La lectura de «Noche de los Enamorados» (publicado en nuestro país por Mondadori) es similar a juntar agua y aceite y jugar con la mezcla resultante. Y es que Félix Romeo construye este libro como si de un centrifugado de los dos líquidos se tratara: la narrativa del autor es precisamente como unas manchas loquísimas de aceite que se van moviendo sobre una superficie de agua. A veces, las manchas de aceite se unen y forman otras manchas más grandes. Otras se dividen en grupúsculos bailarines. En ocasiones, las manchas que ya hemos visto anteriormente simplemente aparecen de pasada a una velocidad que casi podría decirse que desafía nuestro ojo lector. Y, en otros momentos, las manchas simple y llanamente se mueven sobre la superficie acuática describiendo una danza macabra que pudiera pensarse natural y accidental, producto del azar, pero que es el fruto de una mente literaria privilegiada. Lo dicho puede parecer una extravagancia, una imagen con pocas probabilidades de ser adaptada al formato libro, pero «Noche de los Enamorados» lo consigue partiendo de algo tan peregrino como la compilación literaria / periodística de unos hechos criminales y su correspondiente investigación literaria. Una especie de coda desquiciada a los esfuerzos de Truman Capote o una versión integrada de las locuras de Hunter S. Thompson, todo poderosamente anclado en una coyuntura típicamente española. Más leña para el fuego, si es posible…
Los hecho en sí parten del caso de violencia doméstica coronado por el asesinato de María Isabel Montesinos a mano de Santiago Dulong para extender una tela de araña que vaya más allá del mero acto criminal. Inicialmente, el interés de Romeo en lo acontecido nace precisamente en el hecho de haber compartido celda con el asesino mientras cumplía condena por negarse a realizar el servicio militar. Pero, al final, la novela acaba ampliando sus horizontes gracias a la capacidad innata de Félix para realizarse preguntas… y no necesariamente las preguntas que cualquiera consideraría «justas». De hecho, parece ir buscando precisamente esas preguntas que nadie se hizo al respecto del caso. De esta forma, una pareja anterior de Dulong adquiere también gran protagonismo al presentarse como un antecedente que debería haber alarmado a la sociedad y a nuestras instituciones penales del peligro del asesino. Pero «Noche de los Enamorados» nunca pasa por alto que la época que está retratando a destiempo es precisamente esos 90s no tan lejanos en los que la violencia de género era algo no sólo no tan penado y perseguido como ahora, sino que incluso (tal y como ocurre en la historia de Santiago y María) podía llegar a alumbrar procesos judiciales kafkianos en los que al hombre se la acabaran atenuando las penas (legales, claro) a base de buscarle los defectos a una mujer que, al fin y al cabo, casi que «se lo merecía».
Es este el reflejo de una sociedad preeminentemente machista que todavía están en proceso de desintegración (para qué vamos a negarlo) y que, por lo tanto, eleva a «Noche de los Enamorados» a la categoría superior de esas obras capaces de hablarnos desde el presente para arrojar luz (o sombras) sobre el presente. Y en su libro póstumo (tras una muerte prematura), Felix Romeo consigue todo lo dicho sublimando una forma hipnótica donde las palabras, las frases y los conceptos son las manchas de aceite que flotan sobre el liquido acuoso que es la propia historia: estas palabras, frases y conceptos se agrupan y se separan, danzan y bailan, aparecen y desaparecen de una forma sublime, de tal forma que cada nueva disposición de los elementos en este particular centrifugado hace avanzar la narración de forma sutil pero sólida. Y sobre todo, «Noche de los Enamorados«, con su estructura laberíntica y digresiva, consigue ser el epitafio de un género en extinción: ese género de literatura periodística en el que la «personalidad» del escritor no es una estridencia ególatra, sino una fuerza demiúrgica capaz de hacer avanzar y ordenar (aunque sea en aparente desorden) el relato principal.