¡Que suenen las fanfarrias, las trompetas del Apocalipsis, la tamborrada de San Sebastián! ¡Que las calles se llenen de majorettes y soldados norcoreanos unidos en una gigantesca coreografía! ¡Que baje Dios y lo vea! Este estruendoso decorado es que el debería erguirse para abrazar como maná caído de los cielos el último disco de Muse, “The 2nd Law” (Warner, 2012). Pensándolo bien, algo parecido (salvando las distancias) sucedió cuando la familia liderada por Matt Bellamy se plantó en medio del Estadio Olímpico de Stratford sobre un escenario para intervenir en la ceremonia de clausura de los Juegos de Londres 2012 interpretando la catártica “Survival” entre lenguas de fuego y un enorme coro. Más mesiánico, imposible. Aquella actuación era la culminación del encargo que se había asignado al grupo de elaborar el himno oficial del evento deportivo más universal, perfecto para que los británicos se coronasen como los mayores rockeros grandilocuentes del mundo; y también el acto incomparable para que Bellamy sacase la divinidad vestida de lentejuelas que lleva dentro a base de guitarrazos en honor a Brian May y gorgoritos elevados al infinito.
Al mismo tiempo, “Survival” (anticipo de su citado sexto trabajo, aunque no como primer single oficial) ponía las cosas en su sitio después de que un confuso teaser corriese como la pólvora por la red anunciando que había muchas posibilidades de que Muse se hubieran pasado al lado oscuro del dubstep, ese género que vale para todo, incluso para que señoras de mediana edad suden a gusto en el gimnasio. La broma viral consiguió montar el oportuno revuelo y dar la publicidad necesaria a “The 2nd Law”. Pero, en realidad, la cuestión dubstepera se reduce a dos composiciones, con lo que el tratamiento electrónico del disco no va más allá de los retazos sintéticos ya oídos en otras referencias de la banda. Por lo tanto, de revolución, nada. Lo que significa que, literalmente, Muse continúan instalados en la cumbre del rock sinfónico, progresivo, coral, exasperante por momentos e interpretado con exageración.
Así que nada nuevo en el frente. Porque ni siquiera las supuestas sorpresas más asimilables dentro del estilo habitual del trío de Devon, situadas ya de apertura, funcionan como tal: “Supremacy” intenta poner las primeras piedras del tono rimbombante del álbum (cuerdas ascendentes, marciales redobles de batería, cimbreantes solos de guitarra) jugando a parecer una pieza diseñada para entrar en la banda sonora del próximo film de la saga James Bond, “Skyfall” (Sam Mendes, 2012); y “Panic Station” retoma el funk digitalizado de “Supermassive Black Hole” añadiendo acordes guitarreros usurpados a INXS y con Bellamy transmutándose en Michael Hutchence para provocar sudores fríos y movimientos sexys de cadera. En medio de ambos cortes surge “Madness”, el tema de la discordia (y verdadero sencillo de adelanto de “The 2nd Law”) con el que empezaron a circular las habladurías sobre la firme apuesta de Muse por engordar su repertorio electrónico. Sin embargo, su aproximación a una especie de inofensiva, ralentizada y edulcorada revisión en clave trip-hop del “I Want To Break Free” de Queen no debería haber levantado tantas ampollas.
A partir de un posterior y orquestal preludio es cuando la banda empieza a explayarse sin complejos, recuperando para la causa la ya mentada “Survival”, que introduce, una vez apagada su cegadora luz épica, el primer experimento dubstep del LP: “Follow Me” (producida por Nero) arranca como una suave tonada cósmica y estalla en un mareante océano de beats graves y profundos. Frente a ella, “Animals” recupera el sonido convencional y característico de anteriores discos de Muse apoyándose en los consabidos riffs pesados y punzantes para, finalmente, mostrarse como la pieza más intrascendente del conjunto; “Explorers” avanza como una tranquila balada-nana pianística de desarrollo cadencial que mejora cuando cambia de tercio y entran en acción la guitarra eléctrica, la percusión y los arreglos de cuerda; y “Big Freeze” se inserta de nuevo en la plantilla INXS descrita más arriba, con leves fugas hacia U2 y Queen (cómo no), y presenta un estribillo simple pero efectivo, de los que se pueden quedar pegados al cerebelo sin querer.
La desembocadura de “The 2nd Law” se divide entre la novedad (ahora sí) y los clichés ejecutados en bucle desde hace años por el trío británico. Con todo, la parte más sorprendente de lote no incide en lo musical, sino en el hecho de que el bajista Christopher Wolstenholme tomara las riendas compositivas y vocales de las autobiográficas “Save Me” (blandengue y obvia) y “Liquid State” (hard-rockera) para volcar su sentimientos en torno a su batalla para vencer sus problemas con el alcohol. Un tramo entre sensiblero y amarillista que contrasta totalmente con el colofón del álbum, una doble suite de ópera rock (que da una vuelta de tuerca a las tres partes de “Exogenesis: Symphony” que ponían el broche a “The Resistance” -Warner, 2009-) formada por “The 2nd Law: Unsustainable” (segunda incursión en el dubstep facilón y robótico) y “The 2nd Law: Isolated System” (más minimalista), que enlazan con la coartada científica del disco (el título se relaciona con la segunda ley de la termodinámica y la portada con el mapa del cerebro humano) para sugerir el futuro negro y pesimista que le espera al planeta Tierra prácticamente suspendidas en el éter galáctico…
Ese lugar indeterminado en el espacio es desde el que Muse parecen construir su corpus sonoro, ingrávidos, como si fuesen conscientes de que el único límite que se le puede poner a su rock es el mismo cosmos, olvidando que bajo su pátina gloriosa se aloja una peligrosa debilidad: el influjo de las comparaciones. “The 2nd Law” se manifiesta como una sala de espejos cóncavos y convexos ante los que Bellamy y compañía se reflejan para saber a qué figura emular y qué camino seguir. Estudiados sus previsibles pasos, a pesar de que se esfuerzan en introducir algún cambio coyuntural, se torna complicado definir su estilo, por enésima vez, sin caer en la retórica de la imitación y la falta de originalidad. No importa: que se abra la bóveda celeste y caiga una tormenta atronadora para recibir a Muse. The show must go on.