nada observar a Antón Reixa recordar sus textos echando poco disimulados vistazos a unas hojas colocadas en un atril e intentar alcanzar sin éxito el tono incisivo de su antigua voz en “Estamos en Guerra. Himno da República de Sitio Distinto”, “Galicia Sitio Distinto” y “Están Aquí (2ª Parte)”. Tras superar varios minutos planos e insulsos, los vigueses repitieron “Galicia Caníbal” (mejorada) para rematar su faena mucho antes del tiempo estipulado. Otro revés que sumar a una actuación olvidable.
El desfase temporal causó el adelanto en veinte minutos de la salida al escenario de The Hives, el tercer reclamo internacional del Music Way. Vestidos como en la carátula de su último disco, “Lex Hives” (Disques Hives, 2012), con chaqué y sombrero de copa, realizaron una entrada fulgurante con la breve pero infalible exhortación de “Come On!” La táctica era precisa y sencilla: foguear al personal a base del punk-garage de The Stooges o MC5 pasado por la batidora sueca. El carismático Howlin’ Pelle Almqvist (que demostró su pericia idiomática hablando en un estimable español) se movía cual peonza y abría su enorme bocaza para escupir con rabia “My Time Is Coming” y “Wait A Minute” y sus bombásticos pepinazos “Walk Idiot Walk”, “Main Offender” y una “Hate I Told You So” que puso las espadas en todo lo alto antes de encarar el bis. En él, como en el resto del recital, los nórdicos se mostraron arrolladores pero repetitivos en cuanto a su fórmula tópicamente punk-rockera y repleta de yeahs berreados a todo trapo; y una hiper-estirada “Tick Tick Boom” justificaría por qué los suecos congregaron ante sí a la mayor cantidad de público… hasta que después hicieron acto de presencia Heredeiros da Crus. Glups.
Aquel grupo que se auto-incluyó en el bautizado como rock bravú en el panorama galaico a mediados de los 90 sin tener argumentos para pertenecer a él, certificó que es posible alargar una broma hasta el paroxismo durante unos cuantos años. Pero, no lo olvidemos: el suyo fue el concierto más multitudinario del Music Way, superando en número a los de The Hives y Manic Street Preachers, por poner como ejemplo a los dos cabezas de cartel más claros. Extraño asunto a analizar en profundidad, ciertamente…
[Fotos: ZircoZine / Esteban de la Iglesia]