A FAVOR. No puede ser casualidad que Ridley Scott haya decidido explicar (más o menos) el origen de «Alien» (1979) con una película titulada «Prometheus«. Según la mitología griega, Prometeo es el titán que roba el fuego a los dioses y se lo devuelve a los hombres, otorgándoles un retazo de divinidad con la que iniciar su expansión como especie suprema de la Tierra. Es este personaje una especie de protector que enlaza lo divino y lo mundano, pero que también provoca la ira de un Zeus que no sólo se venga directamente de él condenándole al sufrimiento físico eterno, sino a través de su hermano Epimeteo y la ya mítica ánfora de Pandora que desata múltiples males sobre la humanidad. ¿Dónde queda la interrelación entre película y mito? Es evidente que «Prometheus» recurre al paralelismo (simple, directo, certero) a la hora de abordar el origen de la humanidad como raza «creada» por ese ingeniero (así se les denomina a nuestros «creadores») que abre el film bebiendo un líquido negro, cayendo al agua, descomponiéndose (¿es este el castigo de este Prometeo en particular a través del que confiere el favor definitivo al hombre?) y recomponiéndose en todo un conjunto de células a partir de las que no es difícil suponer que nace la humanidad. No es que Scott le esté pegando una patada al darwinismo: desde un buen principio, queda bien claro que las pretensiones científicas del director vuelvan muy pero que muy rasantes. Y, de hecho, buscar explicaciones sesudas a todo lo que va a pasar a partir de este momento sólo puede conducir a la frustración absoluta. Así que no confundamos términos: esto no es ciencia ficción (con la carga teórica que ello comporta), sino cine fantástico puro y duro. Además de pura y duramente disfrutable.
La analogía con el mito griego no acaba en lo explicado. Otro sub-texto posible es el que habla de la relación entre creadores y creados o, lo que es lo mismo, padres e hijos. En la tradición griega ya quedaba clara la cualidad preeminentemente caprichosa del comportamiento de los dioses a la hora de tratar con los humanos… Y, aunque «Prometheus» se cierra con más interrogantes que respuestas a este respecto (por suerte, «Prometheus 2» ya está en pre-producción), es imposible no entender el film de Ridley Scott como una brillante armadura con forma de alto cine fantástico que encierra un cuerpo formado por la carne y la sangre de una disertanción viva, vivísima, en torno a las relaciones entre padres e hijos (literales y figurados). Lo hace en base a dos líneas básicas: la paternidad indirecta (configurando un complejo entramado que vendría a solucionar el «origen de las especies» del universo alien de Scott: el ingeniero que toma el líquido negro crea al hombre, el hombre que toma el mismo líquido insemina a una mujer que pare el primer atrapa-caras, ese primer atrapa-caras anida en un ingeniero y crea al xenomorfo al que ya estamos acostumbrado…) y la paternidad directa (encarnada en múltiples ejemplos: la importancia de la relación de la Dra. Shaw con su padre, Weyland y David -su hijo sintético-, Weyland y Meredith Vickers -su hija real-…) Al fin y al cabo, de estas dos líneas se extrae el principal discurso de «Prometheus«: la obstinación a buscar el instante de la creación y, una vez te has topado con él, preguntar por qué. «¿Por qué?«, pregunta Elizabeth Shaw. «¿Simple y llanamente porque podían?«, responde un David que, así, a las bravas, enriquece todo lo dicho al aparejar la relación ingenieros-humanos con la de humanos-androides.
Es precisamente la dialéctica entre estos dos personajes, la doctora y el androide, el principal motor de «Prometheus» (de hecho, el resto de personajes son tan sencillos y planos que están ahí sólo para hacer avanzar la trama, no para buscarles pliegos de ningún tipo): el confrontamiento contínuo entre la fé de ella por encontrar los motivo por los que fuimos creados por los ingenieros contra la asunción de que los hombres crearon a los androides porque pudieron, sin asumir las cargas morales que ello podría conllevar porque, al fin y al cabo, el creado siempre será para el creador un ser inferior con el que jugar y experimentar. El personaje de David, no en vano, es el cuidador de los cuerpos en reposo de los viajeros de la nave Prometeo al principio del metraje: es ese guía que descubre lo cercano que está el papel de cuidador del de mayordomo y que, sin embargo, sigue intentando comportarse como sus creadores para no inquietarles, con especial mención para ese delicioso primer tramo del film en el que deambula ocioso por la nave mientras se aprende las frase de Peter O’Toole en «Lawrence de Arabia» e incluso trabaja duro para teñirse y tener el pelo como el personaje: una inteligente usurpación de identidad estética que, por momentos, y sólo para quienes quieran dejarse engañar esconde la falta de alma real. Pronto, el mismo androide nos saca de la ilusión cuando afirma que se comporta como sus compañeros para que no se sientan incómodos (es decir: no porque quiera ser como ellos). David es el cuidador, el mayordomo y el guía que va haciendo avanzar la trama con todo un corpus de ardites y manipulaciones que dejan al descubierto que, por mucho que queramos estar ante otro entrañable robot que busca la humanidad (será porque ya nos han entrenado para creer que todos los androides quieren ser humanos), por muchos que creamos que David también se preguntará por qué le crearon los humanos, por mucho que creamos que su relación con Weyland tendrá resonancias profundas, al final no es más que un ser despiadado con una agenda secreta que nunca llega a enseñar del todo. Un androide de verdad que ostenta una falta de moral real y muy lejana a la maldad clichetera habitual en otras cintas fantásticas. Algo que, hasta ahora, pocos creadores se habían atrevido a arrojar contra el espectador envuelto en un papel de regalo tan crujiente y brillante como la apariencia de este David encarnado por Michael Fassbender.
