Los que lleven meses siguiéndole la pista a la dulce Jessie Ware alucinarán en technicolor y puede que incluso tuerzan el gesto la primera vez que escuchen «Devotion» (Island, 2012), el esperado estreno en formato largo de la británica. Acostumbrados a disfrutarla parapetada detrás de la cacharrería post-dubstep de SBTRKT y Joker y prestando su voz a contundentes temarros de cemento y suelo, puede chocar en primera instancia descubrir a la preciosa ave del paraíso neo r&b en que ha mutado la cantante con sus nuevas canciones. Que nadie se sienta engañado o sorprendido en exceso, con el primer single bajo su propia estrella que pudimos escuchar, aquella «Running» que se embadurnaba del rollo ochentoso más negroide, ya que allá Ware ya asentaba las bases y advertía de por dónde iría el sonido de su primer disco: arreglos satinados, producción limpia y el total protagonismo de una voz que se alzaba sensual por encima de picos de guitarra y teclados Rhodes. «Running» puso un nombre sobre la mesa y «Devotion» lo justifica como la influencia más importante: ¿Sade? Posí. Pero también el de las divas de las radiofórmulas eighties reconocidas como influencias por la misma Ware siempre que se la entrevista: Whitney Houston, Lisa Stanfield, Annie Lennox…
Se podría considerar «Devotion» como un delicado «Diamond Life» (Epic, 1984) o un «Promise» (Epic, 1985) para las nuevas generaciones barnizado, eso sí, con la experta mano de tres productores que engarzan cada cual con su estilo las doce perlas que conforman el recorrido de tramo lento y suave que es este disco: Dave Okumu, uno de los componentes de The Invisible, grupo londinense que aqui no caló demasiado pero que en 2009 ya elevaba el concepto del cool aplicado a la música a esferas totalmente nuevas, Julio Bashmore y Kid Harpoon, que participó en alguna canción del «Ceremonials» de Florence and the Machine. La impronta del segundo disco de Florence se nota en este trabajo, pero también la del «Overpowered» (EMI, 2007) de Róisin Murphy, lo que hace que «Devotion» no sea sólo un homenaje, una reedición o una simple vista atrás a una era más dorada (y negra) del pop: la influencia de estas artistas más contemporáneas hace que este álbum sea más una deconstrucción que un patchwork, y aunque hay baladones emotivos a lo torch song ochentera («Wildest Moments«) y bajadas sensualoides para escuchar a la luz de una chimenea («Sweet Talk«, «Swang Song«, «Night Light«), incluso algún momento un poco cheesy de más («Something Inside«), Ware recoge mucho de lo que aprendió trabajando entre y cantando para sus colegas del underground londinense, y así también hay lugar para la electrónica estática y el dub chispeante («Still Love Me«, «110%«), con canciones que perfectamente podrían estar en la (deseada, esperada) nueva entrega de la ex Moloko.
Jessie Ware fue una cachorrilla crida entre lobos: de (fallida) periodista futbolística a vocalista y amiga de las luminarias del underground más tosco, cualquiera podría pensar que debería de haber tirado por el mismo camino que Katy B, con la que siempre es inevitablemente comparada. Pero si Katy B optó por la feminización del dubstep, añadiéndole unas gotas de flúor y savoir faire de extrarradio aflojando el cinturón, la Ware ha optado por tirar por la tangente y hacer lo que siempre había querido: convertirse en una de esas divas que tanto admiraba de adolescente y encontrar la mejor excusa para vestirse y vivir como una de ellas. Porque si de algo va el juego de esta mujer es de puesta en escena. Por eso en sus vídeos sale impecablemente vestida, siempre atenta al mínimo detalle, con una elegancia a la que no estamos acostumbrados últimamente. Jessie Ware pudo ser una garrula pero optó por convertirse en una señora. Y por eso su disco suena tan sorpendentemente femenino y, bueno, cool. Es easy listening bien entendido, pop redondo sin aristas y sin fanfarrias, perfecto para escuchar en petit commité, además de ser una revisitación perfecta y original de una década que todavía no ha dejado de dar leche (musical). Se puede decir sin ningún problema que, con «Devotion«, Jessie Ware se ha marcado un estupendo álbum de música de blancos pa follar o de música comercial que no sonroja. Y da la sensación de que ha conseguido un disco suave y atemporal prácticamente sin despeinarse (el moño).