El concierto de Chad Valley teloneando a Jonquil podría resumirse en la historia de cómo Hugo midió sus fuerzas con Manuel y acabó ganando el público que lo presenció. Ya vimos el año pasado a Hugo Manuel teloneando a Washed Out y dejar el listón tan alto que los cabeza de cartel quedaron a la sombra del orondo oxoniense. Esta vez ha hecho doble salto mortal marcándose un pulso consigo mismo y a quien se lo ha puesto difícil para destacar ha sido a Jonquil, la banda que lidera. Él solito (detrás de un teclado y dos micros, como de costumbre) nos vino a presentar algunos temas de su impacientemente esperado primer trabajo largo, “Young Hunger”. No se olvidó de su mini-álbum “Equatorial Ultravox” (V2, 2011) ,y de nuevo encandiló al público con sus sintes melódicos de corte cálido a los que su aliento insufla vigor (sello distintivo que marca sus conciertos como algo más que chill wave al uso).
Su sonido en directo hace, si cabe, más honor a su nombre artístico de lo que ya lo hace en estudio (Chad Valley fue una clásica marca británica de juguetes que ya no existe como tal): es dulce y dreamy, como si el niño que de vez en cuando todavía te asoma abrazara a uno de los ositos vintage de la marca; un recogerse en si mismo (¿a alguien se le ocurre mejor nombre que “Shell Suite” para tal canción?); un eco nostálgico que acaricia tus oídos desde la distancia y las alturas. La reverberación de su voz planeando sobre si misma eleva la temperatura del ambiente evocando, cual globo aerostático, una suerte de ascensión a cimas limpias y soleadas. Si tienes ocasión en el futuro, no te pierdas la forma en que juega en directo con su voz a través del reverb de uno de los dos micros que utiliza superpuesto a su propio cantar, porque te infla y eleva mientras gozas, boquiabierto, con el hilillo cayéndosete por la comisura de los labios… Oral submission! [Jose M. Collado]
¿Sabes ese momento en el que sales de un concierto con la sensación de que has vivido, tal y como decía la película, «el principio de una gran amistad«? Hay cosas que lo delatan en el ambiente, pero de lo que más puedes fiarte es del hecho de que en primera fila ya hubieran algunas fans que se sabían las canciones, que bailaban y se excitaban cuando llegaban sus temas preferidos. Es curioso que semejante cosa ocurra ahora con Jonquil, ya que es una banda que tienen varios discos a sus espaldas… Pero también es cierto que, desde que Hugo Manuel (su frontman) empezará a explorar en solitario el electro-pop ochentoso como Chad Valley, parece que los horizontes de su formación han abierto las nubes de la experimentación opaca que antes practicaban para practicar un nuevo y radiante pop moderniqui que debería hacer sonroja a sus paisanos Foals y a la mitad de bandas que nos intentan vender cada temporada desde NME.
Pero a la que vamos: el concierto que ofrecieron Jonquil el pasado 30 de octubre en la sala Razzmatazz 3. El principio de una gran amistad… en el caso de que el sonido de la banda siga explorando lo ya presentado en su reciente «Point of Go» (Bless’ngforce, 2012). Hay que tener en cuenta que, antes de ponerse a trabajar en este disco, la formación interna de Jonquil sufrió un lavado de cara absoluta (con la salida de varios miembros y la entrada de otros tantos). Así que, se busque la razón donde se busque, el resultado siempre es el mismo que pudo disfrutarse sobre el escenario en esta última gira: canciones esplendorosas de pop cristalino con toques de electrónica blanda por aquí y con ribetes de afro-pop por allá. Hugo Manuel se sabe en posesión del caballo ganador, así que la mayor parte del setlist estuvo formado por temas de «Point of Go«, tal y como «Swells«, «It’s My Part«, «Run» o una arrebatadora «Point of Go» a la que se le extirpó la apertura más tranquilita para poner toda la carne en el asador desde el principio.
Cualquiera podría haber pensado que cinco músicos sobre el escenario eran demasiados para un formato de canción tan clásica, pero lo cierto es que Jonquil se demostraron más que hábiles a la hora de evitar el exceso y de justificar todas y cada una de las líneas melódicas. Ejemplos más que ejemplares serían la trompeta esplendorosa de «Mexico» (que elevaba almas sin resultar estridentes) o el jam final de pura diversión con «History of Headaches«, donde la voz cantante la llevaba un bajo saltarín y cachondo. Los teclados de Manuel, sin embargo, supieron despojarse de todo ego (sonando igualmente subyugantes en su recuperación del corpus melódico más luminoso de los 80) a la hora de ceder el esqueleto de las canciones a la batería. Con una entente cordiale entre los cinco instrumentos, el concierto de Jonquil consiguió fabular la magia de un equilibrio perfecto que, curiosamente, y pese a la profusión de arreglos, nunca sonó recargado. Ni incluso cuando se atrevieron con una versión del «Infinity» de The xx a la que despojaron de la sensación de vacío para llevar al terreno de un jolgorio electropopero más propio de cualquier época pasada (que fuera mejor que esta). Sí, definitivamente fue el principio de una gran amistad. ¿Para cuándo la próxima reunión de amigos? [Raül De Tena]
[FOTOS: Jose M. Collado]