No quiero ni imaginar lo que debe costar hacer lo que hace gente como Passion Pit. Ese tipo de banda que, más allá de adivinársele vagas influencias, crea desde cero un sonido que, a todo esto, no parece sencillo de desarrollar. Y es que, desde el momento que pudimos escuchar aquel «Manners» (Frenchkiss, 2009) de hace ya tres años, hubo que desempolvar esa etiqueta que se le lleva atribuyendo a gente como Hot Chip durante más de una década: el famoso pop sintético. Llaménlo como quieran, pero lo cierto es que aquel año terminó convirtiendose en uno de los mejores debuts y en uno de los discos del verano, principalmente debido a la alegría y al optimismo que transmitían todas sus canciones. Algo parecido ocurre con su segundo asalto, «Gossamer» (Columbia, 2012), una continuación más que adecuada y en la que depositamos desde hace unas semanas muchas de las esperanzas de encontrar una banda sonora para este estío que ya se acerca a su ecuador.
Conviene, sin embargo, ponernos en situación. Todo surgió como un proyecto en solitario de Michael Angelakos, que un día tuvo la genial idea de regalarle a su novia de entonces unas canciones compuestas por él mismo, canciones que formarían parte de su EP de 2008, «Chunk of Change» (Frenchkis, 2008) que ya incluía cortes del calibre de «Sleepyhead«. Después del shock que tuvo que suponer para la banda el hecho de grabar un trabajo tan exitoso como «Manners«, imaginamos que no tuvo que resultar nada fácil empezar de cero otra vez y terminar registrando un disco del nivel de «Gossamer» porque, aunque de primeras dé la sensación de encontrarnos ante un trabajo luminoso y festivo, si nos paramos a interpretar las letras y los crípticos nombres con los que Angelakos titula sus canciones, no todo pinta tan bien como pueda parecer.
Da la sensación de que, en este caso, la música es el canal por el que descargar todo ese desquicio que, si antes se le intuía, ahora se confirma, especialmente después de un comunicado en el que el líder explicaba el por qué de la cancelación de siete inminentes conciertos con la intención de ‘mejorar su salud mental’… Mal rollo. Volviendo a lo musical, «Gossamer» está compuesto por doce acelerados cortes en los que apenas hay tiempo para el descanso del oyente, (si acaso, en la reposada «Constant Conversations» o en la más convencional «On My Way«). El resto, un constante carrusel de sintetizadores, voces trabajadísimas y estribillos para parar un tren: desde el inicio con ese dúo ganador de la mano de «Take a Walk» y la contradictoria «I’ll be Allright«, pasando por «Cry Like a Ghost«, sin duda uno de los temas más redondos de lo que va de año («Sylvia, right back where you came from / Sylvia, no one’s gonna tell you when enough’s enough«). No nos encontramos tampoco ante el típico trabajo que levanta el pie del acelerador hacia el final, pues cerrar con la preciosa «It’s Not My Fault, I’m Happy» (con dejes de Sigur Rós) y con los beats de «Where We Belong» significa que lo has hecho muy bien.
«Gossamer» es, para que nos entendamos, como habríamos deseado que sonara el trabajo de Passion Pit si nos hubieran preguntado de antemano. Muchas veces ocurre que nuestras expectativas son muy elevadas o diferentes al producto final, y por ello tenemos que acoplarnos a lo que se nos ofrece, tratando de disfrutarlo al máximo. No es, sin embargo, el caso de este segundo trabajo del cuarteto americano, con el que han sido capaces de personificar toda la inmediatez del electropop más luminoso haciendo casi propio un intrincado sonido al que resulta difícil sacarle similitudes. Esperemos que te mejores, Michael… El pop te necesita.
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