Cierto es que «Prometheus» puede considerarse fallida como ciencia ficción… Eso ya lo hemos dicho y se aceptan las críticas por esa vertiente. Pero no se puede negar que, como embarcación de cine fantástico, la película es vibrante, apasionante y fascinante: los aciertos visuales del imaginario de Ridley Scott siguen siendo infalibles (los ingenieros son poderosamente magnéticos, mientras que el interior de la pirámide, haciendo equilibrismos en la cuerda floja entre lo atávico y lo futurista, es un espacio incomparable para la creación de una tensión demasiado parecida al horror), y lo mejor de todo es que están imbricados en una esqueleto argumental y en un diseño de producción a los que poca tacha se les puede poner. Se le pueden buscar fallos de coherencia y verosimilitud que no vienen al caso porque no intenta ser coherente (eso ya se verá en las próximas entregas) ni verosímil (quien quiera ciencia que se compre un libro de Stephen Hawking). Puedes entrar al trapo o no. Pero lo que es innegable es que las dos horas de «Prometheus» se escurren sigilosamente como sólo lo consigue el mejor cine. Y si, además, sumamos un inteligente discurso sobre los eternos enigmas de la filiación, es imposible no entristecerse al sopesar la reacción de rechazo generalizada que ha sufrido el film de Scott. ¿Mi única esperanza? Que, tarde o temprano, y al ladito de su secuela, «Prometheus» se desvele como un profeta incomprendido en su tiempo. [Raül De Tena]
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EN CONTRA. Tras años de espera, el tío Ridley Scott se nos presenta de la mano de Damon Lindelof, principal responsable de marear la perdíz en “Perdidos”, para volver al universo “Alien” del que es señor y creador. Los fans, emocionados, vimos cómo a la esperada precuela de una de las franquicias de terror espacial más alucinantes le precedía una traca de virales y productos promocionales de escándalo. Pero una vez en la sala de cine, la decepción y las ganas de matar a Lindelof van en aumento. “Prometheus” es innegablemente entretenida y tiene un par de escenas gore (entre ellas la de una cesárea brutal) que no tienen desperdicio, pero a grosso modo el guión está cogido con pinzas y algunos personajes resultan completamente prescindibles, sin alma, rozando la caricatura.
Scott y Lindelof, después de severas cañas, empezaron a filosofar sobre el sentido de la vida, de dónde venimos, a dónde vamos… Y éste es el gran error del filme. “Alien” es brillante en su simplicidad, mientras que “Prometheus” es mediocre y pretenciosa. Un tal Weyland, muy rico y muy viejo (sigo sin comprender por qué se emperraron en envejecer a Guy Pierce) quiere ir a conocer a los creadores de la raza humana, llamados ingenieros por sus descubridores. ¿Por qué? Porque sí y punto. Para ello, envía a los mejores especialistas en diversos campos al planeta de donde (se supone) provienen, entre ellos un geólogo que comenta que “todas las piedras le parecen iguales” (??!!) y un botánico miedica que acabará penetrado oralmente por un reptil alienígena al que se ha emperrado en tratar como a un gatete. La nave va capitaneada por un Idris Elba (Janek) que le tirará la caña a una insulsa, fría y prescindible Charlize Theron (Meredith Vickers), la responsable de todo el tinglado. Los únicos que ponen la cosa tibia son Noomi Rapace (Elizabeth Shaw) y un Fassbender en el papel de David, androide manipulador algo gayer fan de «Lawrence de Arabia» que es una maravilla.
El resto: incomprensible. Todo son preguntas sin contestar. ¿Con qué intención David envenena al Charlie (Logan Marshall-Green), noviete de Elizabeth y que yo confundí con Tom Hardy durante toda la peli? ¿Pataleta? ¿Para ver que pasa? ¿Por qué han puesto una máscara de viejuno a Guy Pierce? ¿Solamente para justificar su presencia en los virales? ¿O para justificar una precuela de la secuela? ¿Cuál es el verdadero interés de Weyland? ¿De donde vienen los gusanos? ¿Por qué hay lombrices en un planeta donde cristo perdió el gorro? ¿El caldo Avecrem de las vasijas es lo que ha alterado a la naturaleza de los gusanos? ¿Qué pasa con el penetrado botánico? ¿También se convierte en zombie? ¿¡Por qué hay un zombie?! ¿Por qué David, después de liarla, ni se inmuta tras el aborto de Elisabeth? ¿Qué coño le dice David al ingeniero para que pille semejante rebote? ¿Por qué el ingeniero tiene tan mal despertar? ¿Todo esto se va a responder en la secuela o será como en “Perdidos”, donde cada pregunta resuelta generaba más preguntas, sin llegar a resolver nada de forma satisfactoria, y así tendremos “Prometheus” hasta que nos jubilemos? Y, sobre todo, ¿por qué, POR QUÉ, hacer taaaaan evidente que habrá una segunda parte? [Déborah Camañes]