Puede que la mayor parte de artistas tengan como principal faro guía de sus pretensiones artísticas una máxima de depuración: una vez encuentran una idea con aristas, una gema en bruto, se dedican a pulirla y a suavizar su contorno hasta conseguir una perla totalmente redondeada. Pero también hay otros artistas, mucho menos numerosos, que funcionan bajo otra premisa: la de la entropía, la disgregación, la divagación como figura retórica que da forma a sus composiciones (si es que se puede hablar, en estos casos, de composiciones propiamente dichas). Es el caso de Flying Lotus, cuyo nuevo movimiento deja a las claras que es (muy pero que muy) consciente de la magnitud de su anterior «Cosmogramma» (Warp, 2010): aquel fue un álbum que, pese a la complejidad y abstracción de sus puzzles sonoros, optaba por ensamblar la locura de las piezas en conjuntos estancos que funcionaban de forma autónoma. Aquella fue, al fin y al cabo, la depuración absoluta de la mayor tendencia a la disgregación de los últimos tiempos sonoros: el hip-hop abstracto. Habrá quien crea que una perla tan brillante como «Cosmogramma» incluso admite nuevos pulidos y depuraciones… Pero está claro que Steven Ellison no piensa lo mismo.
«Until The Quiet Comes» (Warp / PIAS Spain, 2012) es algo similar a coger los conjuntos cerrados de «Cosmogramma» y despedazarlos, desvincularlos del formato canción, convirtiéndolos en conjuntos cada vez más y más pequeños: llegados a este punto, a Flying Lotus poco le interesan las estructuras que introducen los aciertos en la cabeza de quien escucha a base de la repetición machacona o de los estribillos luminosos que dejan bien claro cuál es el gancho del tema. Este es más bien un conjunto de ideas que se van sucediendo con una duración raramente superior al minuto y medio: antes de que puedas atrapar una melodía pegadiza o de que puedas entrar en un ambiente evocador, Ellison siempre pasa «a otra cosa»… Porque, al fin y al cabo, este es un álbum repleto de «cosas» interesantes. Pero, más allá de convertir su nuevo trabajo en un cable del que penden múltiples bombillas de colores, cada una separada de la otra, Flying Lotus apuesta más bien por una bastísima superficie de agua sobre la que brilla el reflejo de toda una colonia de luciérnagas: a veces, los insectos se juntan aquí o allá formando bellísimos efectos de iluminación sobre el agua, pero siempre son fenómenos fugaces, instantáneos y que, al fin y al cabo, no dejan de fabularse como un espectáculo mágicamente aleatóreo.
En definitiva, «Until The Quiet Comes» vendría a ser un «Cosmograma» en descomposición o, mejor todavía, en estado de entropía, en plena carrera hacia un caos en el que Ellison no se preocupa de ordenar o de acotar, mucho menos de buscar solución alguna, sino que más bien va acariciando aquí y allá piezas musicales que arquean su grupa como gatos en celo que después salen pitando. Se le ha quedado pequeña a Flying Lotus la etiqueta de hip-hop abstracto, porque aunque todavía puede rastrearse aquí la herencia de J.Dilla (esa querencia por hilvanar samplers con un hilo de plata cada vez más y más fino), paulatinamente parece acercarse mucho más a una electrónica paisajística que, sin embargo, huye de los paisajes reales y se preocupa más por un paisaje emocional a la búsqueda de la ontología por la vía cósmica literal (de cosmos y galaxias y estrellas y planetas, vamos). Algo así como el primo lejano optimista de unos Oneohtrix Point Never a los que se les busca dar la vuelta para, en vez de alcanzar la trascendencia por la vía del mantra repetitivo, conseguirla a través de un fluir de idea a idea que no te permite detenerte sobre el aquí y el ahora.
Eso sin contar, claro, que la principal referencia de Flying Lotus hace mucho tiempo que dejó de situarse en el plano de la actualidad musical: «Until The Quiet Comes» certifica que el jazz ha dejado de estar en el horizonte de Ellison para situarse precisamente en esa flechita que indica «usted se encuentra aquí» en el GPS del artista. Sería fácil tirar del hilo de esta evocación jazzística partiendo del hecho de que la tía del artista fue Alice Coltrane, pero lo cierto es que el último álbum de Flying Lotus se basta y se sobra para defender ese género que se filtra directamente en la instrumentación de canciones como «Electric Candyman» (con la participación de un irreconocible Thom Yorke que Steven transforma en un espectro disoluto) o «See Thru You» (donde Erikah Badu se convierte en medium de voces del pasado mientras los instrumentos revolotean en torno a esa acepción de free que tan bien supo exprimir el jazz). Extrañamente, el fantasma del género es invocado en un ritual oscurantista en el que se consigue una aparición completa por mucho que algunas de sus constantes vitales (las variaciones largas y profundas, el espíritu de colaboración entre artistas) se sacrifiquen en pos de los rasgos que le interesan a Ellison (las ráfagas cortas y la composición como batalla de un solo hombre).
El principal problema es que aquí no vale el reduccionismo de espetar «esto es una obra maestra: o entras o no entras«. Porque, básicamente, «Until The Quiet Comes» no es una obra maestra: es un álbum tan sumamente tendente a la digresión que es demasiado fácil desconectar. Sus aciertos flotan de forma tan liviana que es muy probable que ni adviertas su presencia si no pones suficiente empeño de tu parte. Al fin y al cabo, la sensación final es que Flying Lotus nos ha dejado echar un vistazo a un work in progress que todavía no sabe hacia dónde le va a conducir. Se agradece la confianza, evidentemente. Pero ante un caso como este, lo mejor será cambiar el cliché de este primer párrafo por otro similar pero diferente: «Si entras, vas a disfrutar como un enano. Pero si no, no pasa nada… Seguro que en el futuro Steven Ellison tiene otro gran disco esperando para tí«.