Ante el chocho mediático que está montando Azealia Banks sólo puede exclamarse una cosa: ¡ya era hora! Y es que, para los menos atentos a sus letras o, directamente, para los menos versados en inglés (e incluso para aquellos que creían que sabían inglés y se les vino abajo el mito al intentar ver «The Wire» sin subtítulos), hay que dejar a las claras que la Banks se ha convertido (sin quererlo ella ni nada de eso) en algo así como en la salvadora virgensita maría de los colectivos gay y lésbicos. ¿El motivo? Nunca ha ocultado su bisexualidad y, de hecho, en su Twitter va soltando perlas ensangrentadas al respecto. A esto se le llama, precisamente, dinamitar el sistema desde dentro: ¿que la homosexualidad es un tabú en el seno del mundo del hip-hop? Pues eso: ¡ya era hora de que alguien se introdujera en ese círculo y petara tabús y petara temazos y petara culos y petara todo orificio que se le ponga por delante! Lo mejor de todo es que esto lo está haciendo Azealia sin alardes de ningún tipo. Ya se sabe: son los medios y el público final los que magnifican este tipo de situaciones. La Banks, por el contrario (aunque nunca del todo ajena a este rollo que ya ha ocupado un parágrafo por sí solo), se dedica exclusivamente a ir sembrando el panorama musical de jitazos a una velocidad y con una promiscuidad que asustan. Y así, mientras «Jumanji» dejaba con el culo torcío a la espera de la mixtape «Fantasea» (disponible en julio) y su debut en largo, «Broke With Expensive Taste«, está previsto para después del verano en Interscope, ya podemos ir haciendo boca con «1991» (Interscope, 2012).
El título hace referencia, como se puede intuir desde la insultante juventud de Azealia, a su año de nacimiento. Pero es inevitable pensar que esta especie de bandera clavada en una línea temporal-musical señala también el espacio-tiempo desde el que provienen las principales influencias estilísticas de la Banks. «212» fue una maravillosa carta de presentación (masiva) que apuntaba al tribal house poligonero mezclado con una depuración callejera y con cero ínfulas de divismo de los presupuestos de Kelis en «Flesh Tone» (Interscope, 2010). Estos géneros de los primeros 90 (y su per-versión de finales de década) se ven completados en este EP por la principal coordenada que parece seguir Azealia como los lemmings que siguen un impulso loquer: el Vogue Ball House neoyorquino. O, lo que es lo mismo: el rollito maricón pensado para que las drags hicieran sus particulares duelos de baile repletos de momentos «strike a pose«. Eso es lo que se encuentra en la titular «1991» y también en «Van Vogue» (¿puede haber alusión más directa que este título?): en la primera siguen habiendo ecos tribales (esa percusión de pirulas a altas horas de la mañana), mientras que la segunda opta por líneas más depuradas y elegantes, incluso sutiles… hasta que Azealia mete un ladrido de perro y, profiriendo risotadas de loca del coño, defeca alegremente en el teclado de todos los críticos que, como yo, están intentando intelectualizar el trabajo de esta artista. «Liquorice«, el tema que cierra el EP, es como para darle de comer aparte: los sintes raveros chorrean éxtasis líquido mientras un bass gordísimo hace el resto. Hit. Puro y duro.
Ha de constar, sin embargo, que el párrafo anterior se deja fuera lo mejor de la ecuación Azealia Banks: su inconcebible y surreal flow. Desarmante. Demente. Brillando con luz propia dentro de la ultimísima oleada de hip-hoperas de last generation. Un jarabe para la tos cargadísimo de barbitúricos que actúa de engrasante a la hora de ensamblar el piyuleo y mariconeo de sus canciones. En un momento en el que el hip-hop masculino sorprende por hacerse cada vez más jincho y macho (rayano al machismo de siglos pasados) o cada vez más femenino y delicado (ahí queda la corte de hip-hop que transporta la alargadísima capa del rey Kanye), Azealia puede llegar a ser la Reina de su nuevo género: un género que aúna el poligoneo al que le están dando caña las divas poperras (Britney, Madonna…) con un flow que envidiará hasta Lil’ Wayne en sus momentos de lucidez. Si es que los tiene.
[Raül De Tena]