Cuando hace algo así como un año supimos que la nueva serie de Aaron Sorkin sería en HBO, casi todo el mundo empezó a babear… Pero reconozco que yo no. Sí, a priori todo era lo más de lo más: uno de los guionistas más aclamados llevándose su proyecto a una de las cadenas más aclamadas. Parecía la combinación perfecta. Y, sin embargo, a mí me daba miedito. No porque yo sea un crack de la adivinación televisiva (mis grandes apuestas para la temporada pasada fueron «Pan Am«, «The Playboy Club» y «Person of Interest«, no digo más), sino porque la idea de un Sorkin despendolado me provocaba pavor. No se trata de poner en duda un talento (creo) incuestionable, sino de constatar un hecho: es un tipo increíblemente pagado de sí mismo (muchas veces con razón, sí), al que probablemente no le hayan venido mal de vez en cuando las restricciones de la televisión en abierto, el tener que rendir cuentas a alguien. La obligación de complacer, en definitiva, a unos productores y a una cadena que le pongan las pilas y le impidan subirse demasiado a la parra. La idea de capítulos de una hora en HBO con absoluta libertad creativa suponía también un enorme riesgo: que el monstruo Sorkin se desbocara. Y creo que, en parte, eso es un poco lo que ha ocurrido. Porque sí, es jodido reconocerlo, pero señores, por mucho que los creadores nos quieran convencer de que son semidioses, a veces el montaje del productor es simplemente… mejor.
Empecemos por el principio: «The Newsroom» es un clarísimo caso de “sabías a lo que venías”, eso sí. Uno no puede pedir Sorkin y luego quejarse de que le den exactamente eso, que es un poco lo que he visto en determinado sector de la crítica. ¿Realidad idealizada-edulcorada? ¿Personajes ligeramente irritantes? ¿Moralina y sentencias por doquier? ¿Todo el mundo es increíblemente brillante y capaz de elaborar afiladas réplicas citando a Cervantes, Joyce o Shaw en 30 centésimas de segundo? Señores, les presento al señor Sorkin, en el mundo del espectáculo desde hace casi 30 años. Es decir, había determinados elementos que era previsible encontrar, sólo que en algunos casos las dosis nos han sorprendido incluso a los fans entregados o semientregados. Porque, sí, de Sorkin uno se espera sermones, pero no uno de 59 minutos como el del tercer episodio sobre el Tea Party, probablemente el editorial más largo jamás escrito. Y sí, también esperamos un montón de personajes muy profesionales, muy brillantes y muy neuróticos, pero es que hay muchos momentos en los que uno no sabría a quién abofetear primero en esa redacción, con mención especial para todas las mujeres de la sala (sí, yo también creo que esta es una serie profundamente misógina, pero eso casi que lo dejamos para otro día). Parece que los fans hemos experimentado un subidón de Sorkinitis que ha superado lo que nuestro organismo podía asimilar (el momento Bin Laden, el momento “Fix You”, madredelamor) y que, a base de conocerlo como si lo hubiésemos parido (¿quién no veía venir el final del speech de Jane Fonda desde el momento en que empieza con el chiste de Jesús, Moisés y el golf?), corríamos el riesgo de acabar noqueados por saturación.
Así ha sido y, sin embargo, hay que estar muy obcecado para negar que «The Newsroom» hace muchas cosas muy bien. El ritmo, por ejemplo. No hay tópico más manido que hablar de los “diálogos endiablados” de Casa Aaron, pero es que mantener 60 minutos de televisión casi exclusivamente sobre un bla-bla-bla sin fin es muy meritorio. Como también lo es, a su manera, la manera de mantenerse fiel a sí mismo de su autor, sin meterse en fregados que no domina por el mero hecho de que le hayan firmado un cheque en blanco («The Newsroom» es, efectivamente una serie de network en un canal de pago, en la que quizás se dicen un par de fucks por episodio, pero eso es todo). Y, sobre todo, su capacidad de enganche como producto: haters de todo el mundo la despedazan cada semana (y, ojo, fans enfervorecidos la defienden también), pero lo hacen… sí, después de verla religiosamente. Sorkin es un mago que a estas alturas ya nos enseña todos sus trucos y de alguna forma se las apaña para que sigamos acudiendo a su espectáculo. No es el fenómeno de «El Ala Oeste«, su arranque (potente, sí) no deslumbra como el de «Studio 60» y la escritura no alcanza la brillantez de «La Red Social«, todo eso es cierto, y mucho más (muéstrame más cosas en vez de hablar de ellas, déjame pensar un poco y no me lo des todo tan masticado, haz que los personajes dejen de tropezar, por Dios). Pero lo devoramos, lo discutimos e incluso algunas veces le perdonamos cosas que no le pasaríamos a ningún otro. Y ha sido, sin discusión alguna, el fenómeno televisivo del verano y el tema de conversación recurrente del mundillo. Será, en definitiva, lo que queráis, pero este señor de televisión sabe un huevo.