Hola a todos.
Seguimos aquí en Estudios Gárate, a unos cinco kilómetros monte arriba de Andoain. San Sebastián está apenas a quince kilómetros, pero la sensación es tan salvaje, tan de naturaleza, que parece difícil de creer que estemos cerca de una ciudad. Si leíste el capítulo uno, sabrás que estamos grabando un disco. Si, en cambio, lees esto por primera vez, ahí va un resumen tipo serie de televisión: “Previamente en Fantastic Plastic Magazine… El diario de grabación del segundo disco de Nine Stories. Featuring Pepo, Javi, Jorge, Alondra, Kaki Arkarazo, Cash -el perruno- y yo, Nacho”.
Vamos aprendiendo cosas. Por ejemplo, que la definición de verano de los valles vascos es sui generis: ayer se puso a llover después de un día de sol y ya no hemos vuelto a verlo. Yo ya he conseguido hacerme con un minicircuito para correr: es cortito, más o menos un kilómetro, pero al menos no me pierdo. El primer día cogí una senda que tenía buena pinta y me fui muy chulito corriendo. A los 200 metros, ¡zas!, una verja de alambre. Me di la vuelta y pillé el camino asfaltado hacia abajo. Al final terminé en una especie de campo que acaban de segar y que era impracticable. Al menos, Cash siempre se viene conmigo haciendo todo el recorrido. Hoy hemos hecho cinco kilómetros en treinta minutos. Apenas estirar las piernas, pero es que las cuestas son demenciales. Hay una en la que parece que pierdes la vertical, en serio.
Alondra nos hace la comida. No me quiero imaginar cómo hubiera sido esto sin ella. Imagino que habríamos comido pasta con tomate todos los días y que ya habríamos engordado setecientos kilos. Que tampoco es que aquí estemos perdiendo mucho peso, pero por lo menos tenemos comida caliente y rica hasta el momento. Hoy por la noche, después del partido de España, Pepo ha hecho huevos fritos con patatas. Para no perder la tradición, le echa pimentón y vinagre. Igual está bueno, pero a las 11 de la noche no me he sentido con fuerzas para probarlo. Con tanto pimentón picante antes de dormir, acabas soñando con el mismísimo Satanás.
Ayer vinieron Unai, David y Mikel, que son majísimos y que tocan en un grupo que se llama Betagarri. Han metido vientos en cinco canciones, uno de los momentos más emocionantes de mi microscópica carrera musical. Imagino que todo el mundo siente que está haciendo algo mágico al grabar un disco. Bueno, pues nosotros también. Escuchar a estos cracks tocar en canciones como «Only She Knows» y «Midsummer Sale» es delirante. A un par de nosotros nos tembló un poco la voz cuando terminamos.
Hay muchas maneras de grabar, seguro que todas buenas. Nosotros, por segunda vez, estamos registrando las tomas en cintas de dos pulgadas que se montan sobre una grabadora analógica. Esto quiere decir que no hay posibilidad de practicar mucha cirujía sobre las pistas: lo que se toca es lo que se oye. A cambio, tiene un tono más cálido, menos aséptico que directamente sobre ordenador. Estamos tocando en directo todo lo que nuestras ocho manos nos permiten (que tampoco es mucho). Batería, bajo y guitarra siempre se hacen a la vez. El resto se graba después, en lo que se llama un recording. Luego todo eso se monta en un ordenador, en una operación parecida a la del montaje de cine.
Todavía nos quedan por grabar varios instrumentos (ukeleles, acústicas, banjo, órganos) y todas las voces, pero diría que vamos a muy buen ritmo. Mejor del que me podía imaginar en la cabeza. Siempre hay cosas que se resisten y que pueden llegar a desesperar, pero todavía no hemos llegado a ningún punto de no retorno ni a esa sensación de “hemos dado por válido algo que no molaba un pimiento”. Espero que la sangre no llegue al río. En ese sentido, una grabación es tremenda. Te pasas ¿uno? ¿dos? años escribiendo, organizando, preparando esto y lo otro y, de repente, en una semana tienes que tomar un millón de decisiones que se quedan ya para siempre. Que si el banjo se queda o no, que si ese arreglo de no sé qué no molaba tanto como pensábamos.
Sin embargo, creo que es mejor así. Los Beatles grabaron su primer disco en un día. Es una anécdota famosa: dejaron «Twist & Shout» para el último momento porque John Lennon forzaba tanto la voz con la canción que se quedaba afónico y ya no podía cantar más. Si ponéis la canción, os daréis cuenta de que la última parte del tema tiene ya un buen toque de ronquera. Pero mola. Hay grupos que se tiran un año para hacer un disco, algo que está muy bien; pero es inevitable preguntarse si es estrictamente necesario aquello. A ver, si tienes la pasta, pues muy bien. Pero el caso es que nosotros no la tenemos (ni siquiera para pasarnos trece días aquí, pero eso es otro tema). Además, que es un disco, tampoco estamos salvando la vida de nadie. Creo que es positivo tener ese punto de urgencia y de adrenalina, que no es cuestión de dormirse en los laureles.
El sábado vino Perico (Gran Derby, Superpez, The Secret Society) y decidimos ir a cenar a Donosti. Íbamos los seis en la furgoneta y, en el último segundo, hablando sobre quién conocía San Juan de Luz y quién no, optamos por ir hasta allá a cenar. Ni Alondra, ni Javi ni Jorge habían estado allí y nos hacía ilusión pasar la frontera. San Juan de Luz es un pueblecito costero preciosísimo apenas a quince kilómetros de Hendaya. Tiene un punto muy vasco, pero con el rollito megacuidado francés. Todo son casitas blancas con postigos y una playa bastante alucinante. Cenamos en un restaurantito al lado de la lonja. Estaba bueno y era muy barato. Lo más rico, las sardinas a la parrilla. Nos queda pendiente la visita a Donosti, que no se nos va a escapar.
Son las doce y media y mañana empezamos a las nueve, así que creo que voy a seguir leyendo el Rockdelux de 2009 que me he agenciado y trataré de conciliar el sueño.
Un abrazo,
[Nacho Ruiz]