La juventud baila… ¡Vaya si baila! Pero ya no como antaño: ahora cualquier cosa le vale (mejor no decir nombres ni mentar canciones) para menearse con garbo y sudar de lo lindo. En el mundillo alternativo sucede lo mismo porque, al fin y al cabo, para ser el personaje más fetén de la fiesta no hace falta tener demasiado sentido del ritmo, sino dominar el vaivén acompasado del flequillo (masculino o femenino) entre gin tonic y gin tonic. Oye, todo muy guay. Un caldo de cultivo ideal para que toda propuesta con un mínimo de pegada triunfe, sobre todo si sugiere una huída hacia adelante del machacado electro 4×4 de club (y derivados) y se expande hacia el pop de guitarras danceras. ¿Guitarras danceras? Quizá el concepto no sea el más adecuado, pero se ajusta a ese estilo eléctrico que tanto vale para escuchar en casa a través de los auriculares mientras se pasa la aspiradora como para desmelenarse en la pista de la discoteca moderna o el festival molón de turno.
En ese terreno, Two Door Cinema Club han sido capaces de jugar con habilidad sus cartas con la inestimable ayuda de Kitsuné, emblema de la electrónica de baile del siglo XXI que ha sabido ampliar su abanico estético para poner la bala donde pone el ojo. Impulsado por esa política, el sello francés no dudó en acoger en su seno a los norirlandeses después de que se diesen a conocer mediante MySpace (cuando esa red servía de algo…) para publicar sus primeros singles, editar su debut en largo, “Tourist History” (Kitsuné, 2010), y lanzarlos al estrellato indie y no tan indie. En su momento, escuchar pelotazos como “Undercover Martyn”, “Something Good Can Work”, “What You Know y “I Can Talk” en programas de televisión y radio generalistas o reproducidos en el iPod de tu prima choni resultaba chocante, pero a día de hoy suena a costumbre rutinaria que roza el hartazgo.
Justo ahí se encontraba el gran problema el trío de Bangor (recordemos: Alex Trimble, Kevin Baird y Sam Halliday) a la hora de encarar la grabación de su sophomore: en la sobreexposición mediática, que incluso provocó que se le cogiese cierta tirria en determinados sectores de la audiencia alternativa. Circunstancia que complicaba su ya de por sí dura tarea de convencer al respetable de que sus méritos iban más allá de conquistar los corazones de la muchachada más inquieta y de que poseían los suficientes mimbres para mantener el nivel de los singles de su primer disco y darle, a ser posible, una sugerente vuelta de tuerca a su sonido. Esta frase hecha repetida hasta la saciedad adquirió todo su verdadero sentido en el caso de Two Door Cinema Club, porque no hacerla realidad sería la peor noticia para ellos: “Tourist History” era un álbum en el que existía una distancia abismal entre sus sencillos más claros (los mencionados más arriba) y el resto del lote, por lo que su continuación debía revertir esa situación y abrillantar su repertorio.
Pues bien, “Beacon” (Kitsuné / Music as Usual, 2012) no logra ese doble objetivo. De hecho, del primer al último minuto se muestra como una obra entre plana e irregular, en la que las enérgicas señas de identidad de los hits que auparon a la banda se desdibujaron peligrosamente. Y eso que el trío recurrió a la sabiduría a los controles de Jacknife Lee para darle el empuje necesario a sus composiciones, algo que, en parte, consiguió (ahí siguen bien presentes los luminosos acordes de guitarra y el desparpajo característico de la voz de Trimble) aunque sin que cuajase del todo. Una circunstancia que certifica que el éxito de la fórmula de Two Door Cinema Club depende única y exclusivamente del impacto melódico: sin él, no hay paraíso. En este LP sólo se atisba en “Next Year”, la conocida “Sleep Alone”, “The World Is Watching” (sucesora de “Something Good Can Work”, posiblemente el mejor corte de “Tourist History”) y el ramalazo semi-épico de “Beacon”, temas que recuerdan que hubo un tiempo en que a los norirlandeses se les llegó a tildar de afrancesados por la influencia de su discográfica y por su cercanía a Phoenix.
El devenir del resto del minutaje se fía a la velocidad que la banda imprime a sus piezas, entre las cuales las más briosas (“Handshake”, “Wake Up” o “Someday”) sobresalen por encima de las más reposadas, que se quedan en simples espejos de la indulgencia que Two Door Cinema Club se han aplicado a sí mismos, como declarando que si hay que relajar el nervio, se relaja, pero las baladas mejor que se las queden otros. Así que quizá el gran (y único) valor del trío sea, por ahora, exprimir al máximo todo el jugo al esquema básico guitarra-bajo-batería (aunque intenten jugar con el sintetizador y las programaciones) para que su cohorte de seguidores no dejen de zarandear con gracia sus flequillos modernetes durante los fines de semana mientras se tragan litros de gin tonic (de marca, a poder ser).