Ya estamos otra vez con el cuchillo entre los dientes, en medio de un tiroteo de opiniones cruzadas, dejándonos llevar por arrebatos apasionados de defensa o ataque. En el frente, los de siempre: seguidores acérrimos, curiosos, ventajistas, fatalistas, inquisidores… y, claro, también los indiferentes que les da igual el asunto pero que, al final, acaban por meterse en la guerra, en la mayoría de los casos del lado de los acusadores porque así se creen valientes al ir a contracorriente. Lo mejor de todo esto es que la situación se produce de nuevo en relación a un grupo nacional, señal de que nos importa de verdad y nos motiva lo que pasa dentro de nuestras fronteras indie-musicales (este punto se matizará debidamente). Si en plena primavera pocos pudieron escapar de la guerra civil montada en torno a Los Planetas y la alucinación flamenca que era “Una Ópera Egipcia” (Sony BMG, 2010), cuando se olían los primeros aromas veraniegos se inició otro conflicto de similares características pero, por fortuna y a priori, menos ruidoso y sin tantas puñaladas: el desatado por Delorean y su trasvase estilístico, para muchos incomprensible a la par que inexplicable. Es curioso que dos bandas tan diferentes entre sí en cuanto a trayectoria, planteamiento y repercusión provoquen un seísmo parecido en un intervalo de escasamente dos meses.
A estas alturas, no será necesario recordar la historia completa de los vascos porque, seamos francos, eran vistos como buenos músicos que no pasaban de ser unos hacedores de grandes temas bailables para alt-discos y unos dignos animadores en directo en plena fiebre post-punk-funk traída a esta orilla del charco por The Rapture o LCD Soundsystem. Es una visión sintética del pasado de los de Zarautz, pero es que sus discos (desde su debut hasta su salida de B-Core) también tenían esa misma consideración, incluido el álbum que les granjeó mayor notoriedad: “Into The Plateau” (B-Core, 2006). Sin embargo, en esa época ya se vislumbraba un detalle que en aquel momento se pasó relativamente por alto: más allá de los Pirineos y en Norteamérica debían de ver algo que en España se nos escapaba, ya que allí los situaban en un escalón por encima de lo que hacíamos aquí. ¿Prestábamos más atención a lo que venía de fuera que a lo que teníamos más cerca? La respuesta residía en nuestras propias costumbres. Dicho esto, y transcurridos unos años, volvamos a la cuestión de la importancia que le damos a ciertas propuestas nacidas dentro de nuestras fronteras indie-musicales. En 2009, Delorean publicaban el EP “Ayrton Senna” (Mushroom Pillow, 2009), estrenándose en un sello nuevo, Mushroom Pillow, y comprobando, no sin asombro, la tormenta mediática generada en la crème de la crème de los medios especializados… foráneos. Pero esta vez el interés se multiplicaba. Aquí, cómo no, esa euforia se veía con reticencia y muchos reparos: ecos que no pasaban de ser meros caprichos pitchforkianos. Sería debido a ese anquilosado pensamiento que dice que, si te fías de los de fuera, es porque algo malo pasa dentro de tu casa. A todo esto, ¿por aquí iba todo tan bien como para no aceptar los mensajes del exterior?
El citado EP no se diferenciaba demasiado de lo que habían ofrecido anteriormente los vascos. Sin ir más lejos, “Deli” parecía querer perpetuar los logros obtenidos con “As Time Breaks Off”; y los otros dos cortes continuaban la línea dance conocida añadiendo algún que otro efecto ornamental que, de tan anecdótico que parecía, nadie creía que posteriormente se acabaría convirtiendo en elemento definitorio de los nuevos Delorean. Parecerá una simpleza, a primera vista demasiado básica y hasta pueril, pero la inclusión de unas inocentes (o ingenuas) voces filtradas (o vocoderizadas) no se había aprovechado tanto desde los tiempos más brillantes del house ibicenco y los sonidos baleáricos de finales de los 90 y principios de los 2000. Si al final va a ser verdad (releed las crónicas garrulas acerca de los últimos trabajos de Kelis y The Chemical Brothers) que irremediablemente la nación indie volverá sus pasos hacia la década prodigiosa de la tecnocracia dance… Pero en el caso que nos ocupa, esquivando el salvajismo al seguir la autopista construida por la factoría Cream–Ministry Of Sound para llegar a la parada más elegante y ensoñadora del house y aledaños: aquella en la que pernoctó New Order cuando confeccionaron “Technique” (Factory, 1989), o en la que deberían haber caído Happy Mondays si no hubiesen cambiado Ibiza por las Barbados a la hora de grabar (y enterrar) “Yes Please!” (Factory, 1992). Esa es la estación en la que se bajaron Delorean para dar forma a “Subiza” (Mushroom Pillow, 2010), el disco más cosmopolita e internacional de una banda española (con permiso de El Guincho) en años y que, curiosamente, lleva por nombre el pueblo navarro, hasta ahora semidesconocido, donde se grabó en parte.
Los motivos para creer en la renovada cara de los vascos nacen de la rotundidad de la dupla que abre este LP: “Stay Close” y “Real Love” destapan el tarro de las esencias de “Subiza” a base de sintetizadores proteicos, capas y capas de matices sonoros y melodías epatantes. A todo ello hay que sumar la voz de Ekhi Lopetegui, nadando en un mar azul cristalino, y la ausencia de guitarras. Exacto: salvo en “Grow”, que se puede considerar de la vieja escuela, el resto del tracklist se asemeja al tiro que intentaron ejecutar Editors con “In This Light And On This Evening” (Kitchenware Records, 2009) al querer prescindir de lo que más les identificaba (y que mejor practicaban), los guitarrazos, y que les acabó saliendo por la culata. Sin embargo, para no caer en la intrascendencia o la parodia, Delorean fueron mucho más agudos y se arrimaron a árboles frondosos y floridos para sentarse bajo las sombras más frescas: los Primal Scream más screamadélicos (“Simple Graces”); los Animal Collective arrolladores (“Endless Sunset” e “It’s All Ours”); y el house clásico de club adornado con pianos y teclados que eternizan hasta el amanecer bailes nocturnos estivales (“Infinite Desert”, “Come Wander” y “Warmer Places”).
No diré que este será uno de los discos (inter)nacionales del año. Sí que, al menos, se convertirá en uno de los más importantes de este verano. Y que servirá para exprimir al máximo todos los que quedan por delante… A partir de ahora, cada vez que llegue esta época de calor tórrido y deseos carnales irrefrenables, me pondré subicenco. Lo de ibicenco se queda corto